Los poetas y los pintores llamados vanguardistas de la primera década del siglo XX hicieron del sueño grandes posibilidades estilísticas y creadoras. A partir de la experiencia interior, nacieron las principales confluencias artísticas de estimable significación para la literatura y el arte contemporáneo a todo lo largo del siglo XX.
Aparece de esta manera una nueva actitud ante el objeto artístico y literario. El surrealismo es aquella manifestación estética a partir de la cual la visión de lo real se convierte en sueño, ensoñación y escena de la escritura poética y artístico-visual. Lo que gobierna el imperio de la plástica y de la poesía es el sueño, o más bien, el onirograma y el iconograma, esto es, un tipo de horizonte donde el deseo se expresa como libertad de cercanía y profundidad de lejanía. Lo que permite apreciar mediante la superficie visual y literaria un sentido de la apariencia, cuyo soporte encontramos en los diversos territorios del inconsciente del sujeto y la cultura.
El poeta y visionario francés André Breton (1896-1966) el Primer Manifiesto del Surrealismo el 15 de octubre de 1924. Véase André Breton: Manifiestos del Surrealismo, ED. Labor, Barcelona, 1992), y donde el poeta y visionario de esta tendencia literaria y artística replantea los vasos comunicantes de la apertura surrealista. Para la crítica de arte y la crítica literaria el surrealismo no es solamente una tendencia o una técnica, escuela o un simple movimiento sino más una actitud ante la vida, tal y como muy bien lo destaca Octavio Paz en La búsqueda del comienzo. Lo que implica en este orden y sentido una amenaza del sueño, de lo fantástico, de la territorialidad del horizonte y la mirada. Quiere esto decir que la tensión entre literatura y arte en el surrealismo evoluciona hacia la presencia de imágenes y signos de la alteridad instaurándose, de esta manera, un espacio de multiplicidades cuyo caudal estético se hace polisémico, esto es, de varias significaciones y modos de ver-leer.
La técnica del surrealismo va más allá de la técnica del sueño, esto es, la técnica de la fragmentación del mundo oculto, donde el concepto de realidad se individualiza conviertiéndose en surrealidad. Esta condición permite al creador y al espectador producir el complemento para la comprensión del onirograma y la significativa sustitución de la materia evanescente que le sirve de base a la pintura, la poesía, la escultura, la novela, el dibujo, el ensayo y otras manifestaciones estéticas del surrealismo. La literatura y el arte contemporáneos, a través de la apertura vanguardista ha hecho posible el valor del concepto de transformación, desde la poesía y la representación visual.
André Breton y Salvador Dalí, entre muchos, serán los cauces estéticos y espirituales de una mentalidad cuyo entendimiento se da en la ruptura. Para ello, la forma, es la traducción significante que permite la comprensión del mundo interior, pero que además, revela un tipo de conocimiento cuya función transgresiva pervierte la realidad. En este sentido existe un “campo magnético” donde poesía, el inconsciente y la alteridad, se encuentran en una forma elegida individualmente por el artista y el poeta.
Cabe destacar que la ruptura producida por el surrealismo es el desencuentro y la visión de quiebre ante lo mimético, pues la vanguardia no resiste la imagen establecida por la simple representación. Es así como funciona desde el cubismo, el dadaísmo y el surrealismo y el futurismo la visión anamorfósica del sueño, creándose y realizándose de esta manera, una imagen críptica, densa en su significado y donde el espectador percibe o resignifica la realidad individual. El mecanismo pictórico y poético del surrealismo será para la crítica y la teoría del arte la pulsión onírica. Este mecanismo descubierto por el poeta, el artista y el psicoanálisis de la cultural le servirá al intérprete-lector para descubrir sus añoranzas, buscar correspondencias, liberar sus deseos, re-presentar sus ansiedades y hacer su propio mundo; lo que significa asumir su propia realidad-sentido. Todo lo cual, conduce a una estructura informal, donde el concepto y la imagen y el texto-horizonte adquieren su propia significación en la interpretación poético-visual.
Existe en esta perspectiva una retórica del sueño que es fragmentada por procedimientos creadores y analíticos. Formaciones culturales como el mito, el símbolo, el poema, el fantasma y los demonios del artista tienen su función en la cultura de los signos. De ahí que, aun en la post-vanguardia, la actitud surrealista será portadora, en la representación, de los más oscuros y transparentes significados visuales y poéticos. Los mundos de la ensoñación funcionan en el universo visual y textual como metáforas y nuevas alegorías que brotan de una energética propia del sujeto en actitud polivocal, vale decir, compuesta por varios registros significativos. Los dos manifiestos del surrealismo lanzados por Breton entre los años 20 y 30, recogieron las rebeldías de todos los artistas situados en la vanguardia. Los firmantes revelaron una nueva actitud ante la forma y la comprensión del arte y la literatura en aquel entonces. La magia fue el elemento principal en aquellos creadores que se revelaron a través de la ensoñación. (Ver, Ana Balakian: André Breton, mago del surrealismo, en Monte Ávila, Caracas, 1971; vid. también, el catálogo Breton y el surrealismo, C.A.R.S. Madrid, 1991).
En efecto, tal y como podemos observar y advertir, el onirograma, el criptograma y el iconograma constituyen el universo del sueño a través de imágenes estremecedoras y que nos muestra André Breton en la excelente obra titulada El arte mágico (Eds. Atalanta, Barcelona, 2019), las formas simbólicas mencionadas motivan una raíz que tiene su base en el inconsciente individual y colectivo. Si el sueño forma parte de la poética surrealista sería importante destacar que pintores, arquitectos, escultores, escritores y cineastas, entre otros, cultivan un tipo denso de onirografía y que el inconsciente funciona en ese orden como sintaxis de doble expresión: de superficie y de profundidad. Ambos espacios remiten a los arcanos, deformaciones mentales, míticas y colectivas, operándose, en este sentido, un conjunto significante y significativo de funciones visuales y literarias, expresándose en su manifestatividad.
En varias ocasiones Octavio Paz ha señalado que el surrealismo no es simplemente un movimiento, sino una actitud ante lo existente y una mostración de los fondos originarios del sujeto poético y artístico. La ruptura y el desbloqueo que se operan por pulsiones oníricas, producen la invasión fantasmática de las imágenes que actúan, además, en los territorios de la literatura, el arte y de la realidad del sí mismo como interpretante agónico.
La circularidad, así como la transversalidad de la imagen surrealista, pronuncia los contenidos generales de la cultura en un cuadro formativo necesario para la comprensión crítica de los productos oníricos. Gran parte de la expresión poética y artístico-visual post-surrealista empalma con el descubrimiento de las esencias que definen al sujeto de la pintura y en general de la expresión surrealista, que, justamente complementa el sentido explícito de ilusión del espectador y del creador.