Ofrecemos a nuestros amables lectores una sucinta cronología con relación a los hechos que acontecieron en la época precolombina, anteriores a la llegada de Cristóbal Colón al mando de tres naves llamadas: la Pinta, comandada por Martín Alonso Pinzón; la Niña, bajo el mando de Vicente Yáñez Pinzón y la Santa María, comandada por el propio almirante Colón.

Al llegar a las tierras descubiertas, los españoles fueron recibidos por los indios con reverencias, rituales, ofrendas y danzas, de acuerdo a su religión, creyendo que sus dioses habían regresado.

El almirante Cristóbal Colón, ante este magno acontecimiento aprovechó el momento para bautizar la primera isla descubierta con el nombre de San Salvador.

Hay que destacar que en ese entonces en lo que hoy se conoce como la época precolombina, existían en Quisqueya cinco cacicazgos: Marién, situado en el noroeste; Maguá, que se encontraba en el nordeste; Jaragua, en el suroeste; el de Maguana, considerado el más importante de todos, ubicado en el centro, lo que hoy es la ciudad de Santo Domingo, y, por último, el de Higüey, en el sureste.

Estos territorios estaban controlados por los caciques: Guacanagarí, en Marién; Guarionex, en Maguá; Caonabo, en Maguana; Bohechío, en Jaragua, y Cayacoa en el cacicazgo de Higüey.

Un dato muy importante a reseñar es que los aborígenes llamados caribes, que no tenían lugar de asiento en la isla denominada La Española, ya que eran aventureros que venían de México y de zonas continentales, fueron los únicos que no le ofrecieron al almirante Colón y su comitiva ofrendas y rituales y, en cambio, los enfrentaron con flechas.

Ilustración que representa la danza ritual areíto, de los taínos.

Cuando Cristóbal Colón descubrió América el 12 de octubre de 1492, faltaban apenas ocho años para que apareciera en Europa, sobre todo en Italia, el Renacimiento: fenómeno que trajo una revolución artística y arquitectónica que transformó por completo la humanidad.

A partir de este proceso se inicia la primera fase de la época colonial, que origina una cadena de acontecimientos que afectaría las vidas de los indios, por lo que fray Bartolomé de las Casas y fray Antón de Montesinos salieron en defensa de estos y denunciaron los atropellos sufridos ante la Corona española, representada por Carlos V y su hijo Felipe II.

Hay que destacar también la intervención del obispo Rodrigo de Bastidas y Rodríguez de Romera que, durante su gobernación, y a pesar de su condición de inquisidor, pidió que se eliminara el tribunal de la Inquisición en la isla de Puerto Rico, y pidió además que se abrieran estudios de gramática para los jóvenes, así como el impulso que le dio a las obras de construcción de la catedral de San Juan Bautista, logrando que en 1544 se ejecutara una disposición del rey Carlos V, de poner en libertad a los indios.

Este proceso histórico no puede analizarse al margen del protagonismo del cacique Enriquillo, referencia obligada por su valor personal y espíritu de resistencia en la defensa de la clase indígena, víctima de los abusos más horrendos por parte de las autoridades españolas.

Prueba de esto es el motivo por el que Enriquillo es forzado a desertar en los dominios de su amo, el español Andrés de Valenzuela, hijo de Francisco de Valenzuela, quien falleció en la isla de La Española. A este Andrés de Valenzuela se le atribuye el acoso a la esposa legítima de Enriquillo, motivo por el cual el cacique, ante una serie de vejámenes en su contra y de su esposa Mencía, toma la decisión de rebelarse contra los españoles en la sierra de Baoruco, acompañado de un grupo de indígenas que vivían en la hacienda en calidad de amos de acuerdo al reparto de estos por parte del gobernador Alburqueque, y otros taínos que llevaban vida de alzados.

Refiere el destacado historiador-científico y académico Roberto Cassá que, visto su desarrollo, «la rebelión de Enriquillo es atribuible fundamentalmente a un contexto histórico que le daba vigencia, al igual que otras rebeliones que trascendieron, como las de Tamayo, Ciguayo y Hernandillo el Tuerto». Agrega que «lo básico a ese respecto radicaba en el colapso del sistema de encomiendas y el inicio de su sustitución por la esclavitud intensiva de africanos, todo lo cual se acompañó por una severa disminución de la población española, especialmente los vecinos de las villas interiores. El vacío, por lo visto, alentó espontáneamente ansias de rebelión que antes no podían expresarse». (Roberto Cassá: Los taínos en La Española, Santo Domingo, Editora de la UASD, 1974, pp. 125-126).

Dr. Roberto Cassá, director general del Archivo General de la Nación.

Sostiene Cassá que «esta viabilidad de la rebelión estuvo asociada, por otra parte, con el notable proceso de ladinización que arropaba la población indígena, que pasaría a tornarse minoritaria precisamente mientras se llevaba a cabo la rebelión de Enriquillo. En tal sentido, la rebelión tuvo por especificidad la de un colectivo indígena en rápido proceso de disminución cuantitativa y descomposición sociocultural, a causa del desarraigo de la mayor parte de sus integrantes de las comunidades tribales tradicionales». (Ibíd.).

