Antonio Fernández Spencer fue una gloria de las letras hispánicas y en el ámbito panorámico de la literatura dominicana está considerado como el crítico-analítico que más aportó en la comprensión de su historia y de sus autores más representativos.

Antonio Fernández Spencer.

Resulta halagador escribir sobre su vida y obra que aportan a la opinión pública un amasijo de conocimientos que anticipan la profundidad con que pergeñaba sus estudios, análisis teóricos y filológicos.

Tenemos que reconocer la feliz resonancia que el esteta encontraba en muchos jóvenes que se asomaban por primera vez al mundo de la creación artística y literaria. Ese es uno de los tantos méritos que rezuma su personalidad de pensador, poeta, crítico y filósofo de gran envergadura.

Su maestría nos remite a críticos de la altura de José Martínez Ruiz (Azorín), Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Luis Cernuda, Amado y Dámaso Alonso, José María de Cossío, José Bergamín, Gerardo Diego, Eugenio d´Ors Rovira  y los hermanos Marcelino y Enrique  Menéndez  Pelayo, Federico de Onis, Alfonso Sastre y Blas de Otero.

Con ellos aprendió los seculares latinismos en su forma más evolucionada del habla popular. Estudió con pasión a los griegos, sobre todo, la metafísica aristotélica hasta los grandes poetas, novelistas y filósofos de la postmodernidad donde parece haber encontrado los conceptos más puntuales de la crítica analítica moderna y otras muchas aseveraciones en torno a los pormenores del conocimiento humano.

La obra mayor de Fernández Spencer se centra en la crítica razonada donde dejó resultados tangibles. Fue también un apasionado por la filosofía y el arte donde hizo extraordinarios aportes. Y en este campo, también fue reconocido por su visión del mundo y su concepto que siempre amplificaba.

Esta obra sobre Antonio Fernández, arranca con el título Fragmentos de un diario nonato y está compuesta de tres tomos, cuyos trabajos se rastrearon en el periódico Última Hora, donde publicó por espacio de ocho años; destacan también sus artículos y ensayos en los diarios El Caribe, El Nacional, La Noticia, Listín Diario, Hoy y las revistas Análisis, Yelidá, Elios y Letra Grande. De igual manera, concedió entrevistas para estos medios, que fueron verdaderas cátedras para el conocimiento de la literatura dominicana.

Publicó además poesías y ensayos literarios y filosóficos en la Poesía Sorprendida, el medio literario más importante de las décadas que van desde 1940 a 1960, porque en ella escribían no sólo los escritores más importantes del país, sino también extranjeros.

En los tomos de referencia y que se publican por iniciativa del Archivo General de la Nación, bajo la conducción del consagrado historiador Roberto Cassá, se dan a conocer por primera vez fotografías inéditas de la época en que Fernández Spencer dirigía la Tertulia Literaria Española, en la que participaron escritores españoles, italianos y latinoamericanos de la dimensión  de Azorín, Antonio Tovar, José Ortega y Gasset, Gerardo Diego, Gerardo Diego, Aslon Haebres Luiseppi Unguareti (italiano) Rafael Montesines, Rafael Morales, Blas de Otero, Oreste Macri, Federico Muelas, Leopoldo de Luis, Edmund Vandercam (director de la Casa de los Poetas de Bélgica), Pablo Corbalán, entre otros.

Está considerado como uno de los escritores más fecundo de las letras hispánicas y cuyo prestigio en el campo de la filosofía y el análisis crítico alcanzó los niveles más altos.

Es importante aclarar que quien suscribe ha dejado de lado sus libros   Vendal interior, Caminando por la literatura hispánica, A orilla del filosofar y su obra completa de poesía, a los fines de concentrarse en los trabajos que este notable dominicano publicó en los medios de comunicación y que no habían sido datados y recogidos en libros.

Hay que destacar la trascendencia que significó para Fernández Spencer, ser alumno de los filósofos españoles José Ortega y Gasset y Julián Marías y del extraordinario filólogo de Dámaso Alonso, donde el lector al estudiar su dilatada carrera de pensador, de estudioso de los preceptos filosóficos, de sus análisis rigurosos de textos fundamentales, respirara la atmósfera de su ímpetu ferviente por la poesía y la creación literaria en sentido general.

Pero lo que es mucho más importante en Fernández Spencer fue su pasión desmedida por abarcar el universo de las ideas en procura de comprender los enigmas y los misterios que facilitan al escritor, filósofo y artista plástico, alcanzar la concupiscencia en todo acto mágico o aura de la creación.

Desde su infancia expresa su culto a la poesía y a medida que fue creciendo, la actitud creadora se convierte en un esfuerzo permanente que da fuerza a sus motivos emblemáticos e imaginativos. De ahí que, el ámbito de su conocimiento se inscribe en la determinación de un auténtico amor por la escritura que lo incita a adentrarse en los textos que estudia y admira y esta vocación le complace porque siempre encontró en ella “los goces del saber”.

Hay que destacar que Antonio Fernández Spencer realizó la magna tarea de estudiar la literatura dominicana y sus principales autores desde Félix María del Monte, considerado el padre de la misma. Se caracterizó por ser un pensador singular y profundo, rebelde ideológicamente hablando, y un   investigador incesante quien llegó a decodificar la libertad creadora en todo su contexto a partir del análisis estructural, el lenguaje y la concepción estética.

Toda la obra crítica, literaria y artística de Antonio Fernández Spencer, contiene un singular valor filosófico y se enmarcan en un puro y auténtico dominio del lenguaje. Está considerado como uno de los escritores más fecundo de las letras hispánicas y cuyo prestigio en el campo de la filosofía y el análisis crítico alcanzó los niveles más altos.

Ejerció un polémico y apasionado ejercicio literario, mezcla de crítica y creación, lo que suscitaba ácidas controversias debido a sus agudos argumentos.  El método elaborado con que analiza las obras fundamentales de los creadores dominicanos y de otros países, estuvo relacionado con la filosofía, la psicología social y en los textos de filólogos estructuralistas.

En ambos casos, el corpus del lenguaje y la metafísica del signo, evolucionan hacia la especificidad de la teoría del discurso literario y la ideología a partir del análisis como diagnóstico quirúrgico con tal de lograr resultados rotundos, concepción que Spencer dominaba con facilidad espectacular.

En sus estudios, Fernández recurre a la teoría del lenguaje y a la historicidad como elementos cardinales de todo asiento cultural. Estas dos categorías del pensamiento constituyen un puente comunicativo que enlaza los enunciados y los contenidos de cualquier texto bien escrito donde tienen cabida la especulación y la impericia.

Su crítica razonada tiene como fundamento las teorías aristotélicas al poner la historia como sustento del lenguaje y poner en contexto la época a la que corresponde el escritor para describir situaciones semánticas y de contenidos sin descuidar la estructura técnica, ya sea poesía, novela, ensayo, obra de arte o teorías filosóficas.

Ahora bien, una cosa en el contexto de sus trabajos creativos, juicios de valor y análisis estructurales de los textos que estudiaba con rigor, tienen el sello del pensador cautivante y ameno, al extremo, que muchos lo consideran uno de los eruditos más importantes de las letras hispánicas.

En su dilatada vida de escritor, académico, crítico, pensador investigador, diplomático y político, solo le temió a las fuerzas del destino y demasiadas veces se vio enfrentado a los fracasos de la ideología pero no por ello perdió nunca la fuerza, la visión y el espíritu de recuperarse de las diatribas en su contra. Sus observaciones luminosas, su prosa histórica, filosófica y literaria, brillante libre, perspicaz y caudalosa, tiene el sello de la autenticidad y de la honradez intelectual.

Se ignora si su polémica personalidad estaba expuesta al inevitable escrutinio del fracaso o el éxito. Lo cierto es que, al estudiar el campo de su particular conducta y enjundia, debemos anotar que pese a ello generaba bríos y aciertos en el marco de pasión escritural, analítica y poética y, al mismo, lucidez y talento sorprendentes.

Los conceptos expresados en torno a la personalidad de Fernández Spencer, están plasmados con hilos de plata en su esculpida y controversial obra literaria y política, realizada con la pasión más encendida. Obra la suya, de inevitable controversia, intrépida en su imaginación, rica en espontaneidad filológica, analítica, filosófica, crítica y pedagógica.

A su extensa biografía se agregan estas aseveraciones de Rafael Morales:

Antonio Fernández Spencer –a pesar de sus 62 años y más de 47 de escribir poemas– es, prácticamente, un poeta secreto, de esos que no aparecen en las malas antologías de nuestra lengua, por fortuna.

Siendo uno de los grandes líricos de la lengua española en el siglo XX, no ha merecido el estudio de algún genio crítico. Y en eso han perdido esos genios. Ganó el Premio Leopoldo Panero en España, en 1964, y la obra, después de impresa, dejó de circular, por disposición de la censura española. Más de ochocientos ejemplares de Diario del mundo reposa en Madrid en los depósitos del Instituto de Cooperación Iberoamericana. Y ahora, por disposición de las nuevas autoridades españolas, se pondrá a circular. En 1980 dio a la estampa Tengo palabras y sólo 25 ejemplares circularon, pues, en un incendio de los talleres fotográficos de la editorial donde tiró su libro, los bomberos dañaron la mayor parte de esa importante edición poética.

Es, sin embargo, asombro que con sólo su libro Bajo la luz del día (Premio Adonais, Madrid, España, 1952) sus poemas aparezcan en unas 25 antologías, y que poemas suyos fueron traducidos al italiano, francés, inglés, alemán y al ruso.

Recientemente obtuvo un Primer Acésit en un concurso de Poesía Mística y Metafísica en la Universidad de Lovaina. Se trata de su libro Leyendo la noche, un poema de alrededor de 1,300 versos, donde el poeta despliega el drama del hombre en el mundo. Es uno de los poemas más extensos de la poesía moderna hispanoamericana.

En el escritorio de trabajo del poeta Fernández Spencer reposan 40 libros de poesía inéditos, y de esos libros la Biblioteca Nacional ha elegido para publicarlo el titulado El regreso de Ulises (1968-1970). Ya en 1953 aparece en su obra el tema de Ulises en su poema “Tuyo es el tiempo”, que puede leerse en Diario del mundo. Podemos afirmar que el poeta dominicano es quien hace vigente ese tema en nuestra lengua en la segunda mitad de nuestro siglo.

Fernández Spencer es un lector apasionado de los poetas griegos y latinos. Arquíloco y Catulo están entre sus predilectos. Su poesía, tal vez, por ello, tiene un acento aparte en la poesía de nuestra América. A veces su poesía, millonaria de imágenes sorprendentes, sabe tomar el camino ascético del lenguaje, que lo aproxima a Fray Luis de León o a San Juan de la Cruz.

Cultura vivida, sin ninguna clase de desmayos ni perezas, y vida personal –sufrida a plenitud– hacen de Fernández Spencer uno de los poetas capitales de la poesía dominicana.

No lo comparamos con ningún poeta de nuestra América; porque lo consideramos un lírico aparte, fuera de serie.

Antonio Fernández Spencer, nació el 22 de junio de 1922 en Santo Domingo y obtuvo una licenciatura en Filosofía por la universidad primada. Durante los seis años que vivió en España, se diplomó en Filología Hispánica, en Salamanca, fundó y presidió la Tertulia Hispanoamericana que contó con los patrocinios del ministerio de Educación y el Instituto de Cultura Hispánica, además de asistir a cursos de Filosofía y Estética a cargo de José Ortega y Gasset, Julián Marías, Carlos Bousoño y Dámaso Alonso. En 1952 recibió el Premio Adonais por su libro Bajo la luz del día, cuyo jurado estuvo presidido por Vicente Aleixandre. Ya de regreso a su patria, se le concedió el premio Leopoldo Panero por Diario del mundo.

Creó la Colección Arquero para dar a conocer a los nuevos escritores dominicanos. En 1942 publicó sus primeros versos en La Poesía Sorprendida y poco después la obra Vendaval interior, de carácter surrealista. Fue subsecretario de Educación, Bellas Artes y Cultos y embajador en Uruguay. Ejerció la docencia en la Universidad de Santo Domingo y en la Nacional Pedro Henríquez Ureña. Fue director del Museo de Arte Moderno y trabajó como crítico literario y de estética en el periódico Última Hora.

En 1964 recibió el Premio Nacional de Literatura por su obra Caminando por la literatura hispánica. Fue miembro de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española y de la Academia de Ciencias y Letras de Puerto Rico. A partir de 1988 dirigió por años la Biblioteca Nacional de Santo Domingo. Sus poemas iniciales estuvieron enmarcados en la vanguardia y en su obra ensayística demostró su sólida formación intelectual.

Murió el 10 de marzo de 1995 en Santo Domingo.

Como ser humano fue odiado y amado aun siendo reconocido como figura sobresaliente y extraordinario exponente de los conocimientos de la cultura universal.

Extraña, sin embargo, la indiferencia manifiesta de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, (UASD), del Ministerio de Cultura, Ayuntamiento del Distrito Nacional, porque antes y después de su muerte no han tomado en cuenta su extraordinario nivel histórico y ni siquiera aparece una calle con su ilustre nombre.

Lamentablemente, tan irreverente conducta denota desinterés por los valores dominicanos y semejante comportamiento lastima la sensibilidad de los que, a pesar de todo, lo recordamos como auténtica gloria nacional.