1.- La entrevista a Delfín Álvarez en torno a la muerte de Enrique Blanco
La propaganda del régimen se encargaría de aderezar muy bien la narrativa de que la muerte de Enrique Blanco- que cabe decir estuvo más de tres años fugitivos sin que la temible maquinara persecutora pudiera causarle un rasguño- se encargaría de promover su caída como reafirmación de la “paz de Trujillo”; de ese “nuevo estado de cosas” en que, conforme sus valedores, “no tendrían cabida las acciones disociadoras propias de la montonera levantisca”.
A pocos días de la muerte de Enrique Blanco, el periódico “La Opinión” publicaba una entrevista a Delfín Álvarez, su supuesto matador, entrevista que fue reproducida por el prestigioso periódico Santiagués “La Información”.
No se precisa poseer dotes analíticas superiores, para advertir que la misma estaba orientada a canonizar la narrativa del régimen en torno al controvertido personaje y a dejar sentado en el ánimo público la forma en que se propuso proyectar su muerte.
Se transcriben, a continuación, fragmentos fundamentales de la referida entrevista:
-Cuéntame cómo fue que te tropezaste con Enrique Blanco. Comenzamos a interrogarle, poniendo en nuestras palabras un dejo de compañerismo y de confianza.
–Bueno: Le voy a contar, pero no quiero que sea como los otros periodistas que me preguntaban dos líneas y después ponían lo que le daba la gana. Ninguno puso la cosa como fue!
-Pierde cuidado- y le prometemos ser fieles, solamente variando un poco la pronunciación y construcción de su relato.
–Bueno. Fue como las cinco de la tarde. Yo vivo en una sección de Moca que se llama Aguacate Arriba. En ese momento dejaba el rancho y me metí para el conuco, cambiando de pasto a un burro. Entonces me salió de sorpresa ese hombre y lo primero que me dijo fue: YO SOY ENRIQUE BLANCO.
–Y no te asustaste?
–Por qué? Yo no tengo miedo…Entonces me hizo preso, con el revolver en la mano.
Me amarró y me echó por delante. Así anduvimos como hasta las diez de la noche. Una noche no muy oscura pero grimosa. Como a las diez ya estábamos medio cansados y él se paró y me soltó.
Entonces me dijo que tenía que ir con él donde Luis Cabral, el dueño de una finca, un hombre rico para quitarle mil pesos para él armar una revolución. Yo le digo que sí hasta ver si podía desquitármelo de encima, írmele o algo. Tuvimos hablando, hablando, hasta que me dijo que ya éramos amigos y compañeros y que teníamos que andar juntos.
Entonces nos medio acostamos pero él no dormía por desconfianza y yo porque le tenía miedo. Pero, cuando yo noté que él estaba medio “transido”, le saqué el revolver con mucho sigilo…y le pegué el tiro en la sien, bien “acomodao”.
-Y no se movió ni habló?
–No. Lo único que hizo fue “etiricarse”. Entonces yo me mandé como hasta diez varas castellanas y tuve como quince minutos a ver si se movía, entonces volví y vi que estaba muerto.
-¿Y por qué no creías que estaba muerto?
Yo tenía la noticia de que era muy brujo y no estaba seguro de que lo había matado. Decían hasta que estaba ensalmado y que tenía siete vidas.
–Entonces?
Fui donde el Alcalde Pedáneo de la sección, Pedro García, y le dí parte. Volvimos con un amigo llamado Zacarías Lantigua y después que el Alcalde comprobó que era cierto fuimos a Moca, donde Enemesio Bencosme, quien nos llevó donde el Capitán del E.N. Después nada más hubo que irlo a buscar”.
Hasta ahí la versión dada por Delfín Álvarez en torno a la muerte de Enrique Blanco, la cual está muy lejos de ser unánime, como se verá en lo adelante.
Adviértase, entre tanto, que ya en el desarrollo de la entrevista aflora una manifiesta contradicción difícil de encajar en el relato y en el contexto mismo en que se fue construyendo en el Cibao la leyenda que aún hoy predomina en sus comarcas en torno a tan legendario personaje.
Cuando en un primer momento, el entrevistador pregunta a Delfín que si no experimentó temor tras Enrique Blanco revelarle su identidad, el entrevistado lo niega, afirmando rotundamente: “Yo no tengo miedo”, pero más adelante se contradice al decir que ya en la noche, no dormía él ni tampoco Enrique Blanco, este último por desconfianza y él porque “le tenía miedo”.
