No se inventó la eternidad, aunque sí el concepto de tiempo y cómo medirlo. Incluso la palabra tiempo proviene del latín tempus, que significa “extensión” o “medida”. Algunas deidades del tiempo en diferentes culturas, son: Cronos y Kairós (griega), Saturno (romana), Thot (egipcia), Thor (vikinga), Enlil (mesopotámica)…
Se les asociaba con la medición del tiempo, tomando como referencia los ciclos de la luna o el sol; con el clima y las tormentas. De forma particular, Cronos era el dios del tiempo cronológico, cuantitativo, el tiempo de los relojes, de los calendarios y de los días que se suceden sin destino.
¿A qué llamamos tiempo? Algunos físicos le han llamado “cuarta dimensión”, término que aparece con significados diferentes en las matemáticas, ciencia ficción y espiritualidad.
Se define en la teoría de la relatividad como espacio-tiempo, en matemáticas como espacios euclídeos o 4-variedades diferenciables; en ciencia ficción, se refiere a otros mundos o universos; y en espiritualidad, a un estado libre de la consciencia.
Ningún discurso se escapa de las conjugaciones del pasado, presente y futuro verbales. Todo es producto de la memoria y las elasticidades de la imaginación. Se han inventado relojes solares, de agua, de arena, astronómicos, mecánicos y nucleares para medir el tiempo. Esa necesidad obedece a limitar una “especie de flujo” para finiquitar acciones humanas.
El tiempo es seccionado y manipulado por conveniencia. En el mundo material, en las dimensiones euclídeas y el universo mental, siempre ha obsesionado este fenómeno por sus características y cualidades.
No solo lo hace con filósofos, poetas, científicos, religiosos y místicos; lo hace con todo el mundo que posea capacidades de razonamientos lógicos o que verifiquen estados conscientes. Además del ser humano, sucede en lobos grises africanos, delfines, loros, cuervos, chimpancés, calamares y muchos más.
Pero el único que ha inventado una máquina para medir el tiempo es el individuo humano, por la naturaleza de sus capacidades desarrolladas durante cientos de miles de años de existencia. Quizás, como científicos, los físicos sean los que más verifiquen síndromes por conocer la naturaleza del tiempo, origen, evolución y comportamiento.
La mecánica clásica y la física cuántica han sido plataformas donde se estudia con más detalle y pasión.
Tesis como la de su infinitud ha sido sostenida por Frederick Nietzsche, la del eterno Retorno de la filosofía oriental, que lleva a la perfección del universo y en la oriental que se destruye y se reconstruye para que los actos ocurran de nuevo. O en el caso de Jorge Luis Borges, que en Historia de la Eternidad (Emecé, edición 21a. Buenos Aires, 1993), intenta dar cuenta de tres formas del Retorno y sentencia que “Nadie pierde el pasado ni el porvenir, pues a nadie pueden quitarle lo que no tiene”. En cuanto a la eternidad, este autor refiere que:
“La eternidad no es la suma de todos nuestros ayeres. La eternidad es todos nuestros ayeres, todos los ayeres de todos los seres conscientes. Todo el pasado, ese pasado que no se sabe cuándo empezó. Y luego, todo el presente. Este momento presente que abarca a todas las ciudades, todos los mundos, el espacio entre los planetas. Y luego, el porvenir, que no ha sido creado aún, pero que también existe”. (Borges, 1979:688).
El tiempo en el texto literario
Las formas en el manejo del tiempo han caracterizado a escritores, movimientos literarios y generaciones de artistas de la palabra.
El tiempo lineal, circular, regresivo, discontinuo, caótico y hasta cuántico, son algunos que pueden nombrarse. Contar una historia supone un principio y un final, todo enmarcado en espacio y tiempo limitados. La forma de escritura más utilizada es la lineal. A lo largo de la historia de la literatura llegó a constituir una camisa de fuerza para algunos autores. Era como una dictadura de la temporalidad.
Pero fue transgredida, como lo hicieron narradores del Boom latinoamericano, que se zafaron de las garras y plantearon una narrativa de tipo circular. Desarrollaron extensos textos entre sucesos acaecidos en lapsos breves. Es el caso de la obra Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez o el Instinto de Inés de Carlos Fuentes.
