Han transcurrido cuatro décadas para que el maestro español Vicente Herrero regresara al país que le dio la acogida y le permitió desarrollar una producción pictórica que se encuentra en importantes colecciones de Hispanoamérica. Esta vez se propone permanecer con nosotros una temporada para pintar una determinada cantidad de obras en los estilos que lo han hecho merecedor de numerosos reconocimientos internacionales: hiperrealismo-surrealismo y naturaleza muertas, es decir, bodegones, en una técnica de expresión analítica.
La invitación que nos hiciera para conocer el taller que ha instalado en el país, nos ha permitido conocer el misticismo de una verdadera joya poética. La simetría de sus cuadros sobresale por su simbolismo extremadamente elaborado con toda la paciencia del alquimista. El refinamiento estilizado que utiliza en cada cuadro da vida a la belleza estética.
El tema de este trabajo tiene que ver con la fructífera capacidad artística de Vicente Herrero. En sus realizaciones plásticas cada pincelada está medida al milímetro, debido al brillante método de las formas que revela la individualidad del artista al utilizar una gama de colores puros con armonía musical y una nueva forma de la composición.
Otro ejemplo a destacar es la narrativa pictórica que, en su forma general, es absolutamente excepcional por la actividad creativa que denota Vicente Herrero al momento de colocar cuidadosamente los distintos tonos que invaden la atmósfera y la superficie del cuadro. Hay en él un juego imaginativo de los símbolos y las imágenes que, combinados con los colores —de una limpieza espectacular– constituyen la unidad íntima entre el aura del artista y los significados de las composiciones.
Desde esos ángulos y perspectivas, su obra adquiere un modelado en una arquitectura de líneas y colores que permiten reconocer los secretos y la calidad atemporal de las figuras quebradizas cuando aborda el surrealismo que le ha merecido el elogio de la crítica española. Su obra se basa precisamente en la elaboración de una técnica supramoderna donde muchos de los objetos parecen flotar (es decir, salirse del lienzo) o estar yuxtapuestos en el espacio del cuadro influidos por el carácter de la catarsis ritual o psíquica.
Además de esto, su arte crea un monólogo y este, a su vez, origina un lenguaje que encuentra sentido a lo íntimo, a lo que escudriña la realidad a partir de la estrecha relación entre hombre, espacio, lugar, motivo… A esto se debe el éxito de su pintura, llegando, en muchos de los casos, a la culminación de la creación artística, porque Vicente Herrero pone énfasis en cada elemento, objeto, detalle, en la materia que se convierte en una luz de contornos ondulantes.
La composición de sus cuadros tiene mucho que ver con los tonos suaves y discretos; sin embargo, otras veces reproducen esferas compactas del espacio donde se hace notable su gama de rojos bermellones, el azul de Prusia, el gris natural, los verdes y blancos puros y los amarillos y sus sorprendentes combinaciones, cuyo cromatismo unifica de manera vibrante la composición por la rica percepción óptica que se transforma en una interpretación fantástica y colorística. De ese modo, segmenta los espacios de la composición para conseguir un lenguaje alegórico, fruto de su estilo libre.
Es evidente que su refinada técnica produce en la memoria visual del espectador una sensación agradable por los contrastes que producen sus polifacéticas zonas tonales. Muy pocos artistas logran las realizaciones integrales como en el caso de Vicente Herrero, quien ejecuta sus obras a partir de tonos irisdiscentes y compactas texturas que se observan, sobre todo, en los bodegones, como en el caso de los aguacates, las mandarinas y otras frutas que nos recuerdan al genio impresionista francés Henri Matisse.
El artista no acostumbra a poner títulos a sus cuadros hiperrealistas, surrealistas y de naturaleza muerta. Sin embargo, hace una excepción, no sabemos por qué motivo, al poner los nombres De Dante a san Juan de la Cruz y Los doce apóstoles representados en bellotas de un cristal impresionante. Cuando aborda los temas de los bodegones, los objetos, frutas y tubérculos sobre la mesa, divide los planos y de ese modo la composición gráfica destaca los contornos y elementos de cada objeto.
Como puede observarse, Vicente Herrero acentúa los colores, produciendo un deleite poderosamente auténtico.
La gama de colores de sus cuadros son el resultado de una inventiva pictórica cuyos símbolos son diseñados a partir de una maestría de más de cincuenta años que originan visiones oníricas por tratarse de un arte especial, porque el artista pone en primer plano lo exclusivamente personal y, al mismo tiempo, combina lo tradicional—inspirado por sus años de aprendizaje en el art nouveau— desencadenando con ello un bagaje visual de gran resonancia.
En consecuencia, el arte de Vicente Herrero es el resultado de años de trabajo intenso, de búsqueda de lo absoluto en el arte. Y por esa razón, su repertorio, su individualidad artística nos revela, a su vez, un mundo espiritual y filosófico. El mismo proporciona, sin duda, una relevante metamorfosis de los símbolos y las imágenes que ponen de manifiesto sus realizaciones pictóricas, ilustrando un modelo único, apasionante en su diseño y en la visión de las formas.