Initium Sapientiae Timor domine. Este escrito me llamó la atención, y me empujó hacia el misterio, al verlo grabado en la puerta de un edificio construido en el 1903.  Luego de traducirlo al castellano, descubro maravillado, que es parte del Salmo 110. Este salmo también lo cita fray Juan de los Angeles, monje franciscano, en su “Manuel de Vida Perfecta” como una transcripción de San Bernardo respecto al temor que debemos guardar ante los misterios divinos.

“Bienaventurado el varón que siempre está con miedo: “Teme cuando ella se fuere, teme cuando volviere, teme cuando perdieres  la gracia, teme cuando ella se fuere, teme cuando volviere, teme cuando la gracia está presente, teme, teme si no obras conforme a ella. Bienaventurado serás si llenas tu corazón de estos temores, teme por la gracia perdida, y mucho más por la recobrada”.

Pudiera yo parecer para algunos algo irreverente, pero me atrevo a afirmar que estos son algunos de los valores cristianos que se han utilizado tradicionalmente para inculcar el temor entre los seguidores y fanáticos de esa doctrina que a tantas personas llevaron a la hoguera o a la sala de torturas.

Con armas tan oscuras como la alevosía y la premeditación las jerarquías religiosas  han logrado  mantener por siglos a millones de personas en un oscurantismo medieval, y de esta manera que sean humildes y temerosos con la promesa de una gloria eterna, tan alejada de los problemas terrenales.

El temor es algo que paraliza al individuo, que no lo deja investigar, ser, especular, mirar con ojos de niños los acontecimientos del día a día, lo que tiene en frente. Quien mira mucho hacia el cielo no observa lo que acontece en la tierra. Y el temor, para mantener acorralados a los individuos, es un ardid que solo contribuye al fomento de la paralización de los individuos frente a los problemas terrenales.

“Voy a dudar”, escribió años antes Descartes en su libro El discurso del método. “Pienso, luego existo”. Muchos años antes de Descartes empezara a dudar, Aristóteles escribió: “El que duda es  porque piensa”. El filósofo moderno Federico Nietzsche, cuyo pensamiento es la antítesis a todos estos valores cristianos, como el temor, la bondad y la compasión, demanda con su pensamiento filosófico, la reinvención de todos esos valores y debilidades por ser el peor mal social de la humanidad.

El filósofo alemán detesta la salvación por temor. Según éste el cielo es un estado del corazón, no un estado fuera de la tierra. Someter al ser humano por temor ha sido siempre la intención de las élites dominantes, combinadas por un interés, unos temen por no ofender a Dios y otros a leyes establecidas por hombres. “El poder usa la razón”, escribió Michael Foucault en su libro Las palabras y las cosas.

Vencer el temor es la tarea principal del ser humano. Si no tememos, somos más libres, más creativos ante los problemas de la índole que fuesen: espirituales, sociales o económicos.

En el cristiano se prohíbe pensar y se usa el temor como arma para apuntarnos y mantenernos controlados.  Y cómo han logrado su propósito malsano. Según el cristianismo, con su doctrina nace un hombre nuevo, sin embargo en Foucault el hombre ha muerto. Quizás el poeta Walt Whitman leyó en una pared una tarde de verano, como yo, la inscripción citada y padeció una súbita inspiración: Initium Sapientiae Timor Domini”, y entonces vomitó los siguientes esplendorosos versos: “El olor de mis axilas me vale más que todos los credos”.