El impulso de la creación literaria es como un fuego blanco arrasador o un virus que multiplica por millones las celdas de la imaginación hasta que estas rebasan nuestra mente y tienen que empezar a salir en forma de poemas, de novelas, de cuentos… bajo riesgo de no dejar espacio a nada más. Yo los he visto, con los ojos brillantes, sonriendo para sí mismos, emancipados de la realidad, soñando mundos…

Así he visto a Elidenia Velásquez, que es pasión pura, y así he tenido la suerte de que me permitiera entrar a su cosmos creativo y ayudar a encauzar ese ímpetu que ya va por tres libros y publicados, y uno en proceso. Seguir por el camino que lleva al Sur prohibido, queriendo degustar un inigualable Sabor a mujer, nos trajo hasta este Espíritu de sangre.

Dos de los libros anteriores, que acabo de parafrasear,  son unos hermosos y sentidos poemarios, y ahora, ¡una novela!, pero no una cualquiera, erigida sobre la plana realidad o sujeta a los tópicos de siempre. No señor, Elidenia ha venido a sorprendernos ahora con una historia de ciencia ficción y fantasía, una donde imbrica exitosamente estas dos vertientes literarias que muchos entendidos tienden a veces a separar.

Amén de las muchas polémicas, la regla de otro sobre el tema suele resumirse más o menos así: “si la historia está situada en un universo que sigue las mismas reglas que el nuestro, es ciencia ficción. En cambio, si la historia está situada en un universo que no sigue nuestras reglas, es fantasía. Es decir, que “La ciencia-ficción trata sobre lo que podría ser, pero no es, mientras la fantasía trata sobre lo que no podría ser”.[1]

El quid de todo este asunto, y su deliciosa complejidad, comienza cuando los textos, como es el caso de esta novela, tiene de todo un poco: seres “imposibles”, que conviven en nuestra realidad, pero que al mismo tiempo pueden emanciparse de sus reglas; seres supuestamente “normales”, pero con extraordinarios poderes latentes que esperan a surgir cuando se revele del todo su destino; ritos, brujas, chamanes, gente advertida y endemoniadamente sabia cuya conexión con el cosmos arroja luz sobre cuestiones que escapan a la inteligencia común y cuyo entendimiento está vedado a los mortales simples; y también, por qué no, hay ciencia oculta, y espectros, una nave espacial y un diálogo profundo de las protagonistas sentadas en la luna, así, literal, en la luna de veras.

Lo interesante de una trama como esta, cargada de sorpresas fantásticas,  no es precisamente la noticia de seres alados, de entes guardianes del tiempo universal o de personas con poder para mediar entre lo humano y lo divino. De eso hay, y mucho, en la literatura mundial, lo relevante es la locación, el sitio, los personajes…

Que una historia de ese cariz ocurra en nuestra isla, a una joven dominicana, en un pueblito medio perdido en la geografía, como es el Ojo de Agua de la novela; reivindica hermosamente nuestro derecho, a veces negado por supuestos fatalismos geográficos o mentalidad colonial aun viva, a hablar tan alto como cualquiera en el coro ecuménico, con orgullo, sin complejos, a la altura de cualquiera y tan alto como cualquiera. Hay que entender de una vez y por todas que, como decía don Miguel de Unamuno: "Hemos de hallar lo universal en las entrañas de lo local; y, en lo limitado y circunscrito, lo eterno".

Una novela, pues, como Espíritu de sangre, al distinguirla como escenario de sus imaginativos sucesos, señala a República Dominicana en el mapa de la fantasía y la ciencia ficción, lo cual es un logro magnífico, en una literatura que se ha caracterizado, al decir del reconocido ensayista, crítico y narrador dominicano, residente en Puerto Rico, Eugenio García Cuevas, por ser “excesivamente realista y social hasta lo melancólico”.

