¿Cómo podemos eliminar el analfabetismo funcional? Para empezar, tenemos que convertirnos en lectores activos y eficientes, