Descubrir la figura excepcional de Antonio Fernández Spencer ha sido para quien suscribe, una rica experiencia intelectual y literaria. Corría el año 1972 cuando lo conocí por vía del poeta Víctor Villegas en la cafetería de la calle El Conde, esquina Meriño de la ciudad de Santo Domingo, donde, a menudo, se reunían historiadores, políticos, escritores, pintores y poetas de la época.

Ese encuentro significó uno de mis más bellos regalos en la vida, por la enjundia conceptual de este extraordinario filósofo, académico, poeta, escritor, ensayista, crítico literario e historiador del arte dominicano, significó mucho para un joven provinciano que, por primera vez, se veía frente a un hombre de ingenio que había entablado diálogos con los grandes pensadores y escritores de Madrid, España.

A partir de ese momento, le solicité a Villegas que me invitara a la peña literaria que toda la semana celebraban en su oficina ubicada en Elvira de Mendoza, esquina, Ramón Santana, donde acudía, el propio Fernández Spencer y también Héctor Lacay Polanco, Francisco Carvajal Martínez, Rafael Valera Benítez, Luis Alfredo Torres, Abelardo Sergio Vicioso González y Enrique Tarasona.

Recuerdo que antes de despedirme de la mesa donde se encontraban discutiendo de política, historia y literatura Francisco Alberto Henríquez Vásquez (Chito), Dato Pagán, Rafael Kasse Acta, Carlos Aurelio de Jesús Grisanty García, Fernández Spencer, me dijo: “joven, dispénseme unos minutos que deseo conocer otros detalles de lo que usted ha narrado con relación a la muerte de Caamaño”. “Con mucho gusto, le respondí”.

Entonces, hicimos un aparte en una mesa situada al fondo donde todos los días se sentaba el poeta y dibujante Carlos Gómez Dorly. Allí, respondí sus inquietudes en el sentido de que me desempeñé como corresponsal de El Nacional y la emisora Radio Comercial y había dado seguimiento a la rendición del guerrillero Hamlet Herman, en el municipio de Villa Altagracia.

Luego de narrar los hechos, al parecer, quedó complacido y como Víctor Villegas me presentó como poeta y periodista, me pidió que nos reuniéramos al día siguiente y llevara algunos poemas a la cafetería El Conde, ya que le interesaba leerlos y darme su opinión.

Al día siguiente, acudí a la cita y me esperaba sentado en la misma mesa que había escogido la tarde del día anterior. Llevé los libros Asombro de los tiempos y Canto a Orlando Martínez. Su opinión fue favorable y aprovechó la oportunidad para recomendarme leer a los poetas San Juan de la Cruz, Cernuda, T. S. Eliot, Paul Eluard, Vicente Huidobro, César Vallejo, Ezra Pound, Baudelaire y Apollinaire, entre otros.

Sus análisis críticos con relación a la filosofía, la literatura y arte, entre otras disciplinas del saber, partían de una arquitectura conceptual, verdaderas filigranas en los ámbitos de la objetivación de los textos que abordaba desde la perspectiva del lenguaje y el puente que construía conceptualmente hablando, entre cultura, naturaleza, civilización, tiempos, exploración psíquica y épocas.

En el año 1987 viajé a Madrid, España, junto a él y el poeta Víctor Villegas,   por invitación de la Asociación de Escritores. Allí, luego de concluir nuestros compromisos, los cuales trataban de leer nuestros poemas tardes y noches en la Plaza Colón, me invitó a visitar al poeta de la generación de 1927, Luis Rosales y en ese primer encuentro, nos acompañó el poeta y narrador José Enrique García, quien se encontraba en Madrid, realizando un doctorado en filología en la Universidad Complutense.

Durante una cena en un restaurant de la Avenida Gran Vía, Fernández Spencer expresó a Víctor Villegas y a quien esto escribe: mañana, al mediodía, tenemos un almuerzo con Rafael Morales, en el café Gijón. Acudimos a la cita y el reconocido escritor quien además era profesor de la Universidad Complutense y corrector de estilo de las obras que publicaba en esa época Espasa Calpe, al ver a su amigo se alegró complacidamente.

En mi calidad de director de la revista Análisis, aproveché la oportunidad para solicitarle a Rafael Morales, escribir un artículo de ese fervoroso encuentro entre dos amigos que participaron de manera destacada en la década de los cincuenta del siglo pasado español, en la Tertulia Literaria Hispanoamericana, que fundara el Fernández Spencer.

El catedrático y escritor no vaciló en su respuesta y, para asombro de los participantes, se comprometió entregarlo antes de nuestro regreso a República Dominicana. A continuación, reproducimos algunos párrafos como testimonio del celebrado encuentro:

“Volver a tener en Madrid al gran poeta dominicano Antonio Fernández Spencer, es un gozo verdaderamente muy grande para los que somos sus amigos y admiradores desde los ya lejanos días juveniles. Y este gozo del reencuentro se acrecienta lógicamente con la fortuna de volver a escuchar sus versos leídos por él mismo, versos que son los últimos que ha escrito y que pertenecen a sus libros inéditos, “Tengo palabra”, Otra vez en la tierra”.

“Antes del libro “Bajo la luz del día”, -concretamente entre 1940 y 1944-, Fernández Spencer había escrito un conjunto de canciones de tipo tradicional, “Canciones de pena”, se titulan, y algunas de ellas fueron publicadas años más tardes en un suplemento del diario dominicano “El Nacional” y otras en una hermosa revista de su país cuyo nombre no recuerdo”.

“En 1945 publica un libro de poemas superrealistas, “Vendaval interior”, que hoy desdeña por considerarlo, y con razón, superado por su obra posterior, pero que para mí, que me gusta curiosear en el entresijo del proceso histórico de los poetas y de la poesía, tiene el valor de ser el primer brote del superrealismo en la República Dominicana, desde ese ismo es tardío; esos poemas fueron escritos hacia el 1942; luego Freddy Gatón Arce, con su libro “Vlía”, escribe el primer libro de poesía automática, y que ha de ser considerado uno de los mejores poemas de ese género en América”.

Pero Fernández Spencer, como poeta auténtico, supo en “Bajo la luz del día” equilibrar armoniosamente arte y efectividad en una simbiosis ideal que es para mí la meta más difícil y la más deseable. Y además lo supo hacer con palabras sencillas y cotidianas, reforzadas, eso sí, por iluminadores procedimientos estilísticos”.

Al día siguiente, Fernández Spencer nos llevó a conocer al humanista y excandidato al Premio Nobel de Literatura, Antonio Tovar Llorente. Otro encuentro maravilloso por tratarse de un escritor de dimensión universal. Para quien suscribe, lo que más sorprendió de este hombre fue su humildad y la forma amena como nos recibió.

El encuentro se produjo en su apartamento y no desperdicie el momento y le pedí que colaborara con artículos y ensayos en la revista “Análisis”. Prometió que lo haría y cumplió, ya que meses después envío su primera colaboración que trataba sobre Platón, publicado por la Editorial Austrial. Sin embargo, una de las mayores satisfacciones que he recibido en mi vida fue cuando pergeñó su estampa con relación a mi libro de poesía “Eurídice”.

También Fernández Spencer nos llevó a conocer al poeta, escritor y académico José Hierro y al poeta y crítico literario Félix Grande, quien fungía de director de Cuadernos Hispanoamericanos. Con júbilo recordamos el viaje a Madrid, en 1987, lo que me permitió años después, mantener una estrecha amistad estos consagrados y vitales escritores españoles.

En otro contexto, conviene extrapolar algunos fragmentos del trabajo que dedicara a Fernández Spencer, otro destacado escritor, periodista y crítico de arte español, radicado en el país como consecuencia de la Guerra Civil Española (1936-1939). Me refiero a Manuel Valldeperes, quien fuera director del periódico “La Nación”. En este caso, aborda el tema del libro “Noche infinita”:

“Poesía de ahora, poesía de todos los tiempos, poesía eterna es la que contiene este humano y hermoso libro que con el título de Noche infinita (*) acaba de entregarnos Antonio Fernández Spencer. Acaso bastaría decir de él, para definirlo con exactitud, que es el libro de un poeta, de un auténtico poeta”.

“Dijimos de Fernández Spencer, a propósito de la publicación de Bajo la luz del día, que nos ofrecía entonces una poesía en la que el “Yo” tenía una importancia preponderante. En efecto, se trataba de una poesía hecha de experiencias -nutrida de ellas- en la que se mezclaba la realidad y el símbolo. La vida -lo vivido- influía entonces al poeta”.

Ahora, en Noche infinita, es la poesía la que se impone, sin que la realidad, podríamos decir la verdad, quede perdida en medio de ese mundo espiritual que refleja. Por eso es poesía sin ciclos, poesía verdadera, poesía eterna, poesía en espíritu, podríamos decir haciendo nuestra una definición de Juan Ramón Jiménez. Y es así porque el espíritu, como la eternidad, no tiene tiempo definido”.

En ese contexto Fernández Spencer manejaba el lenguaje y la técnica a la hora de escribir de manera asombrosa. Como veremos, en sus textos, su prosa profusa aporta datos y elementos fundamentales que contribuyeron a enriquecer sus juicios filosóficos y literarios. Por ejemplo, había en su apuesta poética las formas de expresión más genuina y la repercusión de un vocabulario comprehensivo en relación a la fidelidad que genera la visión sincrónica y diacrónica en el desarrollo de las teorías. En una palabra, no descuidaba los detalles lingüísticos.