En ese sentido, Cuevas opina:

Parecería que lo que más nos ha gustado es la fotografía cruda y sin efectos especiales. Ello se explica porque en nosotros la literatura ha tenido una función más instrumental que ninguna otra cosa, supeditada a la formación, el moralismo, la denuncia, la militancia política, el memorialismo, las luchas y las reproducciones ideológicas, las recreaciones históricas y las tensiones sociales-personales.

Por ello en nuestra narrativa si nos vamos en fuga es a una isla o a un continente cercano, pero jamás nos marchamos a otro planeta en una nave inventada por un científico dominicano formado en la UASD o en la UNPHU. Si nos invaden son los haitianos o los americanos, jamás los de otras galaxias y mucho menos los chinos o los chiitas. Se prefiere que los pobres ilegales naufraguen en el Canal de la Mona rumbo a Puerto Rico y que sean crudamente devorados por los tiburones a que un ingeniero de minas dominicano –excomunista y graduado en Rusia– diseñe un túnel por debajo del Canal de la Mona para llegar a Puerto Rico y mucho menos encontrar a otro ingeniero oriundo de Nagua o de Miches que levante un puente portátil, con la ayuda de los militares, para cruzar ese mismo mar hambriento de desheredados.

(…) el grueso de nuestra narrativa ha sido tímida en tomarse grandes riesgos espaciales, temporales y ucrónicos.  [2]

En esta novela se resuelven, pues, algunas de esas “demandas” que podrían comenzar a quebrar ese hiperrealismo. ¿La elegida para salvar un mundo es dominicana? Sí ¿Vive en un campito? Sí. ¿Tiene poderes como cualquier superheroína del universo Marvel? ¡También! Y hay que recordar que ahora es que la historia toma vuelo, pues esta es solo la primera parte de una saga que apenas comienza.

Otro elemento que destaca en la novela es la descripción minuciosa de diferentes ritos, que si bien están imbricados en la trama y se usan en función de ella, no dejan de ser ilustrativos, lo que denota investigación seria en ese campo; en el mismo tenor, resultan también informativas las noticias sobre personajes históricos o sucesos que sirven como pretexto o contexto para algunas escenas; y a manera también de homenaje, así, nos enteramos, por citar dos ejemplos, de la vida y muerte de las Hermanas Mirabal o del gran Jefe Seattle, líder de las tribus amerindias suquamish y duwamish en lo que ahora se conoce como el estado de Washington de los Estados Unidos.

Espíritu de sangre es una novela funcional y bien estructurada en XVIII capítulos, con personajes bien caracterizados hasta en sus mínimos atributos, tanto físicos como espirituales, en especial, las protagonistas: Clara y Luz, que resultan un mismo ser dual, pero de mundo diferentes. Clara, terrícola, nacida justo a la mediano­che cuando iniciaba   el siglo XXI, fue dotada por la Divinidad con grandes poderes que la harían elegible, y la única esperanza, para salvar de la extinción a Solaq, el planeta de Luz (su doble ancestral) mundo sentenciado por las Altas Cortes Universales por prácticas de hechicería y cuyos habitantes han perdido una proteína esencial en su codificación biológica que les impide reproducirse. La novela nos narra precisamente las tribulaciones vividas por los personajes para salvar a todo un universo mediante la genética, la inevitabilidad del destino, y el amor.

En ese camino, la autora no pierde ninguna oportunidad, ya sea a través de los pensamientos o diálogos de los personajes, o desde el narrador omnisciente y predominante, de intercalar profundas reflexiones metafísicas. En uno de los reveladores diálogos entre Clara y Luz, a lo largo de la novela, aparecen de pronto estas preguntas:

» ¿Quién eres tú, esa voz interior que habla en tu cabeza? ¿De dónde viene? ¿Por qué no se ca­lla ni solo un instante? ¿Qué es ese fuego que da vida y no te quema? ¿Por qué añoran la eternidad, lo que no conocen?”.[3]

