La celebración del Día del Maestro/a, el pasado 30 de junio, amerita de una seria reflexión sobre la responsabilidad y las implicaciones que tiene esta ocupación, que más que una función es un compromiso que se traduce en un trabajo social y político. Y es bueno recordar que: el conocimiento, necesariamente, no nos convierte en ciudadanos, como el título de profesor no nos convierte en docentes.
Pienso –con frecuencia- en la labor que realizo como maestra y el gran peso social y político que este oficio implica.
El trabajo docente es tan demandante que en la cotidianidad no hay espacio para detenerse, debido a los muchos compromisos que se contraen frente a la institución educativa, el estudiantado y frente a todos aquellos que intuyen que realicemos una labor más allá de las posibilidades que el medio y los recursos permiten, incluso esperando que se trabaje hasta provocar cambios realmente extraordinarios en la humanidad.
Nuestra sociedad está fundada en el conocimiento y lo que el docente debe comunicar es el amor por este a través de las distintas disciplinas, pero también la actitud cívica y moral necesaria para una convivencia pacífica donde el conflicto se gestione a través del diálogo. Una educación sin este doble componente es una educación incompleta. (Badía, 2017)
Existen políticas educativas, leyes y normas que procuran categorizar la labor docente como un trabajo más y la educación en un negocio  desarrollado como cualquier otro, que se regenta con la misma tibieza, el mismo alejamiento y las mismas pretensiones que un supermercado o una sucursal bancaria.
Sin embargo, la educación está basada en una ética del compromiso. “Quien se inspira en la ética de la responsabilidad piensa en cambio, no sólo en la integridad de sus valores, sino también y sobre todo en las consecuencias de sus actos”, Claudio Magris.
Hoy más que nunca nuestra profesión esta articulada a la moral y a la ética, a la vida política y al desarrollo humano.
El trabajo del maestro, tanto individual como colectivo, ha de ser  lo suficientemente poderoso para activar ese “efecto mariposa” definido por el meteorólogo Edward Loren, en su teoría del caos, donde cada acción es importante por insignificante que parezca.
La educación, como decía Hanna Arendt, es comprender lo que sucede en el mundo, pero también elaborar juicios para pensar y responder a los hechos y poder juzgar. El educador, cuando ejerce su trabajo de manera efectiva,  no puede despojarse de la responsabilidad de adoptar criterios científicos y valores cosmopolitas. Sin duda es una tarea intelectual y moral, en medio de lo complejo de la situación áulica y de la falta de liderazgos en la sociedad, que obligan al maestro a que se ocupe de todo, con lo que se aleja de su misión fundamental.
Actualmente la docencia es una profesión de riesgo. Y un compromiso social y político que demanda de mucha valentía. Esta doble faena intelectual y moral es la que permite al maestro/a formar al ciudadano “en un justo medio ideal entre un razonable relativismo cultural, respetuoso con la diversidad, y la medida necesaria de universalismo ético sin el cual no es posible una vida política, civil y moral”, Claudio Magris
De todas estas ideas y conceptos, no puede menos que deducirse que el maestro es un ser humano, que participa en la construcción no sólo de la cultura, sino, como consecuencia de ella, de la sociedad, de la manera como sus alumnos/as ven al mundo, de los distintos matices con que interpretan su realidad, a la sociedad y a su existencia social e individual.
Para finalizar, quiero dejar unas interrogantes que son necesarias hacerse cada vez: ¿cómo asumimos los educadores la responsabilidad social de educar? ¿Estamos preparados para tomar el lugar que nos corresponde en el concierto social? ¿Nos formamos para crear conciencia entre nosotros mismos de la importancia de nuestro rol? ¿Tenemos conciencia del gran compromiso que implica este trabajo? En el fondo, ¿sabíamos cuando nos iniciamos como maestros/as, del gran compromiso que se asume?
En ningún momento de la historia  los maestros y maestras, han estado como hoy,  llamados a  replantear la misión del trabajo que realiza y a inquirir sobre su significado  y sus consecuencias. Reflexionar es obligatorio, ahora más que nunca.
“El docente tiene que ser más un intelectual que un instructor, además de ser capaz de entender, y compartir, el alcance político y social de su profesión” (Padro Badía, 2017).