El tíguere común dominicano, es tan asumido en su deformación, que dice con orgullo: “Yo soy un tíguere, o yo soy más tíguere que tú…” Dejando claro en esa afirmación que, para él, esa cualidad es un plus y no un elemento que le resta brillo a su conducta.

Ese “tíguere” criollo (y no tigre) es otro espécimen digno de colección para el museo de la antiética de “la dominicanidad”. Sus hábitos han permeado “la cosa” cotidiana y el quehacer público criollo. Su conducta está estampada en el tránsito vehicular, en el ordenamiento del parqueo público. El espectro del “tigueraje” criollo abunda por todo el país, como si fuese un cáncer social del cual no tenemos escapatoria.

Es posible que la selva social dominicana sea la que tenga más variedad de esos felinos, podríamos exportar a los circos y los zoológicos de todo el mundo. Se encuentran escabullidos en el congreso, en las cooperativas, en las universidades, en los sindicatos y gremios de abogados, de transportistas, de periodistas y de médicos. En los clubes, en las asociaciones deportivas, empresariales, religiosas. Son una especie de polillas sin escrúpulos, capaces de devorar sus propios intestinos.

Y como si no fuera poco, nuestro felino es el único minotauro sobreviviente de la mitología griega, con cuerpo de humano y habilidades de fiera.

Existen pocos espacios de la dominicanidad donde uno no tenga que activar las “antenitas de vinil” anti-tíguere, porque cualquier carita de pendejo bien trajeado te puede soltar un truco labioso, engatusarte y venderte bloques de hielos ilusionándote que son diamantes. No puede ser para más, en una sociedad donde la ética no se enseña ni las asignaturas de éticas. El protocolo de cómo se hacen las cosas brilla por su ausencia. Y hay de quien exija corrección y calidad, es calificado de jodón o resentido.

Ese otro mal social, está tan incrustado en la cotidianidad dominicana, que puede considerarse como un fenómeno cultural epigenético https://www.cancer.gov/espanol/publicaciones/diccionarios/diccionario-cancer/def/epigenetica. Todo aquel que no tiene su entrenamiento en cultura de tigueraje, puede ser vilmente estafado hasta por su mejor amigo.

El “tíguere” dominicano es un embaucador acreditado por una sociedad donde la deshonestidad y mentir es casi un deporte colectivo. Posee verbosidad, tiene el talento para añadirle fábulas o cualidades a cualquier producto o servicio chapucero.  Por lo regular, su medio es actuar el encantador, el bufón de farsesca https://dle.rae.es/farsesco.

Y como si no fuera poco, nuestro felino es el único minotauro sobreviviente de la mitología griega, con cuerpo de humano y habilidades de fiera. Es hijo de una sociedad donde el modelo público (gobierno) no solamente es anómalo, sino que sus ciudadanos no tienen fe ni confianza en él.

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