Durante la pandemia, las noches en las que estuve en este mundo lejos de los efectos sensoriales de la alucinación, ocupé parte del encierro en llenar mi alma con banalidades perfeccionando mis pequeños laberintos, llenando crucigramas, escuchando música (al fondo, sirenas de ambulancia) y revisando papeles viejos.
Un domingo rebuscando en una caja de zapatos encontré un guión de película entre postales y fotos de lugares y espacios de la ciudad que ya no existen. Escrito a máquina hace veinte años atrás, en realidad no se si mi intención era escribir un guión para una película imaginaria o si se trataba de un proyecto en serio o tal vez era el recuerdo a medias de un sueño que una amiga me había contado. La presente transcripción es una versión incompleta (perdí algunas hojas) con revisiones, tachaduras y algunos detalles inéditos ensamblados a través de la distancia y el tiempo:
“Gabriella, una estudiante de arte, es asmática y se encuentra de visita en Haití por primera vez desde que sus padres salieron huyendo al exilio en 1969. Durante su estancia, conoce al pintor expresionista Dieudonné Cédor, panita de sus progenitores. Es una amistad de esas que perduran a través de los años a pesar de la distancia.
“De pronto Gabriella siente curiosidad por averiguar más sobre la amistad entre el artista y su familia; en su mente gravita la pregunta ¿que diablos los unía?
“Se le ocurre armar un documental y grabar tan pronto pueda con la cámara super 8 que recibió en su cumpleaños. Poco a poco, se adentra en la investigación de la vida y obra de Cédor, su paso por el Parti communiste, sus viajes, penas, vivencias y tribulaciones. Siente como si todo eso ya lo había escuchado antes.
“Lee cartas y en una de ellas alguien le escribe a Cédor describiendo una accidentada caminata por un calle empedrada. Al final de la calle hay una iglesia profanada por Makouts. Por todas partes hay mosaicos rotos y fragmentos de bala. En los años setenta la iglesia era un refugio y lugar de encuentro clandestino de la disidencia anti-dictatorial. Aquí las llamas de la furia consumieron la biblioteca personal de una historiadora y catedrática. Ante tal pérdida y destrucción, es difícil contener las lágrimas. Se escucha un canto a sotto voce mientras un gallo anuncia el amanecer. Las paredes ensangrentadas le hacen recordar las letras de esa canción de Pablo Milanés acerca de las calles ensangrentadas en Santiago de Chile.
“A través de su padre, entabla contacto con Suzanne Avril, periodista exiliada en Venezuela durante los años duros. Suzanne la invita a Radio Kiskeya, le brinda café, conversan a gusto y le cede un espacio de la emisora para entrevistar a Cédor. El estudio es pequeño a diferencia de su oficina repleta de libros, arte y fotos en Cuba posando con Assata Shakur, Mercedes Sosa y Fidel. Gabriella le pregunta acerca de una pintura colgando detrás de su escritorio, un retrato de expresión fantasmagórica y borrosa, oscurecida por la neblina o la memoria. La obra es de la autoría de un artista que hace años vino de Santo Domingo a Haití, uno de estos días con gusto se lo presentará. Surgen más interrogantes, surgen más contactos y ahora las entrevistas se extienden a las amistades, amantes, ex-amantes y parientes de Cédor. Y por pura casualidad, podrá entrevistar al historiador de arte Lerebours de paso por el país y por los predios de la emisora radial.
“Por puro azar de la vida entra en contacto con el pintor dominicano Xavier Amiama en un mercadillo de Port-au-Prince. Al transcurrir el tiempo, Amiama resulta ser como un hermano para Cédor. Le cuenta todo a su madre por teléfono y luego cuando escucha la voz de su padre por el auricular, Gabriella se entera de que tiene una hermana del otro lado de la isla.
“Ahora quiere incluir al artista dominicano en su documental. Le hace la propuesta. Pero el cuestionario de Gabriella explora regiones íntimas, y quien sabe, olvidadas. Amiama por su parte se siente abrumado, se le dificulta abrirse y compartir su historia de vida, limitando su interacción con la estudiante de arte. Pero un día decide mostrarle una serie de pinturas realizadas en gouache en las que su amigo-hermano Cédor y él han estado trabajando en secreto por aproximadamente cuatro o cinco décadas.
“Postrada en cama después de un repentino ataque de asma, Gabriella se da cuenta del profundo significado del trabajo colectivo de estos dos artistas (uno haitiano y el otro dominicano) —provenientes de una misma isla y un mismo terruño; provenientes de regiones distintas pero en el fondo, no tan distintas, son zonas dispersas en el mundo, son zonas cubiertas de alambradas, de heridas que no sanan; dos sociedades estructuradas como cárceles a consecuencia de la partición territorial y la violencia colonial.
“Temerosa de que su documental quede inconcluso debido a su delicado estado de salud, Gabriella tiene la impresión de que sus espectadores no captarán el profundo significado que subyace en su labor cinematográfica. Ha llegado a la conclusión de que las grandes historias se cuentan en conjunto. Tarde o temprano, la joven cineasta tendrá que colaborar con sus pares en miras a completar su visión del arte y la vida y posiblemente añadir nuevos detalles al registro público de la cinematografía popular.
“Mientras tanto, a Cédor y Amiama los une el dolor. Los dos artistas están muy preocupados por la salud de quien han adoptado como a una sobrina más y, en última instancia, les preocupa que a Gabriella le queden pocos días de vida.”