Ante los atropellos por parte del gobernador Valenzuela, Enriquillo había denunciado su caso ante el gobernador de la zona, Pedro Vadillo, y, al no hacer nada al respecto, viajó a Santo Domingo para exponer la situación ante los jueces de la Real Audiencia, pero no obtuvo nada. Y esta es la razón por la que decidió levantarse en armas en 1519, en las montañas de Baoruco. Rebelión que se mostró siempre fuerte y por más intentos que hicieron el encomendero Valenzuela, Vadillo y el capitán Hernando de San Miguel, no consiguieron que los alzados depusieran las armas y se sometieran a los dictados de la Corona y de las autoridades coloniales.

Incluso, el obispo Sebastián Ramírez de Fuenleal, presidente de la Real Audiencia, intentó infructuosamente lograr la paz. Ante tantos intentos desfavorables, el rey Carlos V decidió intervenir directamente en el conflicto, y envió a Francisco Barrionuevo como capitán general, encargado de intervenir en la situación.

El 20 de febrero de 1533, Barrionuevo llegó a la isla, y en los meses siguientes se entablaron las conversaciones de paz que culminaron con un acuerdo avalado por el mismo rey Carlos V.

A partir de este acuerdo, Enriquillo y su gente se establecieron en Sabana Grande de Boyá. Posteriormente, el cacique se mudó con su esposa a Pueblo Viejo de Azua, donde murió el 27 de septiembre de 1535.

Por otro lado, durante la gobernación de Antonio de Osorio se produjeron las devastaciones poblacionales más severas y criminales al disponer la Corona española el traslado de varios pueblos ubicados entonces en la línea noroeste, conocida también como la Banda del Norte. Los citados pueblos eran: Montecristi, Puerto Plata, Bayajá y la Yaguana. Con estos traslados se fundó la ciudad de Monte Plata, como resultado de la unión entre Puerto Plata y Montecristi. La segunda ciudad formada fue Bayaguana, producto de la unión de Bayajá y la Yaguana. Durante el traslado de los citados poblados, la mayor parte de la riqueza ganadera fue diezmada al morir gran parte del ganado que era trasladado a esas ciudades por falta de comida, agua y cansancio.

Sin embargo, las autoridades españolas no pudieron llevar a las ciudades citadas una serie de puercos cimarrones, las viviendas y algunos inmuebles. Terminado el traslado, las zonas devastadas se convirtieron en rutas de contrabando por aventureros europeos, en su mayoría franceses, que se habían establecido en la parte oeste de la isla La Española, y pasado el tiempo fundaron la República de Haití. Como resultado de estas devastaciones se destruyeron los principales ingenios que funcionaban en la citada zona.

Estas rutas fueron aprovechadas por alemanes que, tan pronto llegaban a la isla, se dirigían a la parte oeste para vender biblias luteranas y hacer todo tipo de comercio.

Por otra parte, la Corona llevó a cabo en distintas zonas de Europa actos salvajes similares a los cometidos en la isla de La Española, en contra de judíos, portugueses y árabes (estos últimos ocuparon España por más de 700 años). Se recuerda la famosa carta de Juan de Padilla, cuando escribe:

A ti, corona de España y luz del mundo; a ti, que fuiste libre desde el tiempo de los godos y que has vertido tu sangre para asegurar tu libertad y la de las ciudades vecinas, tu hijo legítimo, Juan de Padilla, te hace saber que tus antiguas victorias van a ser renovadas con la sangre de su cuerpo. (A. Ferrer del Río (ed.): Decadencia de España: Primera parte: Historia del levantamiento de las comunidades de Castilla, 1520-1521, Madrid, 1850).

También hay que reconocer en cierta medida los nombramientos de parte de la Corona de gobernadores, arzobispos, frailes y oidores que fue positivo si tomamos en cuenta las numerosas obras que realizaron en la parte este de la isla.

Entre los gobernadores nombrados por la Corona cabe citar, además de Andrés de Valenzuela, Francisco de Valenzuela, Alburquerque y Barrionuevo; también a Bartolomé Colón (El Adelantado), Francisco de Bobadilla, virrey Nicolás de Ovando, Diego Colón, licenciado Cristóbal Lebrón, Luis de Figueroa, su hijo Rodrigo de Figueroa, Francisco Barrionuevo, Alonso de Suazzo, Sebastián Ramírez de Fuenleal y Alonso de Fuenmayor, con quien se inicia la segunda era colonial en Santo Domingo y en Concepción de La Vega, entre otros.

Por otra parte, para conocer a profundidad la vida y el papel desempeñado por el Almirante a partir del descubrimiento, debemos beber en la fuente del reconocido historiador español Salvador de Madariaga, quien, en un primer plano, nos indica que podemos imaginar a Christóforo Colombo como un joven genovés, nacido en una familia de tejedores y sastres sin fortuna, que sintió en su alma esa hambre de espacio que anuncia la ambición y el sentido de la grandeza interna.

