Empleando el formato testimonial, la reconocida crítica de arte y curadora estética de importantes exposiciones desde hace años, Marianne de Tolentino ha escrito un texto en que resalta la actuación de Augusto Feria como Trujillo en la obra teatral La Fiesta del Chivo. La crítica de arte visual, que casi nunca escribe sobre teatro, refleja su admiración por el despliegue interpretativo de Feria en la pieza teatral, basada en el narrativo de Mario Vargas Llosa.

Hace ya mucho tiempo que he disfrutado tu impresionante actuación en la adaptación dramatúrgica de La Fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa.

Hubiera querido volver, pero no me fue posible… hasta volví a leer gran parte de la novela. Ahora bien, lo increíble es que no puedo olvidar tu protagonismo.

Entonces, pienso que, al decirte mi reacción y entusiasmo, me sentiré liberada… ¡A veces, quienes escriben sufren obsesiones, cuando la obra de arte es excelente!

Tu interpretaste esa criatura maquiavélica-mítica del mal y el sadismo – ¡que el “divino marqués” me perdone! – con una verosimilitud insospechada.

Si fue evidentemente un papel de composición, de ningún modo caíste en la caricatura, y la autenticidad del personaje estremecía, hasta físicamente.

Tu presencia escénica fue extraordinaria….

Desde la primera aparición, hubo una expresión corporal, inconfundible hasta en la mímica impasible: aunque tal vez no te agrade saberlo, para mí se “esfumó” el portentoso y esperado Augusto Feria, detrás de una metamorfosis brillante.

Augusto Feria expone uno de los problemas de salud de Trujillo.

Nunca caíste en una superposición con el actor – nada de un narcisismo a veces buscado por el mismo público –.

Eras el monstruo trivial que trastocaba las situaciones y anulaba la moral de sus colaboradores – un medio de confirmar su fidelidad y entrega –, respecto especialmente a las/sus mujeres.

Tampoco llevaste el papel hasta la ridiculez y la exageración… es que con Rafael Leónidas esto no cabía, y Johnny Abbes se convertía aquí en un torturador deplorable más allá de su nulidad como ser humano.

Aparte de tu densidad – ¿aumentada? – corporal y facial, tu trabajo de la voz, esa voz sin profundidad de “Chapita”, en ella le conviene el apodo, simultáneamente articulada, vibrante y monocorde… fue otra muestra de perfección actoral.

Por supuesto, la atroz escena final – que tal vez no te dejó dormir algunas noches – es imborrable.

Aquel viejo, impotente e incontinente, antes de la agresión inmunda, nos comunicaba el hedor a alcohol y un bailar ya no dominado como antes … El pavor alcanzaba los sentimientos internos del espectador, sobre todo si había leído el libro.

La herida infligida a la chiquilla, virgen y sacrificada, la vivimos moralmente. Fue el clímax insostenible. y entonces Augusto Feria había desaparecido totalmente, hasta en su “juego”.

Yo hubiera debido escribir mucho más, acerca de la adaptación, de la dirección, de los demás actores, de la escenografía, ya que fue en conjunto una obra memorable en el teatro dominicano, pero, como te lo expresé, solamente me quería liberar, cual una especie de Urania espectadora…