La muerte en cuatro. Otra vez la muerte (Santo Domingo: Editorial Funglode, 2018), a pesar de su título, no es un libro sobre la muerte, aunque esta esté presente, nombrada o no, en cada uno de los textos que lo componen. Natacha Batlle (Hato Mayor, 1984), escribe un libro sobre el milagro de estar vivos, y lo hace desde la memoria, desde el extrañamiento de lo que se ve, de lo que se descubre. Y escribe con un lenguaje construido a partir de imágenes novedosas, extrañas diría yo, con el que invoca fantasmas, pájaros, ausencias. A partir de estos poemas se hace un inventario vital que, como la propia existencia, está acechado por la sombra oscura de la muerte.
Batlle inicia este libro biografiándose a sí misma y pienso en Juan Sánchez Lamouth y su carnet de identidad, en «Yografía» de Jeannette Miller o quizás en «Poeta, dicen las malas lenguas que soy» de Alexis Gómez-Rosa. Y en esa necesidad del poeta de nombrarse, de hacer notar que existe pero hacerlo desde su propia atalaya que es el poema. La poeta, en «Biografía» narra su nacimiento:
«Yo nací un lunes / el mundo resacado / a la hora más recia / todos eran sombra / de vísceras adornando la acera…»
Y más adelante en ese mismo texto vislumbramos a esa muerte que traspasa como una lanza este libro: «Nací con el filo del día / atorado en la garganta / con un pie sobre el mar / y otro sobre la tumba…».
Comienza entonces una sucesión de textos en los que una mirada llena de extrañamiento va trocando lo cotidiano en extraordinario, mostrando una especie de desasosiego por lo que le rodea: vida, muerte, nostalgia. Lo que fue.
En «Con la mano llena de pájar0s», se nos habla de esos «muertos que no se han ido», que pueblan entre estos versos, que trashuman aun estas calles pobladas de recuerdos.
A partir del primer poema hay un desfile de elementos presentes a todo lo largo del libro que configuran ese universo poético construido a golpe de memoria: mar, muerte, pájaros, ojo, mano, cuerpo, sombra, lluvia, luz son columnas sobre las que se edifica este decir.
Y esta edificado también sobre lo que no se dice, sobre el poder sugerente de los silencios. Textos tan breves como un haiku y con la capacidad de crear un universo a partir de lo que se calla. Por ejemplo, «Agujeros» que transcribo a continuación:
«Porque la noche se hizo martillo / y desde la muerte / las estrellas son esos agujeros / por donde perdimos los clavos».
Este libro es una pieza valiosa dentro de lo que se llama «la nueva poesía dominicana» y Natacha, sin duda, se convierte en una de las voces más potentes y creativas de esta hornada de poetas.
Luis Reynaldo Pérez en Acento.com.do