En los albores de la humanidad, antes de que existiera incluso la escritura, había poesía. Estaba, como sigue hasta hoy, y antes de que saltara también a la oralidad, o al papel, en la naturaleza indomable y magnífica, en el agua, en el sol, y en la tierra fecunda que no para de producir vida y semillas. El universo era, es, un poema insuperable, cuya complejidad y belleza no pueden trasladarse plenamente a ningún lenguaje o escritura creado por el hombre, salvo, tal vez, al lenguaje del amor, que, más que humano, es divino.

Ramiro T. Espino Cordero.

De todas las criaturas que pueblan el mundo y contienen parte de su innata poesía, la mujer fue agraciada con la dosis mayor. En muchas cosmogonías, su aparición fue el verdadero milagro. Nacidas de una costilla, del maíz, del barro, o de una invocación, todas fueron creadas para la plenitud. Pura poesía. Sin dudas, ningún demiurgo erró. Su creación fue como escribir un poema sobre otro: mujer con cascada de fondo, mujer con el cielo por techo, mujer desnuda sobre roca firme, mujer de pelo suelto contra la fuerte brisa…

De esa plenitud y maravilla, de ese deslumbramiento, de Ella, y sobre Ellas, trata este libro que presentamos hoy. Ramiro Espino, un joven poeta dominicano, ha querido también dejar constancia, en versos, del milagro, sumándose a la inmensa lista de aquellos que, locos de gratitud, felicidad y renovado asombro, cantan a la mujer y a todo lo que ellas son capaces de provocar o hacer nacer: El arrobamiento de los sentidos, el desenfreno glandular, el placer absoluto del cuerpo y el espíritu, el inefable amor…

Desde la izquierda, Odilius Vlak, Ramiro T. Espino y Rafael J. Rodríguez

Desde el prólogo, de apenas un párrafo esencial, el autor establece lo que será el poemario, y, más que apertura o dedicatoria, parece resumir un sentir, plantar una bandera o declarar principios:

Ella, que a través de mis sentidos se volvió un puñado de orgasmos tan únicos como el tiempo, que solo viven en nuestros recuerdos y reviven en mis letras… Mientras reclame la fatua idea de darle eternamente placer en mis anhelos, ella será infinita, demente, erótica, perpetua… ¡Y no! No me arrepiento de haber caído por ella, pues por ella me levanto cada día y su recuerdo es motivo de sobra para vivir y entender la Belleza.[1]

Como ven, de entrada, no hay arrepentimientos en quien se declara, jocosamente, mitad humano, mitad dominicano y un hedonista epicureano “precursor eterno del delirio sostenible, de la sublimidad del placer”, por demás, discípulo de Sade y de Bataille; lo que sí hay, y mucho, es el deseo de vivir intensamente, de disfrutar la belleza, de obtener y dar placer a manos llenas.

Según las propias palabras de Espino, en la nota de contracubierta que acompaña al libro, este “poemario desvirtúa la idea del sexo como meta, reúne y amalgama los aspectos carnales y espirituales del erotismo, enfocado en el placer femenino, desde una perspectiva de aspiración, conquista, honor, ego, vicio y veneración”.

Y luego, invita a dejarse seducir los sentidos por cada poema, dejarse seducir, “para entender”. ¿Entender el poemario, la vida, el sexo, el concepto Ella, en mayúsculas, que engloba a todo el género? Seguramente todo eso, y más, pues esa comprensión que se pide, parte, en mi primer lugar, del hechizo del mundo sensorial, como quien dice: siento, luego existo, palpo, para entender, gozo, para vivir.

Escuchemos:

Al detalle, poco a poco…/Refinaré tu alcance, / Escultura insaciable, /Aunque sea parte/De tus curvas, /Tus alardes, /Del vicio tan mío/Que resbala por tu piel, /De esa soberbia tan tuya/Que se corre y orgasma/ En mi ser;/Que me hace sonarte/Como bachata de colmado, /Un viernes cualquiera. /Sonarás sin parar, /Si te toco. //[2]

De modo que algunos de estos poemas son como leves toques o tanteos, pero otros, son inmersión y abrazo. En unos, bastan poquísimas palabras para hacer surgir imágenes de gran poder sugestivo, y en otros, lo explícito nos ataca de pronto con tal fuerza que resulta difícil no evocar reminiscencias propias, épicos desenlaces vividos que duermen en la mente, cuyos resortes saben activar estos poemas, acelerando el pulso y haciéndonos esbozar maliciosas sonrisas.

Te tengo/ Tan sexual y profundamente, / Tan húmeda y caliente…/No fuiste de nadie/Hasta que esta lengua/Decidió reclamarte. /Te hidrataste en el deseo/De un ratito más, /En el anhelo constante/De unos golpes de mi cintura, /De que me disolviera/ Lenta y progresivamente en ti. /Me montaste con tal fiereza, /Sin ningún miramiento/ Intentaste domarme. / (…) Habías perdido por completo/ La cabeza, buscabas ese final/ Que sabe a comienzo, / Esos temblores que ya sentías venir. / [3]

Asistimos a un concierto de curvas, de besos, de obsesiones, como si se tratara de una celebración en honor a Eros, un dios primordial de la mitología griega, responsable del amor, la lujuria y el deseo, al que siempre se le representa alado y travieso, y con tanto poder que ni los inmortales era inmunes a sus flechas.

Estas poesías de Espino saben regodearse en sabores, en relieves y olores, sin rebajarse nunca a lo grosero o demasiado básico, pero sí enfatizando siempre ese costado lúbrico y ardiente de la vida. El sexo como catarsis y explosión, como coto de libertad donde somos, donde podemos ser, nosotros mismos, sometedores y sometidos, cazadores cazados, sin ataduras, ni dogmas, ni tabúes; lejos, especialmente, de la simplonería moralista y mezquina, de lo “correcto” a ultranza, y de los aburridos heraldos que solo anuncian catástrofes y crujir de dientes porque no saben en verdad lo que es gozar, gozarse y ser gozado.

El sexo es fiesta, y la poesía, bien entendida y usada, también. El sexo es comunión de almas y es comunicación. La poesía también. La cópula —lo dejó escrito el gran Lezama Lima—, es el más apasionado de los diálogos. Leer este poemario confirma estas afirmaciones.

Por demás, no hay nada dejado al azar que desmienta de qué va este poemario, publicado bajo el sello Río de Oro Editores, pues los dieciocho textos, para más graficar esta fiesta de los sentidos, están acompañados por igual número de dibujos eróticos, incluida la inquietante foto de cubierta, del propio autor, que muestra la silueta, a contraluz, de una venus magnífica contra la inmensidad de un mar en calma, y al centro, cual lucero, el triángulo brillante formado entre sus muslos y su sexo, puerta para perderse, y que acompaña la siguiente leyenda:

Ese espacio equilátero/entre tus muslos, /de tu silueta, desnuda o no, /a contraluz invocó al Triángulo/de las Bermudas:/Me atrapó por siempre. // 

Así, “atrapado”, entre un beso y el otro, copulando con el ser deseado hasta en los sueños, va el poeta que sojuzga, pero no para medrar de por sí, o porque sí. Es el abuso dulce, que la “abusada” pide, no pocas veces entre gritos y gemidos, y que equivale metafóricamente a aquellos cortos o caricaturas que ahora provocan risa, donde nuestros antepasados cromañónicos, armados de un garrote, arrastran por el pelo a sus medias naranjas rumbo a la cueva húmeda, donde se saciarán con ellas hasta que calmar su bestia lujuriosa. Antes, tocaba un garrotazo, ahora, puede que baste con un roce, o un poema, puesto que aun a sus pies, él confiesa:

No te acuestas/ Con mortales, no, / Solo con los dioses/ Que fabricas cuando/ Logramos perpetuar/ Tus dulces orgasmos/ (…), / Aquellos que sabemos/ (…) Dominarte en la tierra, / Sostenerte firme/ Con esta intención/ Más dura y erecta/ Que cualquier superficie/ Contra la que te someta, / Y decida poseerte/ Con la justa intensidad/ Que me miras, / (…) Pues mucho quieres/ Y tantísimo consigues/ De este dios fauno/ Obsesionado con tu piel,/ Único ser que,/ Estando a tus pies,/ Te pone de rodillas/.[4]

Invitamos, pues, a leer este primer poemario de Ramiro Espino, con el que se estrena como autor publicado y pierde, para usar un término alegórico, y entrecomillo: “su virginidad literaria”. Libros así, frescos, originales, sinceros, son saludables para el espíritu y la emancipación de los sentidos, especialmente, porque abordan un tema que, para muchos, sigue siendo tabú, y con el que no todos se atreven, a pesar de que el erotismo en la literatura es múltiple y antiguo como la imaginación. Los referentes clásicos, todos maravillosos, sobran, de Las mil y una noches al Cantar de los cantares o al Kamasutra. De modo que tributar, con nuestras creaciones y experiencias personales, y desde nuestro amado Caribe, a este universo, es ensanchar nuestra humana naturaleza, y volvernos mejores y más libres. Entonces, aproveche sus dones. Disfrute de su mente y su cuerpo. Ame. Lea poesía. Practique todo el sexo que pueda. ¡Sea feliz!

Santo Domingo de Guzmán, 17 de julio de 2022, 3:53 pm

[1] Ramiro Espino Cordero, Prólogo, poemario Ella, Río de Oro Editores, 2022, p. 7.

[2] Guitarra obsesiva, p. 10.

[3] Te tengo, pp. 76-77.

[4] A tus pies, pp. 13-14.