La idea de relato no es una versión moderna, ella es tan antigua como el hombre. Tratar de situarlo en el tiempo, en un lugar determinado y en una época es imposible. Su génesis es atemporal y su geografía es imprecisa. Desde los primeros tiempos de la humanidad existieron los relatos, específicamente los relatos orales. De hecho, los primeras manifestaciones que se conocen hoy en día se desprendieron de las tradiciones folclóricas de pueblos antiguos como los del Asia Oriental y de  pueblos árabes en las que confluyeron mitos y leyendas comunes.

Textos antiguos como la Biblia fueron originarios de la tradición hebrea, el Corán, el Pentateuco, el Mahabarata y el Ramayana se desprendieron de las tradiciones hindúes. Así sean los diálogos de Platón y los grandes poemas épicos como la Ilíada y la Odisea en Grecia que constituyen las manifestaciones principales de las antiguas tradiciones de los griegos, cuya génesis se encuentra en la cultura egipcia. Tanto así que el historiador y helenista Rodríguez Adrados señala a estas dos epopeyas “como el momento en que la literatura escrita nace a partir de la literatura oral”.

Así encontramos el Mio Cid, y la Canción de Roldán, “poemas cantados por los juglares antes de ser escritos”. En Alemania, el Anillo de los Nibelungos en cuyo contenido “abundan los mitos germánicos”, que tiene su base en las creaciones orales y luego pasaron a ser recogidos en papiros y que a su vez fueron trasladados en papel a partir de la invención de la imprenta en el siglo XV. Es bueno señalar que todos estos relatos existieron ante todo, en la memoria de las nanas y de viajeros incansables y mercaderes y eran vistos como manifestaciones de la cultura popular. En ese sentido, las manifestaciones de los Juglares en plazas públicas y fiestas eran de carácter popular y alcanzaron una gran significación en pueblos antiguos por el legado de conocimiento que representaban y por su  valor social y educativo.

Adrados advierte además, que esta literatura, al mismo tiempo fue llamada, literatura sapiencial, que a su vez divertía por el tono jocoso y sabio que envuelve su propuesta.

Todo relatista debe estar dotado de gracia, “ingenio y extraordinaria memoria”. Italo Calvino en su libro De fábula, estudia muy bien una compilación de cuentos populares realizada por el etnólogo italiano Giuseppe Pitré en el que se destacan las condiciones de la señora Agatuzza Messia “costurera de colchas de invierno”. Habitante del quartier de Palermo, quien gozaba de “una excelente reputación como narradora”. Cuando fue consultada por Pitré ella contaba ya con setenta años. Era abuela y bisabuela, y “de niña, oyó de su abuela una infinidad de cuentos y de historias que a su vez había aprendido de su madre y que no las olvidó jamás”.

Cuando Roma conquistó Grecia en el siglo III, a. c.  los romanos aprovecharon el vasto conocimiento de los griegos y los más ricos contrataban amanuenses para que estos les transcribieran libros y les enseñaran diversas ciencias del saber a sus hijos. Pues, en esa época constituía un privilegio conocer que los libros estaban depositados en la memoria de los más sabios.

Todorov afirma que “el problema de la presentación del tiempo en el relato se plantea a causa de la diferencia entre la temporalidad de la historia y la temporalidad del discurso”.

Esta versión tiene mucho asidero porque en la antigüedad la única forma de transmisión del conocimiento era de tipo oral. Como los individuos debían desafiar grandes distancias de una región a otra, para realizar intercambios comerciales, esta situación generó el trasiego entre puertos marítimos y pueblos costeros, cuyas actividades intensificaron el comercio y se enriqueció también el intercambio cultural. Se supone que los principales promotores de este intercambio “eran navegantes y viajeros de toda índole que propagaban material de tipo sapiencial, incluso de textos muy antiguos que habrían rodado de boca en boca durante centurias”.

Desde la más vieja antigüedad sabemos que las nanas contaban relatos a sus niños mientras se encargaban de su cuidado y sabemos, además, que las más antiguas manifestaciones escritas como Las mil y una noches se desprenden de las tradiciones orientales, al  tiempo  que representan  uno de los legados  más remotos de la literatura oral y la cultura universal.

