Establecer un correcto sistema de enseñanza teatral en República Dominicana es difícil porque somos una sociedad muy atrasada. Pensemos que todavía tenemos serios problemas con el abastecimiento de agua potable y energía eléctrica, y una marcada deficiencia en la educación y la salud.

En realidad, arrastramos nuestros males desde la supuesta fundación de la República hasta nuestros días porque no hemos tenido la posibilidad de que los seres más puros y preparados de nuestra sociedad asuman la dirección de la cosa pública.

A nuestro entender, sería absurdo hablarle de enseñanza teatral a una población que ha sido desconectada del arte desde tiempos inmemoriales y sumergida en falsos valores éticos y estéticos, y que vive el día a día pensando en su miseria, cuyo origen no logra comprender

Por eso, antes de adentrarnos en un tema tan singular como el anunciado, debemos referirnos, aunque a modo de una pincelada discreta, al desarrollo económico y político prevalente en nuestro devenir.

Así pues, comencemos diciendo que arrastramos un capitalismo tardío desde mediados del siglo XIX, que ha dejado en nosotros un sabor amargo, ha penetrado nuestra sangre, y pretende ponerse el disfraz de un desarrollo económico próspero: para ello se vale de construcciones lujosas que adornan el casco urbano de algunas ciudades y encubren la pobreza existente.

Los jóvenes que adquieren cierta destreza en el conocimiento son aquellos que hacen un esfuerzo personal o salen formados de los poquísimos centros escolares que satisfacen en parte lo demandado por una educación objetiva, seria y participativa.

Como es falso el progreso, el caos se expande sin control y quienes se nutren de lo ilegal y de la práctica política deshonrosa muestran sin decoro riquezas impensables.       Aquí lo importante es la osadía, no la educación como soporte de un verdadero desarrollo humano. Ser osado es atreverse a delinquir sin temor a ser juzgado, y son precisamente los osados quienes han diseñado y dirigido el sistema educativo en República Dominicana.

Recordemos que nuestro primer Presidente fue un hatero semianalfabeto, y que tras él obraban grupos sociales prohijados por los cánones de la corrupción y el crimen, que usarían el Estado para multiplicar sus riquezas personales, sin importarles un comino el futuro del pueblo: esta situación la vivimos hoy con la misma crudeza que en los tiempos de Pedro Santana.

En los archivos del Ministerio de Educación reposan cientos de miles de folios concernientes a proyectos para mejorar la educación básica, y ninguno de esos folios sale a la luz pública. Si conociéramos el contenido de dichos documentos, en los cuales se ha invertido millones de dólares, comprenderíamos hasta dónde se pretende manipular los designios del pueblo por medio de propuestas y textos escolares apartados de las cuatro etapas conocidas en la historia de la Epistemología: Delimitación de un tema de investigación, revisión analítica de fuentes y elaboración de un estado de la cuestión, formulación del problema de investigación, desarrollo de perspectiva teórica.

Nuestros bachilleres se gradúan desvinculados del conocimiento práctico, apartados del raciocinio, que es la razón, facultad de la mente que permite aprender, entender, razonar, tomar decisiones y formarse una idea determinada de la realidad.

El arte, la creatividad, no existen en los programas educativos como formas esenciales del aprendizaje, sino como algo pasajero que ha de hacerse para justificar presupuestos millonarios que van a parar a los bolsillos de vulgares mercantes.

Los jóvenes que adquieren cierta destreza en el conocimiento son aquellos que hacen un esfuerzo personal o salen formados de los poquísimos centros escolares que satisfacen en parte lo demandado por una educación objetiva, seria y participativa.

Al pensar en esto, se queda uno boquiabierto, y hasta quizá espantado. Nos pasamos doce y trece años asistiendo a centros escolares llamados a nutrirnos de un sinnúmero de conocimientos, y vaya sorpresa: terminado el proceso de formación, nos damos cuenta de que no sabemos leer ni escribir correctamente, y que durante esos años no leímos ningún libro importante ni participamos en eventos artísticos identitarios.

Ante esta realidad, que para nada exageramos, plantear una enseñanza teatral al servicio del desarrollo social, parecería absurdo, mas no debemos asombrarnos porque nuestra sociedad ha estado estigmatizada por la absurdidad.

 

Haffe Serulle en Acento.com.do