Es una vieja tradición en el mundo del arte y la literatura dominicana ignorar a los jóvenes escritores. ¿Para qué perder el tiempo leyendo cosas de novatos? Así decimos. Y agregamos: las obras literarias de un escritor principiante nada nuevo me puede enseñar. Para eso tenemos autores con una larga trayectoria trazada como son los clásicos.
Hay novelistas clásicos, cuentistas clásicos, poetas clásicos, teatro clásico, músico clásico, pintores y fabulistas clásicos, más otros tantos clásicos que son aquellos que traspasan el espacio y tiempo, a través de los siglos y los siglos. Son modelos que seguir porque nunca pierden vigencia. Leer a los clásicos, releer y volver a releerlos, siempre nos dará en cada lectura un nuevo conocimiento, una nueva lección de sabiduría, de interpretación, de reflexión, de compresión, de la belleza que nos transmiten las grandes obras artísticas, siendo una característica fundamental la multiplicidad de sentidos y la pluralidad de valores que nos inculcan.
Sin embargo, Fernando Berroa es un joven cultor de la palabra escrita imposible de evadir. Nos obliga a leerlo. Nació y creció junto a esa generación de poetas y escritores recientes, en la postrimería del siglo XX y los albores del presente siglo XX1, que él mismo afirma que son muchos, pero la mayoría malos porque si los contamos con los dedos de una mano, sobran dedos. Dice en la auto entrevista: “Dos o tres son buenos, la mayoría es mediocre”. (Pág. 161). Porque escriben para satisfacer su ego de poeta, de novelista o cuentista y olvidan que hay un lector que degustará esa escritura y si no la puede asimilar, la lanzará al zafacón o peor aún, se pudrirán en los tramos de la librería, y la causa está muy a la vista: “la gente no quiere pensar”. (pág. 160) Pero tampoco ellos tienen una historia que contar y su interés como poeta o narrador se fundan en la innovación, siempre innovar, aunque esa obra no diga de interesante.
Pues hablar de Fernando Berroa es hablar de ganancia en todas las modalidades del ámbito literario. En 1910 obtuvo el primer lugar en el Certamen Nacional para Talleristas, con el relato “El atentado”; tercer lugar en el XX Premio de Cuentos de Radio Santa María, con “Significa Sombra”; segundo lugar en el concurso de cuentos de Casa de Teatro, con “El secreto”; primer lugar del Premio de Ensayo Pedro Francisco Bonó 2014, Funglobe, con la obra El poder de la técnica: La estructura narrativa de la novela Solo Cenizas Hallarás (Bolero); Premio de Poesía de la Feria Internacional del Libro 2015, con el poemario La destrucción del mito; Premio de Novela Federico García Godoy 2012, Funglobe, con la obra El turno de los malos; Premio de Cuentos Juan Bosch 2012, Funglobe, con la obra La verdadera muerte de Pedro Henríquez Ureña.
Fernando Berro es un hijo legítimo de un barrio cualquiera de capital la dominicana, estudiante de la UASD, descendiente de machepa, y a pesar de su juventud, tiene una amplia y prolífica carrera académica, así como buen dominio de la lectoescritura. Posee Licenciatura en Letras por la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD); Máster en Guión de Cine por la Universidad de Sevilla, España, y actualmente cursa un doctorado en Literatura Hispánica. Como profesional es catedrático de Literatura y Guión Cinematográfico en la Universidad Iberoamericana, Unibe y en la Universidad APEC; además de profesor de Estética de la Facultad de Artes en la UASD. Ha incursionado en diferentes ámbitos de la literatura, abarcando diversos géneros, entre los que se destacan: el cuento, la poesía, el ensayo, la crítica literaria, la investigación literaria, novela y guionista de cine.
La novela El turno de los malos
¿Qué es lo que nos cuenta el autor en esa novela llamada, El turno de los malos? ¿Cómo nos lo cuenta, dónde, sobre quién o quiénes, cuándo y por qué nos cuenta esa historia?
El turno de los malos es una obra escrita con pasión, emoción y humor. Su prosa es dinámica, intensa, directa y precisa, y lo mejor en la lectura, no aburre y es asimilable. Es la historia de un barrio que se mueve entre la vida agitada y el corre y corre, y que sólo la muerte los lleva a la paz. Un lugar donde reina la violencia y el despotismo de pequeños capos ubicados en cada esquina y calles de Gualey, uno de los barrios vecindarios capitalinos donde la temperatura beligerante sube a su más alta tensión por causa de la venta y consumo de drogas, por los negocios de peligros.
