Ante el panorama descrito, parecería que nuestros políticos, ¡qué digo!: nuestros vividores de la política, no tienen idea ni conciencia de la importancia del arte en la sociedad. Y es así. Son individuos pérfidos, capaces de superar por mucho la desvergüenza del tigueraje callejero. La historia de la mayoría de nuestros políticos está relacionada con el robo y el crimen, y con el desprecio de todo aquello que sirva para promover el orden, la justicia, la inclusión y el progreso. Por tanto, es fácil colegir que para los activistas del mercantilismo, el arte no vende, razón por la cual (entre otras, por supuesto) no debe ser apoyado. Y en efecto, no hay en la práctica ninguna acción destinada a promover a nuestros creadores.

Entonces cabe preguntar, ¿para qué existen las escuelas de enseñanza artística? ¿No son ellas las responsables de formar a  nuestros futuros creadores? Pero ¿para qué los formamos si no les vamos a facilitar las herramientas necesarias para su labor creativa? Interesante pregunta, que amerita una respuesta inmediata.

En el caso de la enseñanza teatral, por más esfuerzo que haga el cuerpo docente en darle al estudiantado una educación teatral de primer orden, siempre habrá un bache que retratará los niveles asombrosos de nuestro subdesarrollo, estigmatizado por políticas erróneas establecidas desde el año 1844 hasta los tiempos que corren. Así, como en décadas pasadas, muchas de nuestras poblaciones no tienen centros escolares dignos; ni siquiera tienen un médico que atienda enfermedades primarias.

Llama la atención que las protestas más frecuentes del pueblo son por el arreglo de una calle, de un puente, de una cañada, de una escuela que empezaron a construir y lo poco que hicieron está ahora debajo de un yerbajo. ¡Qué lástima! ¡Qué pena!

Es en este contexto que se forman nuestros artistas y por eso no pueden tener una formación de primer orden, ya que el contexto en sí afecta a la sociedad en su conjunto, contaminándola con los efectos más visibles del atraso: analfabetismo, insalubridad, desempleo, hacinamiento, caos por doquier, y claro, la vulgaridad y el ocio presentes en las huellas de la cotidianidad.

"… prefieren peloteros, merengueros y bachateros o activistas de los politicastros con la esperanza de que “el muchacho se abra paso en la política y resuelva sus problemas de vida en poco tiempo”

La sociedad lleva a nuestros estudiantes de arte a deformarse antes de tiempo. Son atraídos por la trivialidad implícita en las ofertas que sirven de entretenimiento a una población capaz de reír o llorar por cualquier disparate, y como no tuvieron a su alcance una formación ideológica que les sirviera de muro de contención contra los falsos valores, porque el cuerpo docente adolece en parte de la misma, no duda en caer en las trampas del simplismo, que  es la tendencia a ver las cosas más simples de lo que son en sí. El simplista procede a ver solo lo común de los objetos o representaciones y aun a veces lo que solo interesa a su particular punto de vista.

Está claro, entonces, que las escuelas de formación artística auspiciada entre comillas por el Estado, son una farsa y están en el abandono, y lo que logran es gracias, está dicho, al esfuerzo mostrado por sus respectivos cuerpos docentes.

En definitiva, lo que se busca a nivel oficial es que los egresados de esas escuelas se unan al declive de una sociedad presa de lo repetitivo, alejada de todas aquellas ideas que puedan parecer transformadoras.

Quienes llegan al poder en base al soborno y a todo tipo de maniobra fraudulenta solo pretenden que nosotros sigamos su ejemplo porque de esta manera perpetúan el oscurantismo. Podríamos llamar a esto Filosofía de la Destrucción Moral, y no estaríamos equivocados.

La vejación al arte y a sus creadores ha sido y es tan brutal que hasta hace poco tiempo era normal escuchar en boca de algunos compañeros teatristas que preferían dedicarse a cualquier otra cosa y no al teatro porque cuando solicitan apoyo para su producción solo encuentran indiferencia y humillación. Ante tales conductas, son pocas las familias que aceptan de buena gana que sus hijos estudien teatro: lo prefieren peloteros, merengueros y bachateros o activistas de los politicastros con la esperanza de que “el muchacho se abra paso en la política y resuelva sus problemas de vida en poco tiempo”.

Haffe Serulle en Acento.com.do