Una llave radiante y esquelética cuelga de la puerta. De fabricación rusa, es la primera suposición de la doctora cubana a quien Helena acompaña todos los fines de semana como intérprete de kleyòl. La llave es una réplica ornamental pero por fortuna encontramos una llave maestra debajo de una maceta y ya estamos adentro.
A cada paso, las manos no dejan de sudar y nuestro ritmo cardíaco va en ascenso.
La mesa del comedor está atestada de montones de cartas, bocetos hechos en grafito, piedrecitas, flores disecadas, huesitos de cabra, libros (algunos sin portadas) de la editorial Novosti, periódicos (en varios idiomas) y ejemplares de Nouvelle Optique con anotaciones.
Justo debajo de toda esta montaña de variaciones de palabras, entonaciones e ideas encontramos un diario. Pagina a pagina, comenzamos a revisar, a desentrañar desmesuradamente la visión íntima del lenguaje y la vida. De pronto nos damos cuenta que no todo está dicho: faltan algunas páginas en el inventario y no nos sorprende encontrar un diario incompleto; sabemos que los diarios no mienten porque en ellos se esconde una metáfora colectiva. Es nuestra Marie Ourika a nuestro entender partiendo de lo que nosotros hemos visto a nuestro alrededor.
Detrás de una pintura enorme plasmada en un lienzo medio desnudo y posiblemente de algodón, hay una puerta oculta: ahora recuerdo, es el pasillo que habías mencionado aquella vez mientras nos hablabas de tus orígenes. Al comienzo sentíamos miedo pero eso fue solo al comienzo porque ya hemos perdido el miedo luego de nuestra observación inicial la cual arroja lo siguiente: los cimientos de madera de esta casa son tan fuertes como las paredes de cualquier edificio fortificado, de esos que todavía siguen intactos en el centro de la ciudad tres semanas después del terremoto.
La doctora cubana abre la puerta, desciende por una escalera y procedemos a hacer lo mismo, nuestros ojos inspeccionan un corredor al final del cual confluyen dos senderos de varias millas de distancia: por un lado, hay una calle de adoquines, según el mapa, ese camino conduce a una iglesia vacía; luego nos percatamos que sus paredes habían sido profanadas con sangre. Y por el otro camino hay una calle empedrada y al final vemos la fachada de lo que alguna vez fue un burdel.
De vuelta al interior de la casa, decidimos estudiar el cuadro enrollado: yace en un rincón polvoriento de la habitación. El develamiento se vuelve en una suerte de ritual, es tan emocionante y tan estimulante a la vez. Pero, ¿cuál es el significado de todo esto después de un terremoto de tal magnitud? Helena mira alrededor del estudio, toma una respiración profunda, está a punto de exponer su breve reflexión: el esbozo de una hipótesis abierta basada en el trabajo estético de M. Ourika:
“El trabajo estético de Ourika conduce a una perspectiva innovadora en torno a la teoría de la flor como utopía. Vemos la representación de un jardín, por un lado realista y por el otro ficticio. Pero en realidad no es un jardín más bien es un registro cartográfico guiado por el insondable humanismo de la artista, contradiciendo el proyecto colonialista europeo al no representar un terreno con fines de apropiación o conquista o fuentes de materia prima destinada al negocio mercantilista. Donde los cartógrafos de la colonia podrían haber representado un puerto, la artista hace una intervención (glitch) al representar una costa oceánica habitada por vida marina prehistórica.
“El lienzo retrata el concepto de la esperanza representado en esta ocasión por un grupo de infantes, y al final de cuentas, también simboliza la esencia juvenil de la sociedad haitiana. Pondré como ejemplo una caminata en horas de la mañana o por la tarde en Port-au-Prince y verás una gran multitud de gente joven en todas partes laborando en pequeños negocios informales, caminando al trabajo, a la escuela, a clases de baile y de arte, haciendo compras, parejas y amistades caminando abrazados o agarrados de la mano.
“Las flores en la pintura representan seres humanos, y me atrevo a decir, algunos elementos de ternura; hay referencias ocultas al coeur du pays national, algo así como el sentimiento nacional. Observa la rica saturación roja de los claveles representando tanto la sangre así como el Día de la Emancipación.
“Los hombres vestidos de traje son en realidad arquetipos, en definitiva, gente de afuera, extranjeros estudiosos que investigan, piensan y escriben acerca de Haití pero nunca miran hacia atrás para curar las heridas del país caribeño ni ofrecen una mano amiga acompañada de palabras de aliento y apoyo. Claramente, esta escena en particular es una crítica que desenmascara a los mercaderes de la historia revolucionaria y tienden a vivir en el pasado o se preocupan poco por el presente o el futuro del país o la resistencia del pueblo en la actualidad.
“La viñeta de los sombreros de copa (oh, los sombreros de copa) que visten las figuras obesas sentadas en un tablero es básicamente la representación o resumen en pocas palabras de la división clasista y el poder jerárquico en la sociedad caribeña. Es una verdad universal y es la típica escena en Santo Domingo o en Haití; la temática es bastante notable para una pintora que se concentró —no todo el tiempo— en resaltar el lamento criollo y la flora local.
“El color amarillo juega un papel central, es sumamente vistoso, sin duda alguna los pétalos amarillentos capturan el encanto de la vida en tierras trópicales. Sus obras tienen un aire decorativo, y a la misma vez, nos hacen recordar que el arte es esencialmente político. Y que la política es arte. Pero su arte no cae en meras proclamas políticas. De hecho, la obra de Ourika no renuncia en ningún instante a la belleza ni la sustituye por el dogma.”