A raíz de la conquista de las libertades democráticas tras la caída de la dictadura trujillista y el impacto de la revolución cubana, la sociedad dominicana se involucró de lleno en el proceso de democratización política. En la lucha por los espacios democráticos, las nuevas generaciones de artistas y escritores estaban en primera fila.
Para los jóvenes creadores la coyuntura política, en conjunto con la brecha generacional, les empujó a cuestionar el conformismo latente en todo momento. Pero esa joven vanguardia artística no hubiera existido sin el legado y el calor humano de las generaciones anteriores. En Memorias del autoritarismo, número especial de la revista Estudios Sociales publicado en el 2022 y editado por Neici Zeller, Raj Chetty reconstruye la escena cultural de la época al trazar algunas de las coordenadas en torno al contexto político e internacional:
"A los pocos meses del ajusticiamiento de Trujillo en mayo de 1961, Aida Cartagena Portalatín fundó una nueva editorial literaria, Brigadas Dominicanas, con una revista que publicó diez números entre diciembre 1961 y marzo 1963, además de una serie de libros. También existió una casa donde los escritores se sentaban a leer juntos, como en los salones literarios organizados en la década de 1920 en París por las intelectuales martinicanas Jeanne y Paulette Nardal y en la década de 1930 en Londres por la escritora jamaicana Una Marson. De hecho, esta editorial existía desde antes de la muerte de Trujillo como lo enfatizaba la revista Brigadas Dominicanas a través de sus números, al sacar poesías que circularon, pero no se publicaron durante los últimos años de la dictadura. Parte del proyecto de la revista era, por tanto, publicar trabajos que sirvieran como testimonio de la vida bajo los Trujillo y de las formas de resistencia literaria necesariamente encubiertas. Antes de emerger como Brigadas Dominicanas el grupo organizado alrededor del hogar de Cartagena Portalatín era conocido como Brigadas Clandestinas."
Y si bien antes los encuentros se efectuaban en la clandestinidad, ahora el miedo a disentir se disipaba, y paulatinamente, el intercambio de ideas y pareceres daba la cara al público. Estos debates públicos se llegaron a estructurar dentro del marco de una serie de lecturas poéticas y tertulias literarias organizadas por la Sociedad de Escritores Dominicanos (SED), el gremio de escritores surgido durante el período post-dictatorial. La SED fue constituida el 16 de noviembre del 1964 con la presencia de Grey Coiscou, Jeannette Miller,Roberto Marte, Jacques Viau, Pedro Caro, Carlos Esteban Deive, Mario Emilio Pérez, Luis Alfredo Torres, Lupo Hernández Rueda, Rodolfo Coiscou, Ramón Francisco, Ciro Coll, Abelardo Vicioso, Franklin Dominguez y Alberto Peña Lebrón.
Entre los grandes logros de la Sociedad de Escritores estaba el poder haber reunido en un mismo espacio las artistas y escritores de la Generación del 48 así como la nueva generación de escritores y artistas, la cual más tarde recibiría el calificativo de Generación del 60.
Fue un 14 de abril de 1965 (once días del estallido revolucionario de ese mismo año) cuando se llevó a cabo uno de los más importantes debates generacionales entre poetas, escritores y artistas dispuestos a debatir el porvenir de la creación artística versus el compromiso social en plena Guerra Fría. La ocasión fue la presentación de poemas de dos jóvenes escritores, Jacques Viau y Juan José Ayuso, cómo registra una nota periodística de Giovanni Ferrúa publicada en la página 2 del matutino Listín Diario.
Como indica la nota, “después que los poetas presentados [Viau y Ayuso] leyeron algunas de sus creaciones, se suscitó una interesante y acalorada discusión entre algunos de los asistentes”. Dada la creciente polarización política a raíz del golpe de estado de 1963 y la movilización de la clase trabajadora, la lectura poética se transformó en un espacio más de discusión por la democratización de la vida social y cultural del país.
En el encuentro, se disputaban dos generaciones en torno a la creación artística y el rumbo político a tomar. Pero no era solo una cuestión generacional más bien se trataba de un enfrentamiento entre dos visiones distintas ante la vida y la revolución social, ante la lucha de clases y la injerencia imperialista en nuestra América. Por un lado estaban los de la nueva ola y por el otro la generación pasada representada en la figura del escritor y músico Manuel Rueda quien no titubeó en expresar su desacuerdo con el uso del imaginario político en la poesía. Para Rueda la política como ingrediente poético era un “cliché” sobre la base de que ya existía la poesía social en el país.
Respondiendo a las provocaciones estéticas de Rueda, el joven escritor y revolucionario Antonio Lockward Artiles preguntaba al público “¿quién aquí tiene derecho a hablar como Pontífice de la poesía dominicana?”
El debate, abierto, caluroso y tenso, seguía su curso. Al tomar la palabra, Lupo Hernández Rueda (de la Generación del 48), respondía a Lockward Artiles con cierto aire de arrogancia diciendo que "nadie pretendía pontificar sino señalar defectos en beneficio de todos, incluidos los jóvenes [poetas] Ayuso y Viau”.
A seguidas, Rueda asumió el podio y argumentó sin pelos en la lengua que “es hora de dejar de hablar de miseria, hambre, sangre, metrallas…”
Mientras tanto el militante revolucionario y pintor Silvano Lora ripostó con una perla aguda y brillante: que también había que dejar de hablar de “los lirios caídos”.
“No, esas palabras pueden ser usadas en el momento preciso”, respondió Rueda. “Pero no como clichés; esas protestas del hombre de su época tienen su valor”. El músico y escritor finalizó con la siguiente interrogante que todavía es tarea pendiente para toda persona creadora: “¿pero por qué no tratar de ampliar el vocabulario?”
Además de la poesía social, otros temas que se debatieron fueron la negritud y la poesía criolla así como el racismo.
Algunas semanas después de este histórico debate, la revuelta popular del 24 de abril de 1965 así como la resistencia antiimperialista en contra de la invasión militar estadounidense, inclinaría la balanza a favor de los postulados de Lora y de los demás artistas comprometidos de la nueva ola. Indudablemente, el estallido de abril llevaría a artistas, escritores y a titirimundati a tomar posiciones claras, a pasar de la palabra a la acción.