Tras el llamado a audición en la Escuela Nacional de Arte Dramático (ENAD), se presentan decenas de jóvenes aspirantes a ser artistas del teatro. Responden al llamado con una ingenuidad asombrosa y con un desconocimiento acerca de la historia universal del teatro y de su importancia en el desarrollo social de los pueblos que desconcertará al jurado y lo inducirá a preguntarse cómo es posible que jóvenes casi bachilleres y muchos que cursan carreras universitarias no sepan contestar preguntas elementales acerca de la evolución del teatro y que nunca hayan visto además una obra teatral de un dramaturgo dominicano.

Los jóvenes que asisten a estas pruebas no han leído siquiera una obra de teatro de un autor universal y confunden la labor teatral con esas comedias de mal gusto que suelen  pasar por algunos canales de televisión. En sentido general, su formación intelectual es nula.

No obstante -y esta absurdidad sí que nos asombra-, en poco tiempo, digamos tres meses, esos mismos jóvenes han dado un salto cualitativo que nos deja anonadados a todos. ¿Cómo es posible que con tanto desconocimiento se produzca de pronto un hecho tan significado en la vida de estos jóvenes?

Esto acontece en gran medida porque al margen de que el Ministerio de Cultura y la Dirección General de Bellas Artes muestran poco interés en el desarrollo de todas las escuelas de arte, en la ENAD convive un grupo de profesores que decidió hace tiempo echar una batalla a campo abierto en contra del atraso en que se encuentra el teatro en nuestro país y darle una formación integral a los estudiantes, más allá de lo establecido incluso de lo que demanda su programa académico oficial. El resultado es halagüeño: los dramaturgos, directores, actores, escenógrafos, etc. de hoy son egresados de la ENAD.

Muchos se desvían en el camino y se van por lo más fácil, pero hay otros que han decidido establecerse como verdaderos creadores y luchan por imponer su personalidad artística, a costa de ser rechazados por el mercantilismo imperante en nuestra sociedad.

Enseñar teatro en estas condiciones es una misión titánica, y es lo que hacen los profesores de la ENAD, como un claro desafío a la incomprensión del Estado dominicano: obsoleto en su contenido y forma, como es el teatro que quieren imponernos.

Hemos de esperar que estos últimos no se cansen y enfrenten hasta donde sea necesario a quienes patrocinan la frivolidad. No les será fácil el desafío porque nuestra sociedad está fundamentada precisamente en la fruslería, cuando debería ser todo lo contrario. Absurdo, ¿no?

Entonces, ¿qué hacer a partir de una realidad que nos niega el derecho a desarrollarnos intelectualmente y nos impide una búsqueda creativa, que de echar frutos beneficiaría a la sociedad en su conjunto?

Somos víctimas de una propaganda ideológica nociva, enajenante, que encubre sus garras fatídicas en programas televisivos enlatados, en filmes de pésima calidad, en telenovelas denigrantes, carentes de sentido estético, y en programas radiales que dañan la mente y el espíritu. ¡Y qué decir de la prensa escrita en poder de banqueros y de audaces empresarios! ¿Acaso no hemos visto cómo los periódicos más importantes del país se han transformado en folletos comerciales, que junto a una supuesta información nos incentivan al consumo más allá de nuestras propias necesidades?

Enseñar teatro en estas condiciones es una misión titánica, y es lo que hacen los profesores de la ENAD, como un claro desafío a la incomprensión del Estado dominicano: obsoleto en su contenido y forma, como es el teatro que quieren imponernos.

¿Cómo es posible que al cabo de 178 años de presunta vida republicana ninguno de nuestros gobiernos se haya ocupado de proporcionarle a la población los elementos básicos para la subsistencia material y para el triunfo del bien sobre el mal?

Ciertamente, el Estado dominicano ha sido indiferente al desarrollo cultural del pueblo, por lo que adolece de una política dirigida a prestigiar nuestros valores culturales y a colocar en el sitial que corresponde a quienes se ocupan de rescatar nuestra idiosincrasia y elevarla a imágenes y lenguajes artísticos que nos permitan crecer sobre bases sólidas.

Puesto que nuestros gobiernos jamás se han ocupado de desarrollar la educación artística en las escuelas públicas ni de establecer una red de escuelas vocacionales  donde se formen nuestros futuros creadores, hemos de hacerlo nosotros mismos, pese a la extraña absurdidad manifiesta en una acción como esta, que demanda, además de capacidad, de un esfuerzo infrahumano.

 

Haffe Serulle en Acento.com.do