(Palabras del escritor puertorriqueño Juan Casillas Álvarez, en el V Festival Literario Sur, celebrado en San José de Ocoa, del 17 al 19 de febrero)
El creador de la famosa leyenda alemana “Los Nibelungos” Friedrich Hebbel dijo la siguiente frase: “Cuando no hay falta de vino nos falta la copa”. Los estudiantes del liceo de Ciénaga en el municipio de San José Ocoa tienen muchas ganas de leer pero le faltan libros que lleguen a sus manos. ¿Cómo se puede pisar sólidamente hacia el amor a la lectura sin libros en el camino?
El escritor ecuatoriano Juan Montalvo acostumbraba decir que "Sin libros para leer derretios en lágrimas”. Es el libro quién toma la palabra y difunde la fiebre de leer. Sin libros la campana no suena y es nula la campaña de lecturas de los planes educativos nacionales. Cuando hay libros vale la pena leer dentro y fuera de los muros de la escuela.
Los buenos docentes aspiran que sus estudiantes lean de todo, el maestro no se cansa de rogar por la importancia de la lectura, este mensaje es alegre y feliz, pero la misión del docente está amenazada cuando en los estantes del aula no hay libros, cuando faltan bibliotecas escolares.
La exigencia de la lectura sin la presencia de libros, es hablar de ambages que delatan ironías, mientras que las buenas intenciones de los gestores culturales se convierten en sal y agua. Es como intentar hacer un jardín sin agua en el desierto.
Para que un lector crezca necesita los minerales y los elementos de los libros. Leer sin libros resulta en una ecuación sin resultados, es un deseo desigual para el futuro lector.
Entiendo que existe una suave transición entre el aroma de la lectura y el libro. El llamado a leer y leer debe estar acompañado de libros interesantes para tener una transición bella y reflexiva hacia la consolidación del hábito de la lectura con ojos sanos. Una persona de libros es atractiva. El deseo de leer es un anhelo que todo estudiante tiene en secreto aún antes de pisar la primaria.
Los libros son aire que nos dan oxígeno para pensar el mundo interior, para entender nuestro entorno, para después alcanzar el universo. La lectura y el libro dan un exceso de talento en todas las materias educativas y se amplía con la diversidad de lecturas, maestros, lugares, diálogos y estímulos humanistas y científicos. Este siglo exige de viejos y nuevos lectores, de viejos libros y de nuevos.
La lectura nunca acaba de empezar, los libros nunca acaban de publicarse. La lectura y el libro, la música y sus instrumentos, las pinturas y sus pinceles, el cine y sus imágenes, todos ellos montan un exquisito banquete para el hambriento estudiante de todas partes y condición social. Los libros por igual son parte esencial de ese dulce manjar que es la lectura. A través de la lectura los libros viven, rompen su silencio. Desde la primera página empiezan los deleites y beneficios.
Un libro aborda la nave del tiempo de la vida y el lector es su capitán , la dirige por caminos seguros donde haya agua y buenos vientos. Un lector que lee con interés va a llevar la nave a puerto seguro. Una persona que lee siempre es bien recibida. Cuando nuestra generación del presente siglo no tiene ambas cosas”leer y libros” es el estado quien falla, los gobiernos desinteresados son los que rompen la copa de vino. Sin embargo, el jugo de leer no se derrama, sólo falta absorberlo, es necesario servir la copa del libro.
Es necesario tener al lector y al libro sobre la mesa o debajo de la sombra de un árbol. Todo libro que llegue a los ojos de un estudiantes es para embriagarlo de curiosidad, solo hace falta el contacto de miles maneras de un libro bueno para enamorarse de la lectura.
Asistí a varias charlas en los liceos de San José de Ocoa, se habló a los estudiantes sobre la importancia de la lectura. En una ocasión una estudiante se me acercó y me dijo que había leído la novela de Enriquillo de Manuel de Jesús Galván, publicada en 1872 justo con la proclamación de la abolición de la esclavidtud en Borinquen. Le gustó mucho pero ya no tenía otro libro que leer. Me dijo que le pasó el libro a una amiga que le interesaba leerlo. Yo la felicité y le di dos libros que me habían regalado.
Fue muy agradecida. Me pidió un “selfish”. Se despidió feliz de mí y seguido se fue a mostrarle su nuevo tesoro de libros a otras compañeras. Es decir, que la fiebre de leer libros es real y contagiosa. El estudiante tiene la voluntad de leer y el docente la voluntad de enseñar, son los gobiernos quienes las chantajean.
Juan Casillas Álvarez
18 febrero en Ocoa