A las 8:43 Wagner A entraba por la puerta del tren en la estación localizada frente a la universidad. Todos lo veían entrar a esa misma hora pero nadie lo veía salir. Se quitaba la gorra, echaba un vistazo a su alrededor y luego se perdía en el umbral oscuro.

Antes, a las 8:36, en la cafetería se tomaba un café capuchino sentado a la ventana que daba a la calle donde el tren pasaba veloz, encendía un cigarrillo y dejaba escapar una bocanada de humo azul claro. Hacía una llamada y después recorría impaciente la cafetería, esperando las 8:43.

Del otro lado, al mismo tiempo, en la sala de recepción, Wagner B también esperaba las 8:43 para entrar por la puerta del tren y perderse entre los viajeros. Lo mismo hacía en el salón de eventos de la academia Wagner C. Tres Wagner esperaban la misma hora.

A las 7:30 Wagner A ni siquiera había salido de la casa con rumbo al campus universitario. Se peinaba la melena negra heredada de su abuelo paterno y se dirigía al automóvil que lo llevaría al campus como ayer. Tomó el taxi. Debía llegar antes de las 8:36 para que le diera tiempo de tomar el café. A esa hora ya Margaret estaría pulsando la palanca de la máquina para echarlo en un vaso térmico. Todo debía ser justo a tiempo, como estaba programado para poder tomar el tren a las 8:43.

En la sala de espera Wagner B ve a Margaret cuando pasa ligera camino de la cafetería donde ella preparaba el café capuchino. Era el momento cuando debía pararse del asiento y recorrer la sala de espera para hacer el tiempo perfecto. Así lo hizo. Las 8:35, el tren pasó veloz y miró su reloj pulsera. No era la hora exacta para el paso del tren, se adelantó ocho minutos. Para Wagner B eso no estaba bien. Volvió a mirar su reloj pulsera, las 8:36. La duda lo envolvía. Para colmo Margaret se devolvió, pasó de nuevo frente a él en sentido contrario. ¡Margaret debía estar colando el café capuchino a esta hora! Había un lapsus en el tiempo. Al menos eso le pareció, no se resignaba haber perdido el tren.

En el salón de eventos Wagner C se paraba del asiento después de ver a los actores interpretar a Otelo. Miró su reloj pulsera y marcaban las 8:30. No tenía prisa, faltaba tiempo para el paso del tren como de costumbre, a las 8:43. A las 8:41 pasó. Lo vio a través de la puerta de vidrio, parecía un gusano blanco atravesando la ciudad.

Wagner A se había tomado el café capuchino y le dio un beso a Margaret, vio llegar al tren. A las 8:43 atravesó la puerta. El umbral esta vez era más oscuro. Wagner sintió romperse en pedazo. Fue una sensación extraña, como lo fue cuando aparecía multiplicado cientos de veces, para volver a salir de la casa, esperar el café capuchino que le serviría Margaret y luego atravesar la puerta a las 8:43.

El tren de Wagner A nunca se adelantó. Pasaba justo a la misma hora. Siempre.

Domingo 24 de marzo de 2024

Virgilio López Azuán en Acento.com.do