A propósito del centenario de la partida de Franz Kafka, el famoso escritor checo, llamó recientemente mi atención una de sus frases relacionadas al público infantil: “Los niños son gente seria, no conocen lo imposible”.

Y a partir de esa premisa kafkiana, pretendo compartirles por escrito algunas ideas y reflexiones que se basan en lo que hasta ahora he podido leer, estudiar o aprender en distintos espacios y recursos didácticos especializados en literatura infantil y juvenil.

Los niños son personas en crecimiento constante y ese desarrollo cognitivo que va en progreso, esas miles de conexiones neuronales que se dan en territorio nuevo, es precisamente lo que puede hacer más complejo para un adulto tratar de entender sus formas de pensar, de expresarse y de interactuar con su entorno; así como sus gustos e intereses en cada etapa.

Abordar a un niño desde la literatura pasa por un proceso de reconexión con ese niño interno que todos tenemos, más esto requiere de mucha intención de desapego personal para poder salir por un momento de ese laberinto de la adultez que ya nos habita. Tarea esta, por cierto, poco sencilla cuando nos enfrentamos a criterios propios, normas sociales y una serie de lógicas/ilógicas que buscan imponerse –muy propio del adulto– en vez de proponerse desde la mirada infantil.

Gianni Rodari, escritor italiano referente en esta materia, exploraba estas posibilidades de la escritura de una forma diferente y lúdica; además contribuyó con guiarnos el camino a través de su libro Gramática de la Fantasía, un material invaluable para todo aquel que desee acercarse con mente abierta a desarrollar su escritura creativa.

Las propuestas de Rodari son múltiples. Deformar la palabra es una de ellas. Por ejemplo, agregándole otros prefijos o dando cabida al error que cometemos al momento de pronunciarlas, sobre todo los niños cuando aún no dominan algunos fonemas. Así, por ejemplo, podemos dibujar con una “piza” (p por t) en vez de con una “tiza” en una pizarra, lo cual tiene bastante sentido al no tratarse de una tizarra. ¿Lo ven?

Ahora estamos frente a una creación autónoma del niño, ha surgido una nueva palabra: tizarra. Del error involuntario, el niño genera su propio lenguaje para entender el mundo que lo rodea y sus reglas a partir de lo que conoce. Así, por ley de compensación, una tizarra se usa con pizas, al igual que una pizarra se usa con tizas. Un juego serio este, ¿no creen? Esto de forzar la palabra, explorarla y dominarla va más allá de lo lúdico.

¿Puede convivir la fantasía con la realidad? Yo diría que es totalmente necesario en los cuentos para niños. Algunos elementos de la realidad cobran más vida y significado a partir de la imaginación. La fantasía es el puente entre el mundo ordinario y el mundo ideal posible en nuestros pensamientos. Los temas que nos interesan pueden ser mostrados en la narrativa de una forma más sutil y entretenida, sin rayar en lo didáctico –a menos que sea el propósito inicial del texto– y con un sentido práctico que corresponda al rango de edad.

Volvamos al ejemplo inicial de la tizarra. Podríamos escribir un cuento que transcurre en los espacios de un colegio. En los salones hay tizarras de gran tamaño que las maestras usan con todo tipo de pizas para escribir sus clases. Las pizas son frescas, se usan nuevas a diario. Los niños tienen permitido comer las que sobran en el horario de recreo… pero hay reglas. En fin, se podría abordar el tema de la alimentación saludable de una forma entretenida, entre otros tópicos y valores que se deseen transmitir.

Otro aspecto de interés y transversal a la mayoría de los libros infantiles y juveniles es el recurso de la moraleja. Sea esta explícita o no, parte de la función del texto literario para este público será mostrar una enseñanza, ley de vida, consejo, verdad universal o advertencia. Y aunque algunas veces puede pasar desapercibida ante el mundo fascinante que propone la trama del relato o bien sea por el nivel de madurez del lector –requiriendo momentos de relectura–, el autor debe procurar que el fondo del relato conlleve a una reflexión o aprendizaje positivo que, junto a otros estímulos del entorno, irán influyendo y moldeando los comportamientos y valores futuros del niño y del adolescente.

Por último y en contraposición a la escritura –más no excluyente–, está la lectura. Despertar el interés por ella desde temprana edad favorece el hábito a futuro cuando sea requerido en el ámbito académico o ante el deseo autodidacta de aprender.

Adicionalmente, son numerosos los beneficios que trae la lectura a nivel cognitivo, social y afectivo para los niños y jóvenes, convirtiéndose este acto en un espacio recreativo, seguro y de aprendizaje para ellos, donde se sienten a gusto para pasar el tiempo y donde muchas veces priorizan estar.