Deslizas un dedos por el cristal, excavas en el cristal, apareces, tendrás el índice humedecido y verás tus ojos mientras la ciudad se va deslizando del otro lado.

Puedes estar ante una foto de Berenice Abbot o dejar que Bruce Springsteen te siga contando de aquella infancia suya cuando tenía diez centavos en los bolsillos y se disparaba a la parada de autobuses para comprarle el periódico al abuelo. Se va borrando. En ambos lados lo que creías tuyo se va borrando mientras que en el filo que los separa serás un trapecista sobre el promontorio de las últimas vacaciones.

¿Estás en casa? ¿Es este tu país? ¿Sorpresas?

¿Alguien tiene una casa? ¿Me prestarías algún rincón olvidado de tu cama? ¿Tu almohada?

Había una vez un país donde paseabas y andabas con las manos en los bolsillos. Luego llegó la televisión por cable y el Challenger reventó delante de sus narices. Los dioses poco a poco se fueron jubilando y los demonios se instalaron en las esquinas. Los bolsillos se esfumaron y las manos ya no sirvieron más que para agarrar cucharas y sostener cepillos dentales. Sí, tienes que acostarte ya y tomarte alguna pastilla que acabe con “tan”. Sí, como, en “tan”, como Kazajistán o Uzbekistán.