«Sin revelarse a su ser consciente –pues los hechos más íntimos de nuestra vida están demasiado cerca de nuestra vista mental para que nos demos plena cuenta de ellos– esta hambre de espacio le llevó al inmenso mar, al mar azul que oía constantemente batir las playas y roquedos de su Génova natal; y ya desde los diez años comenzó a desertar los telares paternos y a frecuentar los botes pesqueros del puerto», indica. (Salvador de Madariaga: Vida del muy magnífico señor don Cristóbal Colón, Editorial Espasa-Calpe, Madrid, 1992, p. 62).

Agrega que tal fue la verdadera escuela de Christóforo Colombo: el mar, una guerra casi endémica, constantes ejemplos de valor, riesgo y aventura –cuadro bien distinto de los telares y tabernas que, influidos por una lectura demasiado literal de los papeles de Génova, sus biógrafos han venido pintando hasta ahora.

De acuerdo a Madariaga, «[…] después de cuatro o cinco años de grumete, terminaría hacia los catorce por adoptar de lleno la profesión marinera, embarcando en uno de los barcos corsarios que los de Anjou armaban contra Aragón». (Ibíd., p. 64).

En ese contexto refiere: «Aquí surge otra objeción: si todo esto es así, se nos pregunta, ¿dónde y cuándo aprendió las matemáticas, la astronomía y el latín? Donosa pregunta. ¿Dónde, en efecto? Porque, si desechamos como piadosa ilusión filial el aserto de su hijo Fernando que Cristóbal Colón estudió en la Universidad de Pavía, ¿cómo es posible que supiera nada quien nunca estuvo en una universidad? La ingenuidad patente de este punto de vista no impide que se halle tácito o expreso en más de una biografía de Colón, como si no fuera posible aprender fuera de las aulas, y como si faltasen pruebas de que Colón era autodidacta». (Ibíd., p. 141).

«Se da el caso de que Colón era a la vez muy astuto y muy cándido. Nada de contradicción: cándido por naturaleza, astuto por necesidad. Con singular candidez describe sus dotes y conocimientos, candidez más valiosa que toneladas de papeles notariales para quien tiene el oído mental a tono con la verdad humana: ´A este mi deseo hallé a Nuestro Señor muy propicio, y hube del para ello espíritu de inteligencia. En la marinería me hizo abundoso, de astrología me dio lo que abastaba, y ansi de geometría y aritmética, e ingenio en el ánima y manos para dibujar esta esfera, y en ella las ciudades, ríos y montañas, islas y puertos todo en su propio sitio. En este tiempo he yo visto y puesto estudio en ver todas escrituras, cosmografía, historias, crónicas y filosofía y de otras artes´». Así narra Madariaga con justificada razón y profundo enfoque analítico. (Ibíd., p. 142).

Sus planteamientos son de por sí valiosos porque no hay nada dejado al azar de su personalidad y de su amor por la marinería. Para el historiador español son estas palabras de Colón, que toma Las Casas de una carta a los Reyes Católicos; pero fray Bartolomé añade un comentario que aumenta todavía su valor como documento de primera mano para juzgar la educación del Almirante: «[…] abastaba porque tratando con hombres doctos en astrología, alcanzó dellos lo que había menester para perfeccionar lo que sabía de la marinería, no porque estudiase astrología.

Fray Bartolomé de las Casas.

Habida cuenta de que por «astrología» tanto Colón como Las Casas quieren decir astronomía (si bien, desde luego, con ribetes de astrología) estos dos textos constituyen un documento verídico y genuino sobre los estudios del gran Almirante que concuerda perfectamente con todo lo que sabemos de él tanto por el lado Colombo-Génova como por el lado Colón-España», sostiene.

Explica Madariaga que Colón sabía que los portugueses avanzaban hacia el sur por la costa africana para explorar las rutas comerciales orientales hacia el océano Índico y más allá. De la carta de Toscanelli a Colón se desprende claramente que este último tenía interés en hallar una ruta a China por el oeste: «Percibo vuestro ambicioso y magnífico deseo de navegar desde puntos de Oriente a Occidente (es decir, navegar a China rumbo oeste) –escribe Toscanelli–, de la forma que expuse en la carta que os envié (una copia de la carta al canónigo Martínez), y que quedará mejor demostrado en una esfera redonda».

En resumen, está claro que Toscanelli está ayudando a Colón en su objetivo de llegar a China por el oeste. Desde su punto de vista, luego de que Colón recibió el mapa de Toscanelli (capítulo 9, nota 1), en el que, efectivamente, aparece la ruta occidental a China tal como Toscanelli la había descrito. No obstante, también figura un continente desconocido (América) entre Portugal y China. ¿Qué habría hecho Colón con este continente nuevo? Probablemente, habría hecho todo lo posible por ponerle las manos encima. Era un hombre ambicioso, como sabemos por su pleito con el rey de España (pleitos de Colón).

Argumenta que en los «privilegios y prerrogativas» que Colón acordó con los reyes Isabel y Fernando, dieciocho años más tarde, antes de su «primer viaje» a América, Colón había abandonado cualquier intención de ir a China. Iba tras las tierras que habían sido descubiertas en el lado occidental del océano Atlántico.

 

Cándido Gerón en Acento.com.do