El concretar un sueño de toda la vida es un milagro para el alma. Ver materializarse lo que surgió un día de un anhelo pequeño, una dulce emoción o una ráfaga de lucidez, y a veces en un pasado tan remoto que apenas si podemos rastrearlo en la memoria, es una epifanía como pocas, un relumbre interior y la asunción de una certeza que nos dice que sí, que la felicidad es alcanzable y que debemos tender hacia ella con toda la ternura y con todas las fuerzas, como tiende un bebé los brazos a su madre, o el pensamiento de un hombre redimido hacia la libertad y la expansión.

No queremos después, parafraseando a Borges, admitir que hemos cometido el peor de los pecados: no ser felices, y pedir que los glaciares del olvido nos arrastren y pierdan, despiadados. Para evitarlo, edifiquemos, pues, los sueños, porque de la realización de esa entelequia, de su paso del universo onírico a realidad palpable, rotunda como un pliego legal o un edificio, nace la certidumbre de la felicidad que he mencionado.

Así yo, al presentar este libro, disfruto mi cuota de ventura ganada en buena lid, palpo un sueño tangible, con peso y con olor, y me solazo, como un adolescente ante el primer amor, en un pequeño ícono que habita en su contracubierta: una pluma dorada, un arabesco, la silueta de un altivo fortín y unas letras que rezan: Río de Oro Editores.

Eso es. Aquí está. La mezcla de esos nombres y símbolos: río, oro, vasija, editorial, poesía, Marcia Castillo, Rafael…, es la forma que encontró la alegría para tocar mi corazón y hacer carne un anhelo tan viejo como yo: la creación de una casa editora, y con ella, homenajear no solo la compulsión creadora que siempre me ha habitado, sino también, de modo literal, a mi pueblo natal, Jiguaní, aborigen y mambí, cuyo nombre significa en lengua taina río o arena de oro, y sobre cuya loma aún se sostiene en pie,   tres siglos después, un fortín español que sigue custodiando la esperanza de un porvenir mejor para mi amada Cuba.

¿Sabía que Marcia, después de su primer libro, de cuentos, derivaría hacia la poesía? Sí, lo sabía. Y es posible que incluso se lo haya comentado.

De modo que hoy no nos ha nacido únicamente esta Vasija rota, sino que, con ella, ha surgido también la editorial soñada. Que este libro primado inaugure mi sello, no es obra de la casualidad (salvo de la que teje Dios), sino de la amistad sincera, el amor por las letras y el intelecto fino.

Había editado este libro hace tiempo. Para pulir los últimos detalles nos auxiliamos de un tinto “caractoso”, y también de la presencia leve y bienhechora de la Marcia primera, la misma que, según la dedicatoria, “sostiene el hijo de Ariadna al final del laberinto”, y que esa noche se paseaba por el departamento, grave y silente como una flor, enmendando las pequeñas tragedias de un husky siberiano más fuerte que los tres.

¿Por qué esperó Marcia tanto para publicarlo, pues yo ni siquiera estaba en el país? Dice que no lo sabe, pero ahora yo lo sé. Ya lo sabemos: El libro esperó, por propia voluntad, para nacer en este río de oro, y por eso cuando le comenté que el sueño estaba a punto, ambos lo comprendimos. Era la hora, la justa; y era ella y su segundo libro (la autora de la que dije cuando la conocí que podría nacer entre los dos un gran amor o una gran amistad, quien debía inaugurarlo, y nada menos que con un poemario. De modo que así lo programé, lo proyectamos, con "premeditación y alevosía ", para que la belleza y el útil simbolismo se den la mano y el “río” nazca firme, fluya de esta vasija, y se desborde, cual un Midas “letrado”.

De Marcia, ¿qué diré? Que sé que me perdonará este preámbulo, necesario, que acaso lo amará, y que no tomará en serio que le diga que considero un honor publicar su segundo libro (seguro dirá también que es al contrario), y que sonreirá, tímida, ante alguna ocurrencia o comentario mío en torno a la poesía, a la belleza, a Cuba…

Lezama Lima achacaría estos encuentros entre caracteres parecidos al azar concurrente, otros lo llamarán destino, fatum, sino…, pero el nombre no importa, solo sé que ya nos encontramos y entramos en comunión perenne de poesía.

Yo llevo la ventaja, pues soy su editor, y en mí, eso quiere decir que he sido Marcia Castillo muchas veces, que me he puesto en su piel al sumergirme en un cosmos creativo inexplorado y cautivante como la propia ciencia que eligió para especializarse, la neurología, cuyo núcleo resulta, nada menos, el órgano más enigmático y complejo del universo, con más neuronas, y conexiones entre ellas, que estrellas tiene la galaxia. Por eso, de todas formas, y aunque tratemos siempre de horadar, solo pasaremos rozando o haremos apenas un rasguño.

¿Sabía que Marcia, después de su primer libro, de cuentos, derivaría hacia la poesía? Sí, lo sabía. Y es posible que incluso se lo haya comentado. Encontré en esos cuentos de Solo voy por café, una profundidad, una sed de símbolos, un discernimiento de las cosas humanas y un dolor tan raigal, que solo podían desembocar en el reino imantado de las imágenes y de las metáforas.

Marcia ha cultivado, también, y sigue haciéndolo, una cultura sólida, de raigambre clásica, y no es extraño oírla hablar con fascinación de antiguas leyendas, de mitos, de sucesos y personajes que ha enlazado a través de los siglos con su experiencia vital y a los que usa, incluso, para explicar cuestiones neurológicas a la luz de la modernidad. Eros puede ser su pariente, Circe su amante, y su Ítaca, cualquier sitio al que añore volver.  No pocas obras clásicas de la literatura universal le han servido también para ello, logrando un acercamiento singular a textos sobre los cuales todo estaba, aparentemente, dicho.

