Manuel,

Gracias por tu vida sin quejas ni sonrojos

Aun trasudando por las paredes huecas.

 

Tus manos que apacentaron los clavos y la madera

Construyendo y repartiendo objetos de tus sueños

Tejiendo los hilos de la semilla regada.

 

Tus ojos que alumbraron caminos extraviados

Apartando el lodo lejos del viajero.

 

Tu sonrisa desplegada a la hora, el día y la fecha

En el nombre de Dios y de todo cuanto existe.

 

Testigo en tus fueros de la inocencia

Recorriendo junto a mis nietas, Abril y Gabriela

Los campos verdes en tu moto

Respirando y soplando el aire fresco

A cambio de un simple abrazo, un adiós o la nada.

 

Manuel,

Raíz que tu mirada crece

Sencillo, liviano como el viento y desprendido

Ala frágil de una cigua mañanera.

 

Así eres. No pesa

Ni siquiera sobre la moto que te montó la muerte

Permitiendo que volara a destiempo al infinito.

 

Manuel,

Tú que tocas el toque de un abrazo

Palabra que perfora lo más profundo de la tierra

Presencia que al decaído alivia.

 

Cicatriz del polvo que eres

Al que de nuevo vuelve para tu reencuentro contigo.

 

Manuel,

Duermes tranquilo

Allá, enterrado entre los límites de las nubes y la arena

Final comienzo de tu vida

Ante Dios y tu partida.

 

Luis Ernesto Mejía en Acento.com.do