Escrita entre 1819 y 1820, Mathilda, de la inglesa Mary Wollstonecraft Godwin (1797-1851), más conocida como Mary Shelley, no fue publicada sino hasta 1959. Basada en la compleja relación padre-hija, esta novela gira en torno al tabú del incesto, en la búsqueda de una identidad femenina. Para comprender al padre, nuestra protagonista se debate entre ausencias, silencios, apasionadas demandas y temibles respuestas.

En medio de la tormenta que desató el Romanticismo, la autora se adentra en la conciencia femenina para desentrañar las razones de un padre en quien se busca asidero. Hija de los filósofos William Godwin y de Mary Wollstonecraft, pionera del feminismo, célebre por, entre otros escritos, Vindicación de los derechos de la mujer (1792), los orígenes familiares explicarían de alguna manera los fantasmas que asedian a los personajes de Mary Shelley.

Por sus ideas anarquistas, el padre de nuestra autora ejerció una enorme influencia entre los jóvenes románticos, quienes pretendían romper las barreras que limitaban sus deseos. Fue un periodo turbulento de búsqueda de autenticidad y de cambios en la forma de entender el mundo. La protagonista de Mathilda pierde a la madre al nacer. Así el único vínculo con el que ésta podría arraigar en el mundo es el padre, quien la abandona en manos de una tía incapaz de ofrecerle afecto. Para satisfacer sus carencias, la niña fantasea hasta los dieciséis años con el padre, cuando éste regresa.

Padre e hija comparten la vida durante un año: largas conversaciones, lecturas, veladas musicales, paseos por el bosque al abrigo de la naturaleza, o en compañía de las amistades. Sin ser conscientes, cumplen con los rituales de una pareja. Debido a esta confusa situación, la oscuridad y el silencio nublan el horizonte de idealidad en que la hija cree haber alcanzado la felicidad. Repentinamente, cuando no se sume en un silencio hostil, el padre protagoniza arrebatos de mal humor.

Mathilda se siente culpable por el disgusto del padre, y cae en angustiosos reclamos, en súplicas o en promesas. Pretende amortiguar con amor y sacrificio los dolores que, supone, explicarían esta conducta. No es menor el tormento del padre, quien busca ocultar los sentimientos hacia su hija. El complejo de Electra se presenta ante nosotros, interrogándonos sobre el tabú cultural que desata una tragedia, y sobre la búsqueda de la identidad de una joven que no ha conocido a la madre. No en vano la novela transcurre como una larga carta, una confesión fatal.

La protagonista se remonta a la infancia del padre para explicar sus razones: huérfano de padre y educado por una madre débil e indulgente, lo que sugiere ciertas consecuencias para la construcción del sujeto. Además, éste guardaba como el más preciado secreto el amor que le profesara a la dulce, bella e inteligente joven, con quien acabaría casándose, como si amar a una mujer fuese una falta. Por desgracia, su joven esposa fallece al dar a luz una niña. Hundido en la melancolía, el hombre decide abandonar el país y errar por el mundo huyendo de raíces que lo devolverían al pasado.

Para Jung el complejo de Electra (es decir, el amor que una hija siente hacia su padre) se supera cuando la niña, al crecer, teme perder el amor de la madre. En el caso de Mathilda no existe una madre que cumpla el papel de fuente de afecto y guía, mientras que el padre, que se siente culpable de la muerte de la esposa, no toleraba la existencia de la hija, a quien le niega la protección y el afecto. Al regresar a la casa familiar, cae bajo el espejismo de la belleza de la joven, imagen que ahuyenta aterrorizado. Así, en una carta, le confiesa a la hija su falta: permitir que “un corazón inocente conociera el aspecto y el lenguaje de una pasión ilícita y monstruosa”.

Horrorizada ante lo que cree haber provocado, Mathilda, igual que hiciera el padre, se retira del mundo a sufrir el hecho de estar “manchada por un amor ilícito”. Su desequilibrio se debe a la ausencia de la progenitora y a la huida del padre que se niega a cumplir el papel asignado por la cultura dominante. También el padre de Mathilda sufrió la ausencia de un progenitor que le hubiese marcado los límites; pero no es menos determinante en él la debilidad de la figura materna. Así se sugiere la importancia de la mujer, tanto para la construcción de la identidad femenina como de la masculina.

Al final de sus días, la protagonista da la espalda a la cultura que oprime y castiga, dirigiendo sus últimas palabras a la naturaleza todopoderosa, fuente de vida y de felicidad, ajena a las pasiones, a los pecados y a las pulsiones suicidas de los mortales.

 

Consuelo Triviño Anzola en Acento.com.do

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