En la fiera pelea, de repente Nicolás Corona (Colá) cayó al suelo y el barraco venía sobre él. Nada podía hacer salvo encomendarse a Dios y todos los santos. El animal de unas 200 libras y largos colmillos espumeaba por la boca y bramaba sin cesar.
Silverio de la Rosa (Macuso), 80 años, quien rondaba cerca con su mujer Paquita, entró en acción. Le dio un machetazo en el lomo al “jabalí” o “sicaraña”, que, herido gravemente, desatendió a Colá, viró y le embistió. Para detenerlo, el montero le soltó un machetazo en la frente.
Ya Colá se había erguido y, al ver la batalla, se acercó y clavó su puñal en el cuerpo del animal hasta que lo vio desfallecer. Suspiró.
Entonces Olga Méndez Peña (Paquita), 59 años, bajó del árbol a donde se había subido para protegerse de la refriega por orden de su esposo. Minutos antes, el puerco había matado con dos colmillazos al muy querido perro blanco de la pareja Macuso-Paquita. Aquella mañana de 2015, cerca de la siete, creen que volvieron a nacer.
“El problema siguiente fue que Paquita comenzó a gritar y a gritar porque el mataron su perro”, recuerda y ríe de buena gana Nene, otro montero del equipo que gusta de abrirse trillos, cortando enredaderas entre peñascos y cañadas de la Sierra y las terrazas hasta el litoral, si no surcan las aguas en yolas hasta las islas Beata y Alto Velo, donde hay animales silvestres desde el segundo viaje de Colón (1493).
Nene exhibe un humor crudo. Gusta de contar cuentos que siempre termina con un espontáneo brote de risa seca y un ¡Ah, carajo! Es abogado, procurador adjunto, pero su pasión es la agropecuaria y el monteo. Ninguna dolencia le detiene en su afán. Cuando menos se piensa, va de camino a la montaña ataviado con chamaco militar, jean, macuto, escopeta y chuchillo, en su viejo Yamaha DT-125, o en su Tauro-250 comprado recientemente. Se interna por tres y cuatro días en los montes, a unos 40 kilómetros del pueblo, con el único amparo de la naturaleza, sin temor a nada.
Recrea las escenas sobre el incidente de su pana y compañero de cacería Colá, igual de apasionado con el monte.
“Un día cogimos para Bucancarángana, por donde vive Macuso. Él y yo teníamos unos perros muy buenos. Macuso dijo que los puercos estaban bajitos. Nos fuimos el viernes, dormimos allá y el sábado por la mañana subimos para el lugar para donde decía Macuso que estaban los animales. Mucho antes de llegar al lugar, vemos que el perro de andaba buscando un rastro. Colá se incomoda porque cree que es un gato y no quiere que sus perros se distraigan detrás de gatos y guineas. Pero yo veo que es un puerco, y está parado. Pero, ¿qué sucede? Macuso tenía un perro de primera, pero para chivos. Hay perros para cerdos y perros para chivos, y hay para las dos cosas. Le digo a Macuso: Amarra tu perro que no sabe de puercos, pero él no lo amarró y, en diez minutos, el puerco se lo mató”.
Y resalta: “Mira el gran problema ahora: Paquita, la mujer de Macuso, comenzó con los gritos por su perro muerto, pero resulta que todavía estamos bregando, peleando con el animal, que viene para encima de nosotros y los perros se ajebran con él. Colá, con el cuchillo, viene y se enfrasca con el puerco, pero se enreda con un bejuco y se cae. El puerco le fue encima a morderlo. Entonces, Macuso le dio un machetazo en el lomo al puerco, que tenía navajas fuertes (colmillos) y pesaba ciento y pico de libras, y los perros lo agarraron por los testículos porque saben que es la parte más débil. Los puercos se cuidan de que no los agarren por ahí. Eso salvó a Colá”.
Colá refrenda la versión y recuerda que su vida estuvo en juego en otra ocasión cuando Nene y él caminaban por la sabana Canote, en la Sierra, los perros ladraron y corrieron.
“Nene iba alante, íbamos por una cañada grande y un puerco venía bajando, frente a nosotros. Nene le tiró con un cartucho de una sola munición. Pero sólo le rozó el lomo porque el puerco venía de picada. Entonces, Nene le sacó el cuerpo, le abrió paso y el cerdo siguió directo pa donde mí. Yo, que venía subiendo, la única opción que tenía era el machete y el cuchillo en cada mano, pero no pude hacer nada. El animal me tumbó, me enredé con los pies en un palo y él, con los colmillos me enganchó el pantalón. Le pegué dos estocadas, Nene llegó y, por detrás, me lo quitó de arriba”.
El desafío siguiente era sacar la presa de la angosta cañada. La calentura de la confrontación dejaba a Colá sin espacio para el dolor.
“Logramos sacarlo de la cañada y estábamos buscando un lugar estratégico para limpiar, hacer fuego y pelarlo porque siempre hemos tenido precaución para evitar incendios en los pinos. Y de repente, me mareo”.
Y agrega: “Me dice Nene: Mira, estás cortao. Entonces, miro la pachanga (botas de goma con hoyitos) y estaba llena de sangre. Y al levantar el pantalón, tenía una herida delante de la rodilla. No me di cuenta hasta que subimos a lo claro y me enfrié un poco. Me dieron 17 puntos. Un amigo, Felipe Ledesma, que ya murió, cerdos le traspasaron las dos piernas, detrás de la tibia. Duró seis meses sin caminar”.
La cacería registra casos similares, como el nativo de Duvergé, Bardolindo Pérez Méndez, quien murió en 2004 a los 83 años. Desde Puerto Escondido, solía irse al monte en las madrugadas, acompañado de Miguel Méndez, Meireno y Chichí Pelón.
“Duraban días y días sabaneando vacas porque tenían por ahí sus sitios de crianzas, y por ahí había muchos puercos y chivos. Duró muchos años en eso. Mi mamá ya tiene 94 años y casi no recuerda todo. Pero yo recuerdo que en mi casa siempre había carne fresca y carne seca. Y cuando ya papá no quería de esa, le decía a mi mamá: me voy y vengo mañana. Nunca dio un viaje en vano”.
Nunca se fue en blanco, pero no pudo librarse de un ataque de un barraco durante una madrugada de 1973.
El cerdo le mató al perro y a él le provocó una herida grave en el brazo y el codo izquierdos. Aun así, lo venció, se detuvo el sangrado con un trozo de la camisa, con el auxilio de un palo logró subir el cerdo al mulo y regresó a la casa de un primo-hermano en Duvergé a donde asistió el practicante de la clínica rural, Ramón Herrera, y, sobre una mesa larga en la enramada, a sangre fría le suturó.
“Le dieron 44 puntos por dentro y 48 por fuera y mi papá, dijo mamá, no soltó ni un gemido. Era un hombre muy fuerte. Él siguió cazando después de eso, pero no llegaba hasta Pedernales; se quedaba en la Loma del Toro, Marramié, Polo Viejo, Zapotén, por donde se congeló el guardia cuando Trujillo y esa zona por ahí”.
EN FRÍO Y EN CALIENTE
Las estrategias de sobrevivencia en el batallar del equipo frente a los fieros cerdos y los mansos chivos varían dependiendo del parque donde habiten, advierte Rafael Pérez y Pérez (Nene el magistrado), 62 años.
“La cacería en Pedernales tiene que ver con los dos parques nacionales: el Jaragua, que es la parte caliente (Bahía de la Águilas, Alto Velo, Lansasó, Trudillé); y el Sierra de Baoruco, que es la parte fría (Los pinos, El Cielo, Aceitillar), con temperaturas de 7 y 8 grados”.
Los monteros como él dicen que las carnes de los cerdos y chivos de las múcaras saben mejor porque estos comen orégano, maguey y otros frutos inexistentes en los pinares. Pero las rocas asimétricas y sus “dientes de perro”, más el calor y las plagas, hacen más difícil la misión.
“En el parque Jaragua nos vamos a dormir en las cuevas, si hay plagas. Es obligatorio si tú quieres pasar la noche tranquila. Si no hay plagas, dormimos a orillas de las playas (Bahía de las Águilas, Lansasó, la playa de isla Beata). Dormimos en las cuevas de Tilasí, Gran Sabana, Ciñón y Cuevanjón (donde termina Bahía delas Águilas). En el Baoruco dormimos en Cueva de los retratos, un poco más arriba del hoyo de Pelempito, que tienen dibujos de los indígenas, en Cueva del Alcajé… En tiempo de lluvia y frío, uno se guarece ahí”, relata Nene.
“Siempre usamos los perros y el piqueo (uso de escopeta). Se usa la escopeta sólo para piquear al animal para que no se vaya. Al olfatear, te va a decir, se va a calentar, va a ventear y te va a exigir que lo suelte. Si el viento está a favor del cerdo, te olfatea a diez kilómetros y se va. Otros usan la técnica del lazo. Dejan las trampas y vuelven otro día, pero, a menudo, cuando regresan ya los hallan muertos; yo he visto hasta cuatro muertos. El problema de las trampas es que ahí caen vacas, perros y hasta uno mismo si se descuida”.
Nene no se asume cazando sin los perros. Son fundamentales porque el cerdo detecta el olor de humanos a mucha distancia si el viento sopla a su favor.
“Por eso hay que colocarse en dirección contraria. A veces se ven manadas de cerdos. Si llegas al alto, alcanzas a ver en la sabaneta al barraco o papacote con dos o tres puercas, comiendo. Cuando les da el olor a nosotros, entonces se van. Entonces el perro entra y halla el rastro. Hay dos tipos de perros: el que rastrea abajo la huella, igual que el de gatos; y el que olfatea por el viento. El puerco camina diez kilómetros todas las noches. Tienen dos verías (veredas), una para bajar y otra para
“El perro no lo dejará correr. Sabe que la debilidad de ese animal son los testículos; por eso, el cerdo se agacha, se arrincona en una múcara o en un palo para que no le muerdan por ahí. El perro debe venir de frente, y si no es buen cazador, muere ahí. El cerdo lo mata de una vez. El cerdo, llega un momento en que ya no puede correr más y se para a pelear, corta ramos y hace un colchón para que el perro se arríe (enrede), afila las navajas (usted ve el jumazo que usted cree que tiene una pasta de jabón en la boca), las calienta, las pone que espejean. Tú oyes al perro trabajar, jau, jau, jau, y sabes que el puerco está ahí, que lo pararon´, pero por la maleza tú no lo ve. Tú vas corriendo cuando el perro jipa (jai, jai, jai), por el bajo del animal”.
Al monte, los cazadores suelen ir acompañados, por necesidad de auxilio ante cualquier eventualidad de ataque o de salud. Regularmente suben dos o tres. Saben que aquello no es una fiesta, aunque les apasione.
“Tengo muchos compañeros que han sido heridos. En la Sierra se duerme bajo los pinos. Cuando es época de frío uno lleva una lona, hacemos una pequeña casita porque es muy fuerte, 7 y 8 grados. En el Jaragua nos vamos a dormir a en las cuevas, si hay plagas. Es obligatorio, si quieres pasar la noche tranquila. Cuando no hay plagas, dormimos a orillas de las playas (Bahía de las Águilas, Lansasó, la playa de isla Beata”, comenta Nene.
Está convencido de que las carnes de cerdo y chivo de “las múcaras” (grandes rocas) del Jaragua son mejores, tienen mejor gusto porque los animales comen orégano, maguey y otros frutos inexistentes en la parte fría, los pinos.
Cuenta que “yo no ando cazando para vender sino para el consumo de uno y cualquier amigo. Lo hago por genética y porque todo el mundo quiere un pedazo de carne cimarrona, no porque tengo que ir a vender. Aquí hay monteros que andan vendiendo a 98 pesos la libra, pero en Oviedo la venden hasta 250 pesos, la de puerco americano a 110”.
Al regreso del monte, él prepara la carne y la lleva al refrigerador. En los cazadores de estos tiempos ya es inusual la práctica de salarla y tenderla en un cordel bajo el sol para secarla y evitar putrefacción.
Desde su experiencia, Nene ve un panorama sombrío en los parques. Y no por los cerdos y chivos considerados especies invasivas por los especialistas y por la ONG Grupo Jaragua, responsable del comanejo.
“Es criminal lo que pasa con las iguanas, palomas, rolones del Jaragua. Son depredadores haitianos que cortan la canelilla y matan las iguanas para llevárselas para Haití a venderlas”.
Modesto Díaz Carvajal (Átile), 60 años, oriundo de Aguas Negras: “Yo estoy en eso porque yo estaba fijo allá, dos años, como guardaparques de Medio Ambiente, y me gutó. Uno va con perros y ellos se guindan de una vez a lo cerdo… Uno no lo ve, lo perros los ventean y los corren y después ellos se paran a pelear. Ahí uno aprovecha y le dentra a cuchillo. Mucho cazadores salen cortao. A vece ello le van arriba a uno, pero uno le saca el cuerpo. El chivo es menos peligroso, es fácil, uno tiende un lazo”.
Juan Molina (Galibán), músico de son, dejó parte de su vida en Pedernales. Recuerda sus viajes a Bucancarángana en los 70, con su padre Juan Molina Matos (Chepín), fallecido el 26 de noviembre de 1987 con 59 años.
“Mi hermano Lucho y yo llegamos con mi papá Chepín, que era muy monteador. En Trou Nicole (Zona de Charcos de Romeo), justo en una bajada donde termina la Loma del Burro, papá estacionaba su auto Peugeot. Fuimos una tarde dizque para amanecer allá, pero ya ese mismo día, en la tarde, regresábamos con tres chivos en los hombros, y no matamos más porque la escopeta se le encasquilló. Él no usaba perros, preparaba los balines de la escopeta, pues en la era del Jefe (Trujillo), él fue militar. Luego volvimos con Maldonado, el esposo de Pompeya. Él y papá comenzaron a disparar dizque para ubicar, y regresamos sin nada. Luego volvimos con Nabín Molina, y tampoco, sólo una gran iguana. Fue la primera y última vez que comí ese animalito. El monteo lo inició mi papá cuando yo estaba muy pequeño, en Oviedo”.
COLÁ Y EL MAGISTRADO
Junto a Nicolás Corona (Colá) forman una mutual icónica de la cacería contemporánea. Sienten pasión por esa práctica, pero nunca para comercializar. Nene goza cocinándolo para otros, con sazón criollo fresco, el picante, o picantísimo, que él mismo prepara, nunca sopita.
Colá, de 59 años, ambientalista, amante de la Biología, protector de las hutías y los solenodontes. Nene, abogado, procurador adjunto. Los dos con responsabilidades en el Estado y familias; mas, jamás regatean tiempo para la cacería. Fama tienen en el pueblo de diestros cazadores.
Conocen al dedillo los vericuetos de aquellas zonas abruptas, cada trillo para bajar hasta el mismo fondo de Pelempito, en Aceitillar, donde se aprecian los reales detalles de la biodiversidad. Porque, como ellos afirman, desde lejos todo es impresión.
Relata Colá: “Papá (Tito Corona) llegó del Cibao en el 47 y ya en el 50 la gente monteaba desde aquí de Pedernales en la Cueva de Ginagoza, Bucanyé, Mencía, La Altagracia. Todo eso estaba lleno de jabalíes y chivos salvajes. Yo mismo me inicié a la edad de 15 años. Mi primera cacería fue con Nene y el difunto Carmelo de la Cruz (fallecido en abril 2024). Conozco todos los monteros que van desde aquí hasta Puerto Escondido, excepto los de Salinas y Polo, de Barahona, que también cazan mucho. Ellos cazan en la Monteada de Polo, pero también bajan al hoyo de Pelempito, La Jaiba, Gulai y el Ciñón”.
Sobre la población de cerdos salvajes, enfatiza: “Es impredecible decir la cantidad de jabalíes que hay allá. Con decirte que vienen monteros de Enriquillo, Juancho, La Colonia, Oviedo y se van a pie a Odín, Malangá, Piticabo, incluso se van a isla Beata (mi hijo Yimel lo hace también). Y hay días que vas y te parece que se extinguieron, y luego vuelves y parece que pasaron un arado en el terreno; los jabalíes cavan mucho”.
A los 15 años, Nene estaba en esas lides. Afirma que la pasión le vino por el lado de su papá Juan Pérez hijo (Curú). Ya camina hacia las siete décadas y la “fiebre” por esa vieja práctica está en máximo grado.
“Eso es como genético porque en los años veinte cuando papá llegó al pueblo desde Duvergé con sus padres, también acudían al monte a cazar, no como lo hacen regularmente los cazadores, para vender, sino como costumbre de tener la carne, los ingredientes para la casa. Soy el único de los ocho hermanos que está en eso”, refiere.
LA DEFENSA DE LOS CERDOS
Explica que el “el cerdo es bastante inteligente. El puerco olfatea el olor de una persona, del cazador, a diez kilómetros. Tú puedes estar con él, al lado, y se queda tranquilo si no le da el olor a humano. Pero si el viento va hacia él, te olfatea a diez kilómetros. Por eso usamos el perro. Porque si te pones a piquear el puerco sólo con la escopeta, se va. Pero si andas con el perro y tú ves rastros de la noche anterior, el perro te va a avisar. El perro, al olfatear, te va a decir que eso fue de anoche y se va a calentar, va a ventear y te va a exigir que lo suelte, si el perro es bueno. Si está inquieto, ya sabes…”
En su experiencia, “cuando el perro jipa es por el bajo del animal (jai, jai, jai). Y usted oye al perro trabajar, jau,jau, jau, y ya sabe que el puerco está ahí, que lo pararon, pero no lo ves por la maleza, y vas corriendo”.
Sigue contando: “Llega el momento en que el cerdo ya no puede correr más y se arrincona en una múcara, un tronco, o algo para que el perro no le ataque por detrás, por los testículos. Entonces, ¿qué hace? Tira un corte de ramos y forma un colchón para que el perro se enrede, afila las navajas (usted ve el jumazo que usted cree que tiene una pasta de jabón en la boca), las calienta, las pone que espejean. El perro que no tiene experiencia se muere ahí. Si es marrano, de 50 70 libras, los perros lo cogen de una vez. Pero si es barraco, grande (de más de cien libras), hay que andarle rápido porque te mata los perros. Cuando acudes en auxilio de tu perro, tú no ves al puerco. El cerdo está peleando con el perro en un bejucal. Cuando tú vas, entonces el puerco te chequea a ti y se prepara y escobea a los perros con un navajazo y entonces te tira a ti como un zepelín. Y si no eres vivo, te malogra también”.
¿Dónde está la sabiduría del hombre y la debilidad del puerco? Se pregunta y responde. “El puerco marca el golpe a donde va a tirar el navajazo. Al marcarlo, ahí le lleva el hombre la ventaja. Cuando te tira, le sacas el cuerpo y le tiras con el cuchillo en lo que llegan los perros a ayudarte. Pero si el perro no llega y te descuidas, quedaste ahí, te malogra”.
BAJANDO A PELEMPITO
Pocos conocen como Colá, Nene el magistrado y otros cazadores el fondo del hoyo de Pelempito, el “Gran Cañón del Caribe” que visitantes aprecian desde un mirador en madera construido hace muchos años por el Ministerio de Medio y Recursos Naturales.
Es un sitio único, considerado como la mayor depresión geológica del Caribe insular, con 1,186 metros bajo el nivel del mar, resultado de un desplome geológico ocurrido hace millones de años. Los expertos han identificado allí 1,434 especies, 439 de ellas endémicas y 27 especies de aves.
Pero ese mundo de vida no se ve a distancia. Abajo es otra cosa, están los detalles. Senderos para turistas no hay, hasta ahora; mas, los monteros sí llegan y conocen cada rincón. Saben de los pocos llanos y precipicios, del tiempo que les toma cada travesía abriendo caminos entre bejucales. Ellos sostienen que allí es donde más cerdos habitan.
“No hay caminos que te lleven allá, excepto en el sureste. Los que vienen de La Jaiba y de Polo, Barahona, esos sí tienen un camino que llega hasta allá. Había un camino, que era por la cueva de Bucán Calizo, pero está cerrado. Nosotros bajamos por senderos que hacemos. Tenemos que bajar por detrás de los baños de las casetas de Pelempito, o por La Florida, o por La Palma. Tenemos una ruta que es antes de llegar al mirador de Aceitillar, hacia la derecha. Hay cuevas con pictografías, una gran biodiversidad y varios microclimas”, explica Colá.
Como Nene y Colá, otros hombres avezados pero más orientados a la comercialización del producto. En Oviedo fue famoso Glorio Mancebo y en Pedernales, Carmelo de la Cruz, ya fallecidos, el último recientemente.
Colá cita a: “Chichicito, Dichoso, Andy, Ciano, Papo; en Las Mercedes están Alexis, Pachuché y Lile y los hijos, Salvador. En Puerto Escondido, Duvergé: Aló, Pelao, Cheque, Ciego, Ney, Rubelín, Bonny, entre otros. En Aguas Negras: Miguel, Feo, Blanco. En La Altagracia: Máximo, que monteaba con su papá Quinquín (fallecido), Cherepo. A Bahía delas Águilas van Kiko (Ciano), Yime (mi hijo), que montea desde La Cueva hasta Lansasó y Trujillé; Eliezer, Macuso, el famoso Macuso”.
Esos hombres siguen las aventuras, retando riesgos, alargando la tradición. En el pueblo, destino turístico en construcción con punta de lanza en Cabo Rojo, entorno de Bahía de las Águilas, no existe hasta ahora la oferta gastronómica formal de las carnes cimarronas, ni senderos formales que bajen a Pelempito y otros atractivos ecoturísticos.