Querida Priscilla:

Desde Ciudad México te saludo. La última vez que nos vimos el siglo comenzaba y nos entrecruzábamos en los corrillos corporativos de la empresa donde ambas laborábamos. Recién supe que, en un escape heroico, te fugaste de las ecuaciones aplicadas a las artes literarias y nos dejaste al resto los oficios comunes.

Lo supe cuando tenía comprado el boleto de una obra basada en una novela, que mi amiga y colega abogada Dania Heredia insistía leyese. Mencioné en un chat que iba a ver “La abuela del Escorpión” del dramaturgo Manuel Chapuseaux, basada en un libro del que Dania no paraba de hablar, escrito por una amiga de ella. Fue cuando Elianna Peña me dijo: —Angélica, ese libro lo escribió Priscilla. Tú la conoces. Ella era economista para el tiempo que estabas de abogada en la empresa.

Para lo que conviene tengo una memoria prodigiosa, pero no funciona de manera automática, como las reglas de economía, es asociativa, se construye de variables y constantes. Al volver a verte en Instagram (no has cambiado nada) frases tales como, interconexión de redes, cargo de acceso, costo incremental a largo plazo y otras del dialecto de los negocios de las telecomunicaciones, reprodujeron anteriores conversaciones entre las dos.

Vi la obra, una formidable adaptación para teatro de la novela. La puesta en escena es una obra derivada por derecho propio del dramaturgo y su compañía de teatro estelarizada por la actriz Clara Morel, una estrella rutilante.

Adquirí el libro a la salida del Teatro de Bellas Artes de Santo Domingo y lo empecé a leer esa noche. Su lectura llega en un momento de gran conmoción personal, por lo que te traje con tu voz literaria, como mi acompañante de travesía en un viaje corto a Ciudad México, bastante más largo en meditaciones individuales.

Para cuidar nuestra economía familiar, mi esposo me consultó si podía reservar en la línea aérea que conecta a SDQ y MEX vía PTY o si prefería un vuelo directo para maximizar una estadía crucial. Elegí el camino más largo contigo. Mi ejemplar de tu novela “La cuna del escorpión” se llenó en el aire de subrayados, y mi mente de cavilaciones del tono abrillantado de mi marcador y tu prosa.

No voy a citar o a comentar tu trabajo, por el contrario, pediré que se te lea sin paradas de escala sobre mis asociaciones de ideas. Lo comando a los que pudiesen considerar que tengo buen criterio y a los que no. Poco importa lo que yo piense o destaque de tu libro a otros, pero a ti te digo que es una de las mejores novelas dominicanas que he leído, una narración poderosa y acaso el umbral de una nueva generación de letras dominicanas.

Me quedo con tus cálculos de pensamiento humanista acerca de nuestra identidad, no la nacional, sino la universal, de la resultamos los dominicanos apenas una variable.

Gracias por mostrar una ruta de escape sin tener que emigrar de Quisay. Me sentía un poco como Max Henríquez Ureña cuando era jovencito viendo a Pedro, su hermano prodigio, escaparse del padre y de las convenciones de una sociedad donde las costumbres aldeanas sobreviven con alto rango de imperio.

Lo vio irse a México, de donde yo regresé hace dos años, mientras por chiquito se quedaba a las orillas del Caribe, en oficios definidos por su progenitor, pensando si acaso podrá algún día irse también a reinventarse una identidad. Max alcanzó al hermano y participó con otros jóvenes de esa generación disruptiva, en el Ateneo de la Juventud.

Tu escape creativo me sugiere que la formulación de nuevas ecuaciones literarias quizás las pueda lograr una letrada de los tribunales de la República de Quisay sin salir de la isla ni del oficio común.

Con aprecio,

Angélica