El manejo del tiempo por medio de la lengua y el lenguaje facilita, no solo, la narración o descripción de los hechos y sujetos literarios, sino introducirse en intersticios de las historias y navegar donde existen todas las posibilidades de expresión. Se hacen infinitas las avenidas sensibles del relato, la virtud de sumergirse en aguas cristalinas o pantanosas con el fin último de dibujar las imágenes de la conciencia.
En el texto literario, el desafío es la lengua, la construcción gramatical apegada a los hilos conductores de la coherencia y cohesión internas. Pero un gran reto es plasmar los atributos de las lógicas de la lengua y el lenguaje en tiempos caóticos, fragmentados, simultáneos y alternos.
Algunos literatos del boom y otros hicieron frente al uso del tiempo lineal en su literatura, como ya se ha expresado. Entendieron que al rebelarse tenían mejor oportunidad de acceder a otras realidades ocultas en el hecho o sujeto real. Imagine que al narrar usted desee aplicar una metodología que le permita construir un tiempo elástico o cuántico en la obra y, de la misma, no sucumbir en un estado caótico, capaz de cercenar la historia y corromper el lenguaje hasta hacerlo inservible.
En el caso de la lengua, en el mundo de la estética, se cita al poeta peruano César Vallejo, quien algunos lingüistas y críticos lo consideraban “subvertidor de la lengua”. Este poeta era capaz de alterar la morfología de ciertas palabras, con la intención de producir otros lenguajes con categorías comunicacionales y sensibles.
Se ha entendido que con el uso del tiempo lineal en la literatura, se desperdician sucesos, hechos, situaciones, paisajes que son parte de una realidad alterna o subalterna, que bien acercaría al autor al dominio de espacios de conciencia inacabables dentro del limes del tiempo en la prosa.
El autor podría considerar el concepto de eternidad, de infinitud, con la muerte del tiempo en el acto narrativo. Bucear con libertad en el espacio-tiempo, fluyendo, atando cadenas algorítmicas, donde encuentra respuestas conscientes a su realidad y la de los otros.
No es un desconocimiento, una negación de lo racional, porque esa cualidad de la mente humana es inherente. Es una forma de pensar.
La racionalidad, en la narrativa, utilizando tiempos no lineales, es parte de la naturaleza algorítmica y caótica de la lengua y el lenguaje. Si la condición racional no existiera, no existirían lenguas y lenguajes inteligibles. Es así porque la lengua, como fenómeno humano y social, es y debe ser producto de acuerdos entre hablantes.
Para ello, es necesario un discurso metodológico adaptativo y sistemático. En cambio, el lenguaje, el producido por las lenguas, construiría mensajes sensibles, más elásticos, maleables, reductibles, ampliados, dependiendo del individuo o grupos. Si el uso de la lengua construye, da forma y elimina el tiempo, en el lenguaje el tiempo es similar a la eternidad, a la manera de Jorge Luis Borges o teorías de la Física.
Aunque definimos el lenguaje como una capacidad humana, la actividad producida simula lo eterno. Actúa como un ente con tanta libertad que nadie puede limitarlo, aunque yaga sobre el esqueleto de las palabras. Para Ludwig Wittgenstein (1889-1951), el lenguaje es un sistema entrelazado de raíles de longitud infinita.
En ese sentido, el lenguaje flota y yace de forma ubérrima en metadimensiones espacio-temporales. Este fenómeno es más evidente en la escritura poética. Por eso, algunos poemas y obras narradas de carácter excelso tienden a no perder vigencia en el tiempo, aunque a lo largo de los siglos se les adapten palabras por sus evoluciones en los contextos sociolingüísticos o sean traducidas a todas las lenguas conocidas.
El lenguaje utilizado en el texto Don Quijote de la Mancha, el de la Ilíada y la Odisea o la Divina Comedia, siempre trascenderá espacios, tiempos, culturas y civilizaciones. Esto es así porque supieron captar su excelsitud en determinados contextos, pudiendo plasmar los vértices de la imaginación y reconstruir realidades y hasta verdades profundas.
Obras como estas y otras más que desafiaron espacios y tiempos quedan como un legado de las capacidades humanas de vivir y soñar.