“… Ahí estaba el Bar Roxy, allí el comedor de Paco y detrás de ese puesto de guaguas, Radio Guarachita. ¿Quién es el dueño ahora de la casa de Balila,  la que  vendía  yaniqueques  en la mañana, la hermana de Juana la que ofertaba  lengua de vaca en las noches… ¿Está aún el Comedor Alma Llanera en la 20 con Moca, la Marisol todavía cierra a las 3 de la mañana, aún tiene Blanquiní el mejor mondongo de la capital… ¿quién hace los pasteles en hojas de San Cristóbal … quién tiene el puesto de galletas en Ocoa…venden masas de cangrejo en la Punta Pescadora… quién es el encargado del BByVT… quedan chinos en Bonao… Félix el carnicero está en Tenares… Yeya tiene la casa de cita en Romana… es verdad que en San Juan cerraron el Tupinamba…?”

Preguntamos… preguntamos, a sabiendas de que nos dolerá la respuesta. Porque la vida se marchó irremediablemente, se fue igual que el río griego donde se bañaba Heráclito, pues nadie verá más la ciudad que hemos perdido, como nadie se bañó nunca dos veces en las mismas aguas del río griego.

Sólo los que partieron, solo quienes  se han ido pueden ver la ciudad que ahora les  nombro, los que la habitamos, los que nos descomponemos bajos las bengalas del recuerdo, los que nos atragantamos de enojo porque el país sigue igual, sólo para  nosotros existe ese patria suspendida en unas coordenadas del pasado, los que habitan «La Isla», no se han dado cuenta que es otra patria , que la de nosotros está cuajada en la mañana  en que nos fuimos en Quisqueyana de Aviación, en  la tarde  en que nos prestaron unos papeles para buscar el Sueño Americano, en la noche en que salimos por la puerta grande, porque todo el mar de Miches era nuestro, en la impronta de argonautas improvisados.

El regreso es imposible, el retorno que prometía Machado, será en otro momento de la historia, ahora, es improbable que detengamos el tiempo y demos marcha atrás para que recuperemos el pasado que nos dice adiós desde las fotos amarillentas de los calendarios, en el cuadro de la niña que no termina de sacarse la espina del dedo de los pies, como nosotros no terminamos de darnos cuentas de que volver es más doloroso que el tango del Morocho, pues llegaremos con la frente marchita, con la nieve del tiempo en el corazón despedazado.

Sí, ya lo sé, algunos volveremos de todas maneras, porque solo hay un pedazo de planeta en donde no somos extranjeros

Ahora tenemos que recomponer los pedazos de ciudad que todos llevamos dentro, rearmar este rompecabezas citadino que nos atosiga, porque nos quedamos  petrificados en un recuerdo que nos niega, en una época que sólo puede vivir en la memoria y que no será valorada por los que están ahora ni los que vendrán, porque la nostalgia es un bien que se compra con jirones del alma, y los nuevos dueños del espacio que una vez fue la ciudad, pertenecen a otra suerte de país que se llama la modernidad y la vida del futuro.

Algunos volverán al litoral de Nagua, al recuerdo del “pecaoconcoco”, a Matancita, a la Capitalita, a la Poza de Bojolo, al Cachón de la Rubia, otros regresarán a Higüey , con la vieja promesa  a la Virgen de que si me da mi rancho, voy “vestio de blanco y sin zapato” , otros volverán a Barahona, pues creen que aún está Margot en la playita Saladilla, o que Mecho, tiene el puesto de tilapia en  Los Patos. Los más volverán a la capital, al kilómetro cero, a la serie palito, a donde se hacen los cheques, donde vive Dios, porque lo demás es monte y culebra.

Pero no lo saben, lo doloroso es que no lo saben, que ese país no existe, que ya no lo será nunca más, que somos una suerte de parias, porque tenemos que andar con una patria portátil, esa que sacamos frente al City Hall, cuando cumple años Duarte, o la que se reinventa como pañuelo o como taparrabos , como adornos  tricolor en las fiestas hispanas.

Sí, ya lo sé, algunos volveremos de todas maneras, porque solo hay un pedazo de planeta en donde no somos extranjeros, volveremos para convencernos de que era casi posible el hermoso milagro de ser otra vez dominicano por sangre y por territorio, volveremos a esa palabra difusa y mal entendida, a ese vocablo manoseado y moribundo, a ese sustantivo que nos une y nos separa… sí, volveremos a la patria alguna vez.   Pero mientras tanto:

Donde quiera que te encuentres,

podrido de nostalgia

o velado de inocencia,

sí escuchas la palabra extranjero

reinventa el destino de volver

que “Dulce et decorum et pro patria mori”

aunque sea por las banderas del destierro.

Allí donde te encuentres.

Sobre nieves de ausencias

o soles de regresos

sobre góndolas vírgenes

o canoas de silencios

regresa a las morenas

sonrisas de los puertos

a las tardes teñidas

color de azúcar parda

al campo que guerreando

despunta en el boyero.

Donde quiera que el pecho

se desplome de angustias

en el momento justo

de escuchar al recuerdo

desgarra las banderas,

desentume los remos

y regresa a la sangre

que llama desde el viento

entona con las velas

una canción de orgullo

una canción de peces,

de flor, de mar caribe

una canción por todos

los que van de regreso.

Donde quiera que estés

no faltes a la cita

con el deber de ser

el mejor de los hijos

o el peor de los nuestros.

Allí donde recibas el llamado fraterno…

no dejes de ser todos nosotros

cada vez que te digan extranjero.