Hablar de Sally Rodríguez no es un desafío, es la oportunidad en gracia de aproximarse a la “Luz leve" que respira la verdad del Ser de las cosas.

En Sally, la poesía se dice sola, casi sin palabras; es percibirla como la emanación de la belleza que nos llega con el resplandor de la esencia de todo cuanto nos apela.

Y no pocas veces he dicho que la poesía es tacto íntimo, algo velado a los sentidos ordinarios; y que sólo la activación de los mecanismos interiores de nuestra anatomía oculta permite asistir a la esencialidad de las manifestaciones de la energía pura, la que, cuando en puntos focales y fruto de fenómenos de la singularidad cuántica, desciende en su frecuencia, la percibimos en cierto grado de densidad, permitiendo esto que se constituya en datos sensoriales que procesamos para crear las formas; y que sin embargo, cuando se trata de entes que orbitan en espirales energéticas de altísimas frecuencias, como es el caso de la poeta Sally Rodríguez, se empalman con el estado puro de todo lo manifiesto.

Sally Rodríguez.

Y ya no es la expresión de una conciencia local, sino que danza con la música de la vida que late en todo lo que también es parte de esa red de todas las conciencias locales, a lo interno de ese maravilloso cerebro cuántico que es la supraconciencia o Tao, inteligencia primera que todo lo contiene sin agotamiento, de lo que todo emana y a lo que todo está regresando para volver a empezar.

Hablar de este ser de luz, que es la poeta Sally Rodríguez, es evocar una poética esencial, abrevar en los orígenes de las aguas que todo lo sustenta; y es savia que asciende sus escalinatas para hacer charcos de luz en las hojas, y es silencio de amor entrañado, mirada pausada en los balcones de la tarde.

Abordamos una creadora que, prevalida de la intuición y su instinto poético, testimonia su verdad de vida; y caza leves copos de luz en las tardes que abrevan en sus ojos. En ella, la poesía no es mera elaboración de una sintaxis sin suerte o un ejercicio de imaginería que va hacia ninguna parte, sino un dejarse habitar por la poesía, vivir en función de esta como ideal de vida. No está Sally creando historias o tejiendo lienzos disímiles; todo se dice a través de ella sin apretujamiento: las palabras tienen su voz prístina, y como categorías arquetípicas se acomodan entre sí por gracia de lo experiencial, de lo vívido.

El caso de esta oficiante de la poesía es singular: no se le ve ansiosa de notoriedad, y todo va a ella por méritos, valorada en justicia por todos quienes sin mezquindad o pobreza crítica bien la sitúan en el espacio que merece… Entonces, digamos en grato modo, que Sally es dentro una   niña que resucita en magia de amor lagartos, les cose las alas a mariposas que vienen a sus manos, colecciona hojas y semillas para hacerse atavíos todos de luz, y saberse mirada por el ángel que nunca se aparta.

Celebrar este orfebre de la palabra es propiciarse la alegría de compartir la belleza y el íntimo placer de escucharle, entrañado en ternura, como a la sulamita del Cantar de los Cantares, en ese su decir de peculiar poética.

No pocos, alguna vez, estando compartiendo con Sally (debajo del árbol mayor de su casa) han sentido que pueda ella evaporarse, dejando tras sí una constelación de leves copos de luz, diminutas partículas que parecerían vastísimos orbes de probabilidades; en cuanto, en toda mirada está sin cesar el propósito de todo lo que puede ser. Tal cosa, mirándole, experimentaron Manolito, José Enrique García, Noé Zayas y otros sacerdotes de los buenos vinos… Eso sabemos.

¿Y si también es cierto que teme ella frecuentar en otros espacios, como se me zafó (del verbo transitivo ZAFAR, dirá para sí mi caro hermano Rafael Peralta Romero) decir alguna vez, temerosa de esfumarse en su propia luz ante el asombro de los profanos; y quedar así desnuda de su cuerpo, siendo en esta ladera de la tercera densidad en permanecía sin la carne, atavío que pesa lo que pesa el recuerdo?…

Y si se preguntara alguien, ¿cuál es el tratamiento, el método, la técnica de esta exquisita poeta, válido es sentenciar que en ella nada hay preconcebido, nada es fruto de un interés personal, sino que ella más que dejarse poseer por la poesía es poesía en su estar permanente, como un surtidor de claridades que, como dijera un decidor de la genuina poesía, “emana misterios toda la noche”, como una niña que se oculta de su abuela en la vieja casa para ser lo que por correspondencia espiritual y escala frecuencial debe ser, entrañada toda de amor, en su estar natural, siendo en todas las cosas, esas que miran al ser miradas.

Entonces, ¿es extraño que se le haya distinguido a Sally Rodríguez con el Premio Nacional de Poesía?… Decir es justo que tal decisión no genera sospechas, que lo merece por méritos hartos. Y agregar, que pocas veces una premiación ha sido tan celebrada en el grado de sinceridad con el cual nos hemos todos regocijados. Y es justicia también saludar al jurado, decirle de buenas ganas: ¡misión cumplida, colegas!

La Comunidad Literaria Taocuántica a Sally le dice: ¡ENHORABUENA, POETA!