Ese bagaje, unido a su talento natural para la literatura, produce escritos sólidos, llenos de significado y de guiños y referencias culturales que no podrán ser captadas por todos, pero que son igualmente funcionales por la emoción que provocan. Vasija rota está hecho a esa medida y bajos esos signos, y hace recordar enseguida aquel adagio bíblico de que traemos tesoros en vasijas de barro.

Bastaría una ojeada a los títulos, en los que no faltan un buen par de latines, para saber a qué atenerse. El amor, la muerte, la introspección, el alma, las reverberaciones de la   vida y sus consecuencias, la religiosidad, el abandono y la culpa, la visión pesimista y el apocalipsis, no solo de la tierra, sino de la conciencia, son tópicos que habitan este libro con la brutal delicadeza del que ha llegado a conocer unas cuantas verdades y las ofrece (y oculta) entre palabras, en moldes alegóricos que saben llenarse de sentido como podría llenarse una caverna durante la pleamar, para luego, al retirarse el agua, dejar cubierto el fondo de guijarros brillantes. Algunos los verán y hasta podrán tomarlos, otros, los mirarán de lejos, pero nadie se irá sin verlos destellar al menos una vez.

Hay para todos, pues los poemas de Vasija rota abrevan en fuentes de universal valor: la magnífica Grecia, que, como suele decirse, sea acaso el mundo entero, por lo menos al hablar de Occidente, la Grecia donde comenzó todo: la poesía, la reflexión, la dialéctica, la filosofía; y luego, también, está la Biblia, que es fuente nutricia del poemario, y cuyo tono solemne y apodíctico reproducen algunos de los mejores poemas, como Diluvio, Talita cum y La derrota de Dios.

También, y es uno de los dones del libro, se percibe una especie de puente entre ambos referentes, una trabazón de alegorías y emblemas que conecta a los antiguos mitos, héroes y dioses, con la nueva religión dominante, recordándonos que los seres humanos somos los mismos siempre y en cualquier condición, bajo la misma luna y los mismos dolores. Ella lo dice claro en el poema La palabra y la espada[1]: Soy el grano de arena y también soy el mar./ Más que nada, menos que todo soy…/ (…) Vengo de desandar por todos los caminos/ Y todas las historias…/ Los que estamos aquí estuvimos allá. / Vengo de donde vienes tú…/ Si te abrazo, ¿me abrazas? /. 

Los referentes filosóficos resultan también una constante, una ferviente metafísica traducida a poesía que intenta contestar, sin encontrar jamás una respuesta unánime o completa, a algunas de las altas preguntas que nos asolan como especie: ¿Quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos?

Por eso, la multiplicidad de las respuestas: Sobre la roca estoy. Soy una con la roca.[2] Pero no tengo voz, soy una efigie muda;[3] la multitud que avanza sobre sus pies/ Descalzos por la ruta del sol o por las alambradas;[4] [el] pecho de [una] madre vaciado por el hambre (…) la humanidad cansada sobre la tierra seca, (…), un puente que al pisarlo estalla en mil pedazos/Y se llama Esperanza; (…) soy la gacela herida y también el disparo[5]; apenas la sombra de una sombra[6]. 

Vasija rota, el libro, cuya diagramación y arte final estuvo a cargo del artista Malvin Lamarche, es un poemario pensado de principio a fin como una obra de arte, condición a la que siempre deben aspirar los libros verdaderos, y no resulta, pues, solo una selección de veintidós poemas de autor, sino que se ha sumado arte sobre arte. En la portada (certera decisión), una obra[7] del pintor y escultor inglés Frederic Leighton (18301896), desde la cual Hero, sacerdotisa de Afrodita, privada de su amor, Leandro, rinde su última mirada antes de suicidarse; una mítica historia romántica de fuertes resonancias literarias que tiene también su versión en este poemario. A ello, deben sumarse los dos textos críticos que lo complementan, de dos plumas insignes del país: la nota de contraportada, profunda y elogiosa, firmada por Bruno Rosario Candelier, y el lúcido y generoso prólogo de Rafael Peralta Romero. ¿Quién da más?

Sí, ¿qué duda hay?, Marcia Castillo, la escritora neuróloga, la brillante muchacha de Sánchez, Samaná, que lucha a diario por mejorar la vida de seres con Alzheimer y quiere comprender el cerebro para ayudar a otros, la que da cátedra por las redes sociales sobre temas que domina y que ama, la “madre” de un husky siberiano tan hermoso y travieso que parece irreal, ha vuelto a hacerlo, ha vuelto a cautivarnos.  Solo queda rendirse y disfrutar de esta vasija única con la que nace, ¡feliz añadidura!, un sello editorial, un río de oro que manará poesía y buena vibra, si es posible, hasta que el soñador que lo inventó se funda con el Gran Hacedor. ¡Así sea!

Elidenia Velázquez Marcia Castillo.

Marcia Castillo nació en Sánchez, Samaná, en 1976, es doctora en Neurología, investigadora y profesora adjunta de la cátedra de Neurogeriatría y Neurología en el hospital Dr. Vinicio Calventi, así como educadora en Salud de diferentes colectivos de pacientes. Numerosos textos de su autoría han sido publicados por revistas especializadas. Es autora del libro de cuentos Sólo voy por café.

[1]Marcia Castillo, La palabra y la espada, en poemario Vasija rota, Río de Oro Editores, 2021, p. 31.

[2] Diluvio, p. 24.

[3] Vires acquirit eundo, p. 28.

[4] La palabra y la espada, p. 31.

[5] Ibid.

[6] Demiurgo, p. 49.

[7] La última mirada de Hero, de Frederic Leighton, óleo sobre tela, 160.3 x 91.7 cm, 1880.