No podemos olvidar que los relatos orales desde el principio demandan una estructura compuesta por la trama, el argumento las acciones, los conflictos y los personajes, cuya fuerza narrativa depende mucho del narrador que la cuenta. El relatista oral es al mismo tiempo un actante de la historia que cuenta; pues sus gestos y su discurso constituyen un complemento entre lo que hace y de lo que dice. Gracias a esa condición, han llegado hasta nosotros viejas historias de reyes, relatos espeluznantes sobre muertos y fantasmas. Épicos relatos de viajes por tierra y mares diversos que componen miles de historias de aventuras como los relatos de la época de los descubrimientos, ya sean estos sobre conflictos bélicos y míticos entre dioses y más terrenalmente entre guerreros, emperadores y sultanes como los de la antigua tradición turca y el Imperio Otomano. Es preciso señalar que muchas de las historias relatadas por antiguos historiadores como Heródoto, registradas en papiros y plataformas físicas probablemente estarían inspiradas en leyendas y en mitos antiguos y cosmogónicos como los del historiador Hesíodo en Grecia.

Modernamente, casi todas las ciencias del saber humano han producido sus propios relatos:  el filósofo es un relatista del pensamiento, el historiador relata los hechos sociales y políticos, la medicina, la geografía, en fin, todas las ramas del saber científico y humano están constituidas así, por relatos. Es importante acotar que si todo el saber científico y humanístico del universo, se ha constituido por causa de los relatos en sus diferentes épocas y civilizaciones, esa evolución se le debe a la riqueza del lenguaje. Por esta razón los relatos constituyen una fuente de conocimiento por excelencia. Específicamente por orden de los elementos discursivos que lo componen, por el tipo de acciones que implican a los personajes, por el tipo de experiencia que intercalan, por la significación de las vivencias entre un individuo y otro, por la construcción de   mundos y   sobre la base de lo relatado y lo relatable. Sobre todo, por la carga humana de su contenido y porque constituyen a la vez, formas de vida y sistemas de pensamientos.

De ahí que como el lenguaje y las palabras han evolucionado de manera intangible y vegetal, hemos tenido relatos que pertenecen al orden de la ficción y relatos que pertenecen propiamente al orden de la realidad social.

Sin embargo, esto ha sucedido por razones históricas, puramente de orden ontológico: El hombre desde su nacimiento ha tenido la necesidad de relatar, y necesidad de comunicar.

Ningún relato podrá estar fuera de las leyes del tiempo. Sobre este particular aspecto Todorov afirma que “el problema de la presentación del tiempo en el relato se plantea a causa de la diferencia entre la temporalidad de la historia y la temporalidad del discurso”. Este postulado, nos da la noción de que hay un tiempo implícito en el discurso del narrador. El narrador ha existido siempre.  Uno en particular que cuenta los hechos que le sucedieron a otros, o cuenta lo que le ha sucedido a él, en particular.  De manera que desde el inicio existen los diferentes tipos de narradores:  Los que participan de la historia como testigos y los que participan como parte de ella (ese es el narrador protagonista), o los que narran desde afuera del escenario y desde fuera del tiempo cuando relatan hechos del pasado.

Las antiguas guerras troyanas relatadas por Homero, los relatos de las antiguas cavernas a partir de la vida de nativos en cualquier parte del planeta componen relatos míticos e históricos de un pasado remoto cuyo valor ha ayudado a construir y reconstruir una antropología de lo imaginario.

Aunque en el principio no hayan sido estudiados en su profundidad, los relatos, han funcionado de acuerdo con unas coordenadas y estructuras propias.  Orales o escritos, están dotados de una lógica que lo gobierna. Pertenecen a un establishment y a un tiempo explicito y real. Es a partir de los estudios y las investigaciones sobre las diversas teorías narratológicas de Vladimir Propp, Tzvetan Todorov, pasando por Claude Levi Straus y A. J. Greimas, hasta Joseph Courtés, que se han puesto en nuestras manos estudios profundos sobre la estructura del relato antiguo, moderno y sus variadas categorías, específicamente desde la Edad Media hasta nuestros días.

En su valiosa Morfología del cuento, Propp es quien más ha esclarecido el concepto de estructura narrativa tanto en el cuento moderno como en el relato maravilloso o antiguo y es al mismo tiempo,  quien ha destacado las funciones de los personajes y del héroe en la historia, tomando como base los relatos de la antigüedad clásica y las antiguas tradiciones de cuentos orales y maravillosos.

El éxito de la teoría de Propp se advierte en su aplicabilidad a todas las culturas originarias de relatos ancestrales relacionadas con creencias, mitos, leyendas, asuntos religiosos y cosmogonías propias de lugares extraños y encantados, hasta pueblos míticos, cuyos escenarios están situados en ambientes lejanos e imaginarios.

Pienso que uno de los mayores aportes de Propp ha sido esclarecer las coordenadas cinematográficas para los relatos visuales que se construyen en nuestras sociedades modernas y postmodernas como los comics, historietas, thrillers y películas infantiles.

 

Eugenio Camacho en Acento.com.do