Bien sonantes, las palabras odian el sonido y aman el silencio.
Ante un espejo barroco, Diotima de Mantinea, alter ego de María Zambrano, articula las palabras… “Y el silencio se ahondaba aun más y se abría en sus adentros” …
El que escribe este artículo, muy callado, le responde… “Borrar lo que escribes, escribir lo que borras. Bellos los ojos y los labios, la mujer le besa desde el espejo” …
“Comenzó a sentir la pura vibración del corazón de los astros, de las plantas y de las bestias, y el corazón sagrado de la materia que sólo es inerte porque se apresta a ser domada hasta el no ser, para sentir el tiempo primero que cae y desciende rescatado en cada cosa…”
El que escribe se detiene y escucha los susurros… “Sin tino ni desatino, siempre errarás la flecha. La poesía, ese animal invisible, existe en lo que no existe y morir sin haberla conocido es tu destino”.
La mujer en el espejo se sirve una copa de vino y, al beberlo, declara: “El mar sin límites de las vibraciones de la vida y su corazón primero. Un cáliz donde toda vibración se transforma y la materia es redimida de su servidumbre, donde el tiempo es consumido y se hace instante, como si ese Dios desconocido, del que me han hablado, llamara hacia sí irresistiblemente. Abismo donde toda vibración, todo latido entre pasa la vida.
Cáliz y abismo donde el instante deja de ser grano de arena, es germen , fuego, luz.
Suceso que no pasa…
El silencio salta del espejo, a la mesa de quien escribe.
Toda la música del mundo, todos los sonidos, el canto de los pájaros, la armonía del mar, las melodías de los pájaros, y la explosión de las galaxias empiezan en el silencio y terminan en el silencio.
La mujer del espejo abre el libro De la Aurora escrito por María Zambrano, y lee sobre el silencio que aparece asociado a uno de los rasgos que perfilan la música en occidente, desde Haydin, pasando por Handel, Bach, Beethoven, Wagner, Debussy, Schomberg, en todas la composiciones de estos, es el silencio el que organiza el sentido y sus estructuras más que los sonidos, el ritmo y la armonía.
Comenta la Zambrano, a través de la mujer que nos mira desde el espejo….
…Un silencio incomparable, indecible, el silencio mas allá de todo concepto. Es el silencio, de la concepción de la luz…
El que escribe apunta: “Hondas y lejanas en el espejo, arden las palabras, agudas y graves, vocales y consonantes, ecos vagos, ligero el sonido, ni música ni ruido, el cerrarse de una puerta, silencio y vino… Silencio en donde se escucha aquella armonía, aquel silencio viviente en donde caen las palabras”…
Bebe vino, y lee en voz alta el que escribe este artículo:
“Los muertos no tienen voz, es lo primero que pierden. Se les oye dentro de uno mismo, en esa música que por instante brota cuando más olvidados estamos, como si ya muertos pudieran estar solos… Susurra la Zambrano desde el espejo”.
Hay dos tipos de silencio, un silencio viviente y un silencio disonante, un silencio que es el silencio de los muertos…
Es el contrapunto del silencio vivo y del silencio muerto.
Entre los dos silencios nace la música…. “Ahí en el mármol en el que duermen la línea y la palabra…”.
Poetiza Rubén Darío, el más músico de todos los poetas, en su poema El Coloquio de los Centauros:
“¿Qué sucede? ¿Qué ha sucedido?, se pregunta el que escribe, ya que no galopan como torrentes, las silabas y los acentos, alegres y saltantes no cubren la llanura, como jóvenes potros de piafantes bríos… ¿Se han quedado sordos los poetas? Ya no se escuchan las eternas pausas de las eternas liras, ni el susurro de cada hoja, en el coro de cada árbol, ni el canto a dos voces del rio y de la luna”…
Ya no es ni ritmo, ni música la poesía.
Cuando las palabras se rompen, dejan ver lo que llevan dentro, ni música, ni alas, solo el silencio y desde ahí nace toda la música del mundo.
Espejo de silencio es la música y la poesía, en donde toda la creación se recrea.
Hondas y lejanas las palabras, se hunden muy lentas en mares de silencio.
Bien sonantes las palabras. Bien callantes.