La trama de la novela ya desde la primera página del texto comienza con la muerte del personaje central, y al final, termina con la muerte, sin que haya escape para los que quedan vivos, porque la otra salida es la cárcel. El lector sabe que el protagonista muere, pero no sabes cómo, dónde ni quienes los matan. No conoce los detalles de la historia contada en retroceso al pasado. El mundillo de los capos barriales y sus peripecias es el tema. Pero en este caso, cuenta la historia de El Alemán, cuyo nombre verdadero era David. El apodo utilizado es como un cascarón, recurso muy común en aquellos personajes que viven y se mueven dentro de la ilegalidad y los usan para ocultar su imagen. El sujeto narrador lo expresa de esta manera cuando barajaba los nombres de los joloperos:
“Infinidad de nombres sonaron en mi infancia, regresan a la memoria las cosas que se decía de ellos, a pesar de que nunca les conocí la cara; puedo caer en el error de adjudicar los hechos de uno a otro. Manilón, El Chévere, El Don, El Monstruo, Munra, Careperro y muchísimos más. Careperro fue el primer deportado del barrio”. (Pág. 89) Así, van surgiendo otros tantos sobrenombres utilizados por el narrador durante el desarrollo de la narración, estos apodados son: Champola, El Chacal, Frank Cuento, Nino Cowboy, La Vaguada, Chofer, Leíto, Nariz, Cibao, Rambo, El Maco, King Kong, El Mago, Brooklyn.
Su estilo es directo, sin adorno, ni retorcimiento de ideas ni palabras rebuscadas en la lengua culta. Solo intenta narrar, escribir usando vocablos adecuados para la comunidad urbanística, con gente apegada a las costumbres, vicios, ritos, alegrías, las dádivas y el bullicio que los caracteriza, propicio para ese ambiente. Un medio donde el desempleo y la vagancia los adsorbe. Además de los modismos y jergas grupales, que no es casual en esa gente aislada en su entorno, olvidada con sus necesidades y carencia total, viéndose empujado a crear sus propios medios de subsistencia, aunque el promedio de vida se les achica.
El sujeto narrador escribe los hechos, los sucesos y acontecimientos con tanto realismo, lo hace tan creíble, tanto que traspasa los linderos de la verosimilitud. Es pura realidad. La modalidad descriptiva es mínima; el diálogo lo limita al capítulo titulado: Recuerdo de un diálogo, páginas 141-144, y el recurso narrativo es abarcador y lo hace con párrafos, oraciones y frases cortas, en lengua coloquial, con algunas palabras obscenas, muy propias de la juventud de esos barrios.
En su estructura, la novela cuenta con 160 páginas promedios. Inicia en la página 9 y finaliza en la 167, distribuidas en 26 capítulos, todos titulados y con su propia historia, de los cuales: Disquisición 1: Recuerdo de un diálogo; Disquisición 11: Sobre la inmortalidad y Disquisición 111: Entrevista a mí mismo, a mi juicio, sobran porque su mensaje es muy directo. No hay ficción. Pero es natural su fidelidad al contar la historia, por la razón de que el mismo autor afirma su preferencia por la realidad absoluta y ambiente cotidiano (el realismo social), por encima de lo fantástico, la ciencia ficción y el arte deshumanizado.
Son dos historias distintas enfrascadas en un solo título, El turno de los malos: la del capo barrial y la del escritor. Fernando Berroa posee dominio de las técnicas narrativas. En especial, la técnica del retroceso, mezclándola con la técnica de la caja china y la del paralelismo. De este modo nos adentra en la historia de dos mundos bien conocidos por el escritor porque actúa como narrador presencial y es el eslabón conector entre ambos textos. Nos narra los sinsabores de un joven escritor de novela que batalla para poder escribir, luego publicar sus obras y ser aceptado en el hogar familiar y la sociedad corrompida donde vive se mueve sin caer en las tentaciones, y por otro, la historia de un capo que tiene sus actividades mafiosas en el barrio de Gualey a finales del siglo XX. Consta de trece (13) capítulos.
