El escritor francés Franck Bouysse, que presenta en el marco del festival BCNegra de Barcelona dos de sus últimas novelas, "Nacido de ninguna mujer" y "El diablo no vive en el infierno", cree que "el primer trabajo del escritor es ser lector".
En un encuentro con la prensa, Bouysse, un profesor de biología que devino escritor tardío, confiesa que le gusta que como lector le sorprendan, pero también como escritor le gusta verse sorprendido. "El escritor cede espacio a los personajes para que expliquen lo que quieran", señala, y fue así como dejó su mano a Rose en "Nacido de ninguna mujer".
En "Nacido de ninguna mujer" (Anagrama en castellano y Periscopi en catalán), un sacerdote rememora un suceso ocurrido 44 años atrás que le cambió la vida: le pidieron que acudiera a un sanatorio mental para bendecir el cadáver de una interna y alguien le avisó de que, entre las ropas de la fallecida, encontraría un manuscrito.
En ese texto emerge la historia de la hija adolescente de una familia de campesinos pobres, cuyo padre la vende como criada a un hombre que vive en un castillo con su madre, su esposa, que nunca sale de su habitación, y un mozo de cuadras. El hombre está obsesionado con tener un heredero que su esposa no puede darle y la joven ha sido llevada al castillo con ese propósito.
El manuscrito desgrana esa historia atroz, con episodios de una violencia y una crueldad extremas, pero el planteamiento del autor es dejar preguntas sin respuesta: ¿cuál fue el destino del niño concebido en tan terribles circunstancias? ¿Cómo acabó la joven en el manicomio? ¿Sucedió todo como se cuenta? ¿Quedan todavía secretos ocultos?.
"El diablo no vive en el infierno" (Alrevés en castellano y crims.cat en catalán) sitúa al lector en Les Doges, un idílico paisaje en las profundidades de las Cevenas, cerca de Montpellier, donde vive Gus, un campesino de mediana edad, solitario y silencioso que pasa los días aislado en el campo, con las vacas, la madera y reparaciones de todo tipo, y con la única compañía de su perro Marzo; y Abel, un vecino con quien confraterniza y mantiene una buena amistad.
Su vida es tranquila hasta que muere el abad Pierre, día en el que empiezan a suceder cosas fuera de lo común, con unas visitas inesperadas.
Bouysse se sumerge en este caso en un "noir" rural, con una narrativa poética llena de metáforas y diálogos, ambientada en una fría atmósfera y en unas espectaculares montañas.
A propósito de sus novelas, Bouysse asegura que nunca planifica ni hace esquema previo: "El libro nace cuando decide existir"; y en este punto recuerda las palabras de Dostoievski, quien decía que no tenía imaginación, que "la imaginación es el arte de reconstruir la memoria".
La memoria de su infancia en un ambiente rural francés es la que al cabo del tiempo ha propiciado estas novelas, señala, como le pasaría si fuera pintor, escultor o músico, que habría desembocado en un cuadro, una escultura o una composición musical.
Dejar esas preguntas sin contestar, "esas puertas abiertas o entreabiertas" es, en su opinión, "confiar en la inteligencia de los lectores".
"Escribo lo que soy, a riesgo de perturbarme a mí mismo, pero también escribo como soy", ha resumido Bouysse, que percibe sus obras como "una narrativa orgánica y carnal", que enraiza con el mundo del que proviene, "en el que todo pertenece a la parte humana, animal y vegetal".
En ese mundo, Bouysse se comportó como una "esponja" y han hecho falta unas décadas para que lo que vivió en esos años acabara en "unos recuerdos plasmados en los libros, aunque los recuerdos suelan mentir".
Su actitud ante la literatura nace de las primeras lecturas, con Verne, Stevenson, Conan Doyle, Alejandro Dumas, "el folletón, la novela más pura y dura", que sembraron una semilla, que con el tiempo creció con nuevas lecturas de "autores muy eclécticos" como Faulkner, Shakespeare, Mallarmé o Dostoievski.
"Como escritor -confiesa- quería reconciliar ese poso que dejaron esas novelas con mi estilo propio, que dicen que es triste y un poco duro".
Entiende Bouysse que hay "coherencia entre las dos novelas" que presenta en Barcelona, pues ambas "son el resultado de emociones vividas, y siempre las obras salen de las obsesiones de la infancia", sin embargo, no entiende la literatura en su valor terapéutico, porque "la literatura no cura" y, de hecho, nunca piensa en el lector, como "signo de respeto" y desde la convicción de que "las modas no tienen importancia y lo único es ser sincero".