Clara irá comprendiendo poco a poco, a medida que se abre en ella lo que los místicos han llamado “el tercer ojo” —ese vórtice energético y sexual que proporciona una percepción fuera de lo común—, que no puede evitar su destino, y que no hay nada en toda la Creación que no esté conectado o no responda a un orden adecuado. Escuchemos este pequeño fragmento:

Clara se quedó sola, sentada en la luna. Su cuer­po incandescente, lleno de corrientes vibratorias, ondulaba, destellando e irradiando manojos de lu­ces. La joven contemplaba la plenitud y belleza del universo. Se sentía tan pequeña ante tal espectácu­lo, pero, al mismo tiempo, parte integral de aquella vastedad. (…) La humanidad ha vivi­do tantos siglos de dudas, de incertidumbre, de es­tudios, y la respuesta siempre ha estado en nuestro interior, en nosotros mismos. Con razón hablaban los antiguos de que lo que está arriba, está abajo. Tal majestad podría parecer incompatible con lo huma­no, pero en verdad, y ahora lo comprendía con cla­ridad, toda aquella belleza y poder habitaba dentro de todos, sin excepción. “Lo que es arriba, es abajo”, murmuró.

Otra cuestión inherente a este libro, que no podemos dejar de mencionar, es que nació premiado, como ocurrió a su propia protagonista, pero, en este caso, se trata de un prólogo erudito que la acompaña, de la autoría del investigador, profesor, poeta y doctor en Letras, Esteban. A. Torres Marte. En el texto, titulado De la aurora de los tiempos a la postmodernidad, el prolijo ensayista realiza un minucioso recorrido por la historia del género narrativo y aporta irrepetibles argumentos en torno a la obra en cuestión. Esa es, a no dudarlo, una fortísima credencial que ya quisiera para sí cualquier ópera prima.

Esta nueva entrega de Elidenia Velásquez viene a disipar, también, sus dudas iniciales —inherentes a todo creador verdadero—, sobre sus competencias narrativas. Y es que acudir desde el universo poético, del reino de la imagen y la metáfora certera y centelleante hacia el terreno del largo aliento, los contextos, descripciones y escenas necesarias a las que obliga una novela, no es una tarea para todos, ni para muchos…

Reitero, los he visto, con los ojos brillantes, sonriendo para sí mismos, emancipados de la realidad, soñando mundos…

Despido estas palabras de presentación con la nota de contracubierta que acompaña a esta primera obra narrativa de Velásquez, y que resume, de algún modo, su esencia:

La batalla de la luz y las sombras, los infinitos y posibles mundos que coexisten y acechan, la inmensurable realidad de un cosmos del que apenas conocemos un ápice, la humana fantasía, ante la que se inclinan, reverentes, los hombres y los dioses, el hechizo de la cambiante luna, el amor inmortal…, son algunas de las muchas bellezas que teje y desteje ante los ojos este rico relato de ciencia ficción y fantasía, donde se salva todo un universo gracias a la genética, la inevitabilidad del destino y la pasión más pura. No solo les acudirán alas a los seres que pueblan estas páginas, sino también a aquellos que se acerquen a ellas. Desde República Dominicana, y para el mundo, nace una saga, comienza a titilar una estrella, se alza un espíritu de sangre colmado de misterio, esoterismo, antiguas tradiciones y terribles poderes que retan a la imaginación. ¿Ya están listos? Alcemos, pues, el vuelo.

[1] https://heyeduardojose.com/diferencia-entre-fantasia-y-ciencia-ficcion/

[2] Eugenio García Cuevas, Odilius Vlack y la narrativa de ciencia ficción dominicana (Compendio de la conferencia ofrecida en el Congreso de Ciencia Ficción y Literatura Fantástica en el Caribe Hispano, llevada a cabo los días 3, 4, 5 de octubre de 2014, UPR, Puerto Rico, en: https://hoy.com.do/odilius-vlack-y-la-narrativa-de-ciencia-ficcion-dominicana/

[3] Elidenia Velásquez, Espíritu de sangre, Río de Oro Editores 2022, Santo Domingo, p.139.