Colonización de la cultura

Si queremos encontrar lo que subyace en la creatividad de nuestros pueblos, debemos buscar las raíces culturales que nos fueron conculcadas, y retomar su valor de tesoro bienamado, único y verdadero. Solo así podremos conquistar  la paz y la justicia social anheladas desde siempre.

Aquel movimiento de la africanía rebelde, que pudo haber cambiado el rumbo de la historia, quedó trunco en el alma de nuestras antiguas civilizaciones cuando los intereses materiales de reinos emergentes, y posteriormente con la influencia colonizadora de Europa en el siglo XVIII, se impusieron sobre las aspiraciones espirituales de la  humanidad y pisotearon la esencia del arte que había surgido  espontáneamente de las entrañas más hondas de aquellos pueblos.

Del mundo haber asumido como suyo ese episodio cultural de tanta trascendencia, quizá no estuviéramos hablando hoy de artes diferentes, sino de arte como conjunto integral, es decir: como expresión abarcadora de cuanto ha creado y es capaz de seguir creando el hombre, porque el arte es más que literatura, es más que poesía y teatro, y es más que canto y danza en el frenesí ininterrumpido  de nuestra existencia: el arte es el hombre mismo, su vitalidad y la multiplicidad de sus vivencias.

Si retomáramos este concepto y lo hiciéramos nuestro, no habría necesidad de debatir si el arte ha sido o no el eje transformador de las culturas vivas.

En esto, por supuesto, el teatro ha jugado un papel estelar, a pesar de que por razones políticas y culturales este tema todavía es debatido en el mundo occidental. Recordemos que la ideología oficialista ha instituido que la literatura, no el teatro, es la disciplina que se aboca al uso estético de la palabra escrita, o al contenido de textos redactados bajo esta finalidad estética o expresiva.

Hoy, sin embargo, se considera válido que los tres grandes géneros en los que se divide la literatura son: el género dramático, que refiere al texto utilizado para representarse mediante actuación; el género lírico, que se orienta al texto sujeto a cadencia y ritmo; y el género narrativo, que tiene como fin principal plasmar una historia ficticia sin apelar al uso de versos.

En realidad, desde una óptica tradicional se entiende que una obra teatral es un género literario cuyo texto está constituido normalmente por diálogos entre personajes y con un cierto orden, susceptible de representación escénica en un espacio situado frente a los espectadores, en un plano elevado. Mas, como ya he planteado, con esta concepción se persigue negarle al teatro su sentido integral, es decir, su armazón construido en unidad con las demás manifestaciones artísticas creadas por el hombre.

Enrique Jardiel Poncela, escritor español del siglo pasado, quien rompiera con el naturalismo tradicional imperante en su época, decía: “El teatro no es literatura; es un instinto”; expresión con la cual tal vez quería insinuar lo que hemos planteado.

Pienso, eso sí, que los dramaturgos debemos esforzarnos en escribir bien, hacerlo lo mejor posible, a fin de darle el valor más alto a la palabra, sin la cual nunca llegaríamos a plasmar correctamente nuestra forma de pensar, actuar y sentir.

Tengamos siempre presente que el teatro es, más allá de la palabra, esa simbiosis oculta de todo aquello que palpita en el corazón humano, en su estrecha relación con los símbolos y la naturaleza.

Haffe Serulle en Acento.com.do