El escritor Fernando Berroa es ese narrador que nos cuenta su pasión por la práctica narrativa. Es una novela autobiográfica. Nos confiesa las humillaciones que sufren jóvenes como él que se dedican al estúpido oficio de escribir. Mientras otros muchachos rechazan los estudios y se dedican a la búsqueda fácil, aunque peligrosa, en el negocio de la cocaína, la marihuana, el éxtasis, la heroína, el crac, en fin, al microtráfico y consumo. Incluso recibe ofertas muy tentadoras de un tío, apodado El Chacal, para que entre al negocio, pero esquiva sus constantes ataques.
“Pensé que entendía la Metamorfosis de Kafka hasta que decidí estudiar literatura. Mi familia me empezó a tratar como un bicho raro. Le resultaba inconcebible, como si se tratara de una traición. Mi papá fue el más severo de todos, pues quería un hijo ingeniero no poeta. Hizo lo mismo de siempre: criticarme con los demás sin decirme media palabra…
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Disparó la retahíla de que aquella era su maldita casa y hacía lo que se le antojara, que suerte tenía yo de que no me quemara toda esa mierda: Y si no te gusta ya eres mayor de edad, te puedes ir al carajo por esa puerta. Mi madre se limitó al silencio, lo que es peor. Mi hermana se burlaba de mí por lo bajo, comentaba a nuestros amigos en común que yo había hecho un voto de pobreza: Quiere ser escritor.” (Pág. 89)
Consta de trece (13) capítulos alternados. Nos hace referencias de compañeras y compañeros de aulas, de poetas, de novelistas, de películas, de canciones y cantantes, de cuentistas y obras cumbre de la literatura, de artes y filosofía. Las obras literarias, de los escritores y los poetas más leído y que son recomendables porque ilustran y nutren al lector. Solo nos cuenta sus experiencias vividas, sus vivencias y que ahora comparte con los lectores, los maestros en la Universidad, de los cuales cambia su nombre de pila o lo invierte. Sus personajes son reales. Estos son, el lingüista Carlos Martínez, reencarnación de Carlisle González; el erudito y excelente escritor, pero pésimo profesor, Tirso Torres, quien es el profesor Céspedes; Camelia Montana, de quien dice que enseñaba Literatura Universal y crítica literaria, y que nadie la superaba en conocimientos de los clásicos. Camelia Montana es la profesora Montero; el profesor universitario que escribió varios libros de poesías, y que es autor de Antología crítica de la poesía dominicana, Rodolfo Molina, quien es José Molina Aza, el poeta malo y fanfarrón. Antonio L. Moreno, el novelista a quien admiraba y que fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura, quien es el profesor L. Mateo.
Faltaría ahora citar el diálogo sostenido con Ana Karen, la joven conocida en el autobús, fiel lectora de Paulo Coello, pero que él escribe así, Paolo Cógelo y La Cineasta (Págs. 33-42), siendo este último, para mí, uno de los episodios más dinámicos y persuasivo de la obra. A Ana Karen la recuerda porque le llamó la atención el nombre, por su parentesco con Ana Karenina y la deseaba en la cama. La cineasta, es la estudiante de Artes, porque fue refugio de amor fugaz y compartía sexo con mujeres y hombres. Era bisexual. Ver transcripción del pequeño fragmento:
“La conocí en la biblioteca. Llamó mi atención la cantidad de libros que siempre tenía a su alrededor. Dudé mucho antes de acercarme. Uno nunca sabe qué pensar de un rostro neutro; estamos acostumbrados a los matices. Intentaba adivinar los títulos que estudiaba. Por su ropa imaginé que era de la Facultad de Artes. En esa facultad los estudiantes visten como locos. Mientras más decadentes, mejor. Ellos defienden su postura, alegan que es parte de su ingenio. Visto a lo vintage: ¡Oh, rayos, ¡cuánta creatividad tengo! Por Dios, no relajen conmigo. ¿Acaso un artista no tiene derecho a lucir elegante, aseado, ponerse perfume? Quizás esa sea la imagen que tienen de ser creadores, no sé de dónde diablo la sacaron. Su estética se traduce en lucir como mendigos”. (Pág. 33)
En conclusión, la novela El turno de los malos está bien escrito. Narra dos mundos muy distantes, pero conectados por el sujeto narrador. Es una historia divertida sin falsear la realidad. La recomiendo.