¿Y es que existía algún campesino en los campos del Cibao, que tras escuchar el nombre de Enrique Blanco no experimentará en lo más profundo de su ser una sensación paralizante de espanto y de pavor?
2.- Otras versiones sobre la muerte de Enrique Blanco desmienten la presentada por el régimen
Referente a las versiones del desenlace final de Enrique Blanco, Ubiñas Renville, ya citado, recogió la que en la carretera del Mogote le ofreciera el Señor Bertico García, un anciano campesino que conoció muy bien a Enrique Blanco y fue testigo de sus legendarias andanzas.
Conforme el relato de Don Bertico, fue Enrique Blanco quien le dijo a su supuesto matador lo siguiente:
“Delfín mátame, mira como estoy, y el que me mata a mí consigue cuarto”; y este le respondió: “No, mátese Usted”; que entonces este se fue y se puso debajo de una mata de cana y se tiró en la sien derecha, por lo cual Delfín, que estaba un poco retirado corrió, lo encontró inconsciente moviendo las piernas, le quitó el revólver, y le dio dos balazos más,“ cosa que él sabe porque estaba cerda de la familia de Delfín”.
Concordante con esta versión, fue la ofrecida por Manuel Antonio Blanco, primo de Enrique, quien al respecto consignó en 1962: “…es de conocimiento público que a Enrique Blanco no lo mató Trujillo ni nadie, se mató él mismo disparándose un balazo en la sien, así fue encontrado por alguien a quien él mismo se encargó de hacer figurar como su matador, para que así pudiera obtener el gran premio que ofrecía Trujillo por la cabeza de quién lo hacía temblar”.
Otra versión señala que cuando Delfín fue donde Pedro García, el Alcalde Pedáneo y Don Nemesio Bencosme, y ambos se dirigieron con él hacia el lugar donde estaba el cadáver, diciéndoles que lo había matado, tras verificar los dos acompañantes que el mismo tenía un solo disparo, dijeron a Delfín que arreglara mejor su historia, pues “Enrique Blanco no era hombre de matarse con un solo tiro”.
3.- Peripecias y vejámenes de la familia de Enrique Blanco en la era de Trujillo
Otro de los mitos que circularon tras la muerte de Enrique Blanco, fue la supuesta “ protección” que Trujillo le brindara a su familia y descendientes, una forma edulcorada de mostrar al Trujillo generoso y noble, que aún sintiéndose desafiado, como rezaba la retórica del régimen, no cesaba de “ prodigar a raudales sus gestos de magnanimidad”.
En 1962, Manuel Antonio Blanco, primo de Enrique ya citado, en carta dirigida a Rafael F. Bonnelly, en su calidad de Presidente del Consejo de Estado, haría referencia al trato inmisericorde y despiadado dado por el tirano y su régimen a la familia de Enrique en su natal Monte Adentro tras efectuarse su deserción del ejército y su posterior alzamiento. Es una historia triste de asesinatos, incendio de hogares, saqueos, torturas y encarcelamientos.
Eugenio Blanco, progenitor de Enrique, fue cruelmente asesinado al igual que sus hermanos Mayía, Moreno y Eugenio, luego de que fueron saqueados e incendiados sus hogares.
Lo mismo sucedió a su primo hermano Juan Blanco, el cual sufrió prisión y tortura hasta el momento de la muerte de Enrique, siendo su pecado, haber brindado escondite en la montaña a su hermano Puchulo junto a Churo Blanco, el único hermano de Enrique que pudo escapar a las garras persecutorias de la tiranía, viéndose las viudas obligadas a buscar refugio, para poder sobrevivir, en casa de familiares.
De igual manera, durante la era de Trujillo, a todo familiar de Enrique Blanco le fue impedido su ingreso al Ejército. Tal fue el caso de un sobrino de Enrique, quien intentó ingresar falseando su apellido, siendo dado de baja inmediatamente fue descubierto y no sin antes ser víctima de indecibles vicisitudes y persecuciones.
4.- La leyenda de Enrique Blanco inmortalizada por el merengue y la poesía popular
Ya antes de su muerte, como anteriormente se explicara, Enrique Blanco era en todo el Cibao un personaje de leyenda. En sus feraces comarcas corrían de boca en boca las hazañas del desertor rebelde, que afrontando peligros, solitario y desafiante, enfrentó durante más de tres años el inmisericorde asedio de la tiranía.
Y como ya avanzáramos, en la perpetuación de las hazañas del combatiente fugitivo jugarían papel de primer orden los cultores de nuestro ritmo vernáculo por excelencia.
A este respecto, Don Rafael Chaljub Mejía, consagrado investigador de las esencias y vicisitudes históricas de nuestro ritmo vernáculo, consigna que fue el legendario acordeonista santiagués Don Ñico Lora, siempre atento a repentizar en versos y acordes memorables los variopintos sucesos acaecidos en Santiago y el país, el autor del merengue “Enrique Blanco”, el cual Chaljub, con su autorizado criterio, cataloga como ejemplo destacable de lo que denomina “merengue de leyenda”.
El mismo iniciaba con los siguientes versos:
El nombrado Enrique Blanco/
De la guardia se escondía/
Y a los pobres campesinos/
Donde quiera le salía/
Trujillo estaba en su puesto/
Cuando el parte le llegó/
Que subieran la bandera/
Que Enrique Blanco murió/
A este respecto, refiere Chlajub una particularidad interpretativa del referido merengue, compuesto por Ñico, y que también haría popular el virtuoso acordeonista Chichito Villa y su trío seibano: “…como para ponerlo más a tono con la época, se tocaba entonces con toda marcialidad, con la imitación de un redoble de tambor hecho por el tamborero y un toque de diana a cargo del acordeonista”.
Tras la muerte del tirano, el eximio acordeonista, oriundo de Nagua, Tatico Henríquez, con la destreza y agilidad interpretativa que le eran propias lo mismo que con su vocalización insuperable, grabó una nueva versión del merengue “ Enrique Blanco”, de la autoría de Ñico Lora, rescatando de este modo del olvido tan afamada composición.
Dicha versión, aunque respetando en sus rasgos generales el patrón rítmico de la versión original , fue modificada sustancialmente en sus letras, alejándose un tanto de los estigmas que el régimen difundiera en torno a Enrique Blanco. En la versión de Tatico:
Cuando la guardia salía/
Se ofrecía a todo lo santo/
Poi si acaso se topare
Con el toro Enrique Blanco/
Posteriormente, en 1978, el notable merenguero Wilfrido Vargas, haría especialmente popular la primera versión orquestal del merengue “Enrique Blanco”, compuesto por Ramón A. Díaz.
Aunque las letras del mismo, tal vez para demarcarse de la leyenda negativa de Enrique Blanco propagada por el trujillato, idealizan en exceso su actuación y su perfil histórico, en nada disminuyen la elegancia y originalidad musical de tan afamada interpretación, que ha jugado papel destacadísimo en perpetuar su nombre y su leyenda.
Ni Juan Bosch ni Joaquín Balaguer escaparían al embrujo subyugante de la afamada leyenda de Enrique Blanco. El primero con un interesante cuento que hace unos años se encargara de popularizar en una película el comunicador Euri Cabral y en el caso de Balaguer con el “Romance al Caminante sin Destino”, una de cuyas estrofas parece dedicada a hacer más perdurables en torno al personaje sus contradicciones y sus enigmas:
“¡Qué misterio hay en la vida/
De este viajero que viaja/
Como una hoja rodante/
En medio de la borrasca/
¿Si es un bandido sin ley/
Por qué no roba ni mata?
Pero Enrique Blanco fue motivo de inspiración poética, antes incluso de que concluyeran sus días, a finales de noviembre de 1936. Se sabe que en 1935 el laureado poeta vegano Rubén Suro, captando con su aguda sensibilidad aquellos ecos legendarios, escribiría su romance “Enrique Blanco”, cuyas primeras estrofas no podían ser más expresivas del ambiente reinante:
La comarca del Cibao/
lanza gritos de pavor/
anda en ella Enrique Blanco/
que no sabe de perdón.
Piel oscura; duro rostro/
que ha olvidado el sonreír/
donde clava la mirada/
también clava el proyectil;
Y da miedo contemplarlo/
con sombreros de alas anchas/
pantalón de fuerte azul/
va descalzo y cuando pasa/
ni uno solo se aventura/
a hacer ruido de pisadas.
La noticia de que es brujo
no es noticia de reír:
¡ donde clava la mirada
También clava el proyectil!