“Entre el colonizador y el colonizado no hay lugar sino                                               para la servidumbre y la intimidación… el menosprecio,                                              la desconfianza, la altanería de élites  descerebralizadas…” Aimé  Cesaire

                      

En una entrevista reciente, el novelista Arturo Pérez Reverte se declara republicano  pero defiende la monarquía como  marca de su españolidad. Se puede explicar esta paradoja:  siendo Franco quien propone al rey Borbón como su sucesor, la dualidad republicana/monarquista  dejaría en el novelista un tufillo franquista.     Como tierno Galván, que siendo izquierdista bizqueaba del ojo derecho.

En su libro, El espejo enterrado, Carlos Fuentes hace referencia a un marinero de dudosa nacionalidad, que al zarpar  sin un mapa de viaje, con la encomienda de encontrar una ruta más expedita para el comercio de especias y seda para mitigar la pobreza de al-Andalus, tan perdido andaba en la mar que a su arribo a estas tierras creyó haber llegado a Cipango.

Con tanta suerte anduvo el díscolo Almirante, que le acompañaban los hermanos Pinzón que sí eran diestros en las lides del mar. Pero mayor fortuna aun fue toparse con riquezas sin oposición; y “enarbolando a Cristo con su cruz” y a puro garrotazos, tuvo oro y mano de obra gratuita, iniciando así la esclavitud por questas tierras.

En su Diario escribe que los aborígenes eran mansos y, posteriormente los describe como dóciles, fácil para mandar. Pasa rápidamente a declarar estas tierras propiedad de la Corona por el poder que le confiere la reina, obviando que ya tenían dueño. De este modo, evidencia la temprana intención colonialista.

Las colonizaciones han sido siempre empresas para el enriquecimiento de las metrópolis con los bienes de los colonizados. No fueron cruzadas de religión y paz, ni jornadas para la difusión de valores culturales.

La presidente recién electa de los Estados Unidos Mexicanos, decidió no invitar al rey de España, como supongo que tampoco invitó  a Silvia de Suecia, ni a Misuzulu, joven rey de los zulúes.  Pero, no invitar al rey de la “Madre Patria” ha provocado ríspidas reacciones por parte de algunos intelectuales iberos que arguyen debemos guardar solemnidades de hijos a España y su Rey.

La declaración más destemplada  ha sido, sin dudas, del escritor  Arturo Pérez Reverte, que ataviado de su “linaje” imperial, se ha dado el lujo de insultar a la primera magistrada de un estado con el cual España tiene relaciones diplomáticas. Siguiéndolo en su arrogancia, otros discursantes neocolonialistas afloraron, aunque ya el golpe de lengua lo había asestado el novelista.

Entre baraúndas y monsergas se ha llegado a afirmar, con pecho inflado y frente erguida, que las ex colonias debemos agradecer a la “Madre Patria” putativa por habernos traído la civilización occidental. Senghor, sin embargo, nos recuerda en un bello poema, el deber de crecer y dejar padre y madre.

Todavía queda sin  aclarar quién es la madre, quién amamantó a quién  si asumimos la impagable deuda de Europa —al decir de Galeano que no miente– por “préstamos” tomados a sus excolonias en momentos tan perentorios como el medioevo, y la construcción de  sus cementerios de ultramar.  ¿Nos preguntamos qué habría sido de España sin el afortunado extravío de Colón?  ¿Cuál hubiera sido el destino de las civilizaciones de Mesoamérica?

Pedir que los países donde pervive la sangre aborigen, que hablan sus lenguas autóctonas y sufren pobreza y discrimen, se arrodillen a besar la mano de la Madre Patria putativa por sus dones, su lengua, por una civilización que, como afirma el poeta Cesaire, escamotea sus propios principios, es una arrogancia anacrónica.  Sabemos que la historia la escribe el vencedor, mas el presente aún  no es texto.

No critico las monarquías, cada país construye su propia subordinación en nombre de la autonomía y la autodeterminación. Lo que si es criticable es la arrogancia, el racismo chauvinista, el descaro, el atropello a la lengua que tantas veces han esgrimido los españoles como sello y legado cultural.

Las colonizaciones han sido siempre empresas para el enriquecimiento de las metrópolis con los bienes de los colonizados. No fueron cruzadas de religión y paz, ni jornadas para la difusión de valores culturales. Esperar las gracias eternas por sus dádivas es una postura imbécil (sic). La actitud de Pérez Reverte debió  ser diplomática, no distorsionadora de la historia. No es posible seguir vendiendo baratijas.

No tengo la certeza de si la Corona española debería reconocer los crímenes, robos, expoliación, esclavitud, proliferación de enfermedades, merma poblacional, expropiación, y el largo etcétera que significó la colonización de América; empero, apelo a Su Alteza para que llame a capítulo a intelectuales como Pérez Reverte, y en su nombre envíe unas disculpas  a México y su gobernante.

Nada ha cambiado: si el subordinado habla, vienen los azotes, aun sean verbales.

czapata58@gmail.com