Hoy comienzo por estos lares. Y la propuesta que les traigo es un libro que, en lo particular, me ha resultado inspirador, por breve, impecablemente editado, sereno en su andar metafórico, y con un olor a frescura en sus páginas que lo hacen inolvidable, lo digo literalmente; este ejemplar posee ese don de hacernos sentir deseos de (tres puntos suspensivos); es descaradamente erótico y su tema a flor de piel está justamente en el tratamiento literario conque su autor siente, desenmascara y expresa la sensualidad. Tiene el punto común del curry, el azafrán, la pimienta y ese toque de comino que hay que tratar cuidadosamente para no exacerbar ciertos paladares estéticos.

No hay desbordes en sus imágenes, es cierto, pero está todo lo que su autor necesitaba desaguar en estas páginas y queda dicho, sin ambages. Su lectura lo ha convertido también en un objeto de deseo, -el deseo de haberlo escrito uno mismo- y lo arropa un aura de evocaciones que derrama su encanto. Esa lucecilla sutil donde crecen el apetito por la carne y el desafuero cuando se nos escurren, entre…los versos, la certidumbre de lo añorado, la frutalidad deshecha, jugosa y suculenta perdida por las comisuras del goce sexual; sí, dígase, porque que es palabra fermosa y fecunda. Y dije lucecilla cuando justo pensaba en esa recurrente imagen de Octavio Paz cuando, en su monumental e imprescindible ensayo La llama doble amor y erotismo nos inoculara con esta descripción: “la lámpara encendida en la obscuridad de la alcoba”. Eso se me antoja “Ella”, de la autoría de Ramiro T. Espino Cordero.

“Ella”, así de -nada- simple es el título de este libro, de la autoría de un híbrido según la nota de la solapa, Ramiro T. Espino Cordero, mitad humano, mitad dominicano. Hedonista epicureano. Chef profesional. Precursor eterno del delirio sostenible, de la sublimidad del placer. Autores preferidos: Marqués de Sade y Georges Bataille. Y con esa carta de presentación ya uno alista las almas, es decir, las armas para aquilatar su obra poética. A todas luces un cocido de vivencias personales tamizado por lecturas de dos de los más grandes, polémicos y prolíferos autores en tema tan voluptuoso, valga el sensualismo, como el deseo de celebrar (y por) el cuerpo de la mujer y nuestra relación metafórica o explícita con él.

De este libro he disfrutado hasta la textura de sus páginas, como ya referí en el introito, el cuidadoso y exquisito diseño de interior, un elemento que, en no pocas ocasiones, es tenido a menos, cuando no ignorado; las ilustraciones  y el tratamiento plástico dado a las imágenes, conseguidos con delicado y ardoroso dominio de sugerencia y, desde luego, el cuidado editorial de quien demuestra conocer este oficio de la pulcritud con que se debe asumir la producción y distribución del libro como ente vivo, como esencia de saberes profesionales interdisciplinarios.

Entonces debo decir gracias Editores Río de oro, a las personas Rafael J. Rodríguez Pérez, en calidad de editor, corrector y director de esta casa editora, a Carlos H. Bruzón, por el celo en el diseño y diagramación, y al mismísimo autor del poemario por la fotografía de cubierta de su libro “Triángulo de las bermudas”; su infinitud para sorprendernos también con un ojo visor y un obturador atento ante esos lapsus de tiempo en que luego la imaginación pone brújula hacia un símbolo recurrente de deseo me resultaron sorprendentes. Aunque haber conocido esta editorial y el delirante y fino trabajo que realizan en su concepción de un libro me satisfizo más allá de “Ella”, esperen pues nuevas entregas para nuestro Convite literario de algunos de los títulos por ellos publicados.

En “Ella” el erotismo es, además, ese binomio libidinoso entre delicadeza y desenfreno, aunque a mí la palabra que me gusta es depravación, no siempre asociada a lo sublime del amor, pero sí…al menos en su campo semántico se le ve asomar su connotación; porque en lo más remoto de la intimidad, allá donde mujer y hombre ganan para el silencio del acto amatorio la plena comunión, el sexo queda desinhibido, total y desahogadamente desembarazado de todo juicio moral. Es una visión que siento trasmiten los poemas de Ramiro T. Espino y eso me gana como lector.

Lo erótico alcanza el paroxismo. Inunda al autor, lo trasciende.

El erotismo es la poesía de los cuerpos, esos silencios que brotan del quejido y se salpican de “sudores” ambiciosos y “entre gruñidos insaciables que sabían componer y manifestar el principio esencial de nuestra pasión”, se subliman luego las palabras más normalitas posibles con que se nos poetizan estas experiencias venidas desde lo más anegado en placer. Un silencio que cruza -alevoso- las demarcaciones de la intuición que moran en uno y otro cuerpo. Así de luminoso y fértil es el lenguaje que hemos de encontrar dentro de “Ella”.

Espino Cordero, más bien sus poemas, me han hecho entrever nueva vez que el erotismo está en la naturaleza en toda su expresión de fuerza, vigor, extenuación y languidez, y subsiste en el hombre potenciando energía, presteza y desde luego perpetuando ese has de creación que nos justifica la existencia. Permanecemos manifiestamente inmersos bajo su señorío. Allí donde lo consentido y lo prohibido se yuxtaponen habita el erotismo. Lo insaciable del animal despliega en los individuos la imagen de libertad, pero asimismo cierta zozobra por aquello que pudiera parecerle pecaminoso y que sin embargo nos libera de la tristura, tanto como nos sumerge en “esos instantes sin aliento”.

Dialogando con la poesía de Ramiro T. Espino Cordero pude ir a una de sus fuentes de lectura, el placer de descubrir nuevos autores para dilatar estos por menores -que se convierten en por mayores- me ha acercado a un autor de indiscutible prioridad para adentrarnos, sin desdeñar una sola letra de las de Octavio Paz, en los laberintos del erotismo, mirado desde la inspiración lírica, ontológica y humanista; de modo que encontrarme con los ensayos de Georges Bataille, ha sido una ganancia, un plus, un valor agregado de “Ella” que debo resaltar y agradecer.  Es esa lucidez de un libro de poemas, de poesía, la que inunda nuestra capacidad de asombro también. Esa sacudida de la que habla Bataille cuando sentencia en su ensayo “Las lágrimas de Eros”, y concluyo con su cita: “El único medio para acercarse a la verdad del erotismo es el estremecimiento”.

Aún no

Todavía… Sigo a la espera

De alguien que me sepa decir:

Vamos a quedarnos un rato más…

Abrázame más, bésame más,

Cógeme más…

Que no tenga miedo a desearme

Y decirlo cuando importa

Que sepa querer más allá del egoísmo,

De la vergüenza, más allá…

Que se atreva a darme placer

Con el mismo gusto que lo recibe

Y quiera volverme loco del gusto,

Como yo a ella.

Que sepa decir sí y también no,

Que no haga de mis dudas,

Por diversión, un deporte,

Ni el orgullo sea obstáculo,

Que su amor sea prístino,

Y me quiera con fervor,

Sin reservas…

Que sepa apreciar

Las ganas de mis labios

Y se vuelva adicta

A la húmeda y caliente

Invasión de mi lengua…

Y todavía, no llega.

Aún no.

Vecina

Mudarme ha sido difícil.

Ya no podré ir a buscar de tu miel,

Que no puedas venir por mi café.

No es tan simple mirar por la ventana

Y que no estés allí,

Dejarla abierta con la esperanza,

Con la ilusión de ti,

Este delirio que lleva tu bendito

Perfume,

Y me anuncia cuándo esperas

por mí.

Oh vecina, múdate conmigo.

Yo seré la cafeína de tus mañanas

Si te vuelves la dulzura de mis noches.

No será necesario cruzar el corredor

Para tomarnos… mi caliente y tu

dulce café.

Descaro

Qué descaro el mío…

Creerme capaz

De tener la última palabra,

Cuando tú eres

Principio y fin

De mis anhelos.

Qué osadía, al escurrirme

Desde los dedos de tus pies

Hasta tu pecho,

Cuando claramente

Reclamas mi alma,

Y yo…

Como si fuese posible

Negarme a tu dominio,

Me follo los bordes

De tu conciencia.

Cada pueblo de tu piel

Me hace reverencia

Con la precisa cortesilla

Que solo mi toque

Puede inspirarte.

Mientras, aquí estoy,

Jactándome de un control

Más ficticio que el “hubiese”,

Solo por la intensidad

De los benditos orgasmos

Que nos vivimos sacando.

Por eso me encanta

Que me mires así,

Con tanta fuerza,

Con tanta propiedad,

Con el mismo descaro

Que yo a ti.

Salvaje

Pretendiste conquistar

La multitud de placeres

Que solo este caballero,

Sin falta alguna, te cumple.

Pretendiste domarme

Sin látigos, atarme,

Amarrarme, seducirme,

Abriéndote a mi disfrute

Sin intención alguna

De doblarte ante mis caprichos.

Salvaje…

Qué mirada tan salvaje

Mostraste, sin apuros.

Cuán duro, caliente y palpitante

Sabes ponerme.

Me diste probaditas de ti,

De tu energía indomable y l

Loca; ansiosa por ser tomada

De la manera correcta

Por una bestia

Más feroz que tú.

Qué curioso: Para domarme,

Sólo falta tu mirada salvaje.

Te llevaste

Te has llevado tanto de mí:

La ilusión que me hacía despertar

Cada mañana con el exquisito espejismo

De tu rostro frente al mío.

El incomparable desenfreno

Que me poseía cuando me entregaba

Al cándido y masoquista delineado

De tus labios abiertos…

Te llevaste, atenta a ti,

Esa locura incensurable que sólo

Tus ojos, alguna vez, pintaron en mi vida;

Cada orgasmo que ahora

Puedo brindarte solo en sueños,

Esos instantes sin aliento

Entre gruñidos insaciables que sabían

Componer y manifestar el principio

Esencial en nuestra pasión.

Te llevaste tus ganas, tu cadencia,

Tu estrechez, tu risa y tus rizos…

No me dejaste ni las fotos, ni el sentido.

Te llevaste el gusto, el placer

Que solo yo podía darme, al despeinarte.

Vaquera

Mujer bendita,

Loca de remate.

Sigues intentando montarme

Como caballo tomado.

En mis insomnios subes a mí,

Cabalgas con frenesí,

Con tanto fervor, toda la noche.

Siempre a punto de caer,

Pero bien sujeta a esta montura

Que está hecha para ti.

Poco a poco se nos escurre

La deliciosa noche;

Al salir el sol me doy cuenta

Que debes descansar.

Agotada, te tumbas sobre mí,

Pero entonces ya no puedo dormir,

Como cuando digo: “Es mi último trago”,

Pero, al terminarlo, sigo tomando.

Ahora me toca a mí agotar tu esencia

Escurrirte y beberme

Cada gota de placer

Que pueda quedar en ti.

Ahora sí, ahora estoy listo

Para desquiciarme una vez más,

Lo juro en tus caderas, y sin reservas:

Dejaré todo entre tus labios.

Te tengo

Tan sexual y profundamente,

Tan húmeda y caliente…

No fuiste de nadie

Hasta que esta lengua

Decidió reclamarte.

Te hidrataste en el deseo

De un ratito más,

En el anhelo constante

De unos golpes en mi cintura,

De que me disolviera

Lenta y progresivamente en ti.

Me montaste con tal fiereza,

Sin ningún miramiento

Intentaste tomarme.

Y sí, lo lograste por un rato;

Más ya era tarde:

Habías perdido por completo

La cabeza, buscabas ese final

Que sabe a comienzo,

Esos temblores que ya sentías venir

Cada trenza de tu cabeza,

Cada tatuaje en tu cuerpo gritaba:

“¡Magia!”.

Te movías poseída por nuestras

Inmensurables ganas.

Te morías, te dabas vida,

Me matabas, resucitaba…

Incontrolables, continuamos

Ese ciclo de placer fulminante.

Reencarnarnos, y al final,

Lo conseguiste, como siempre:

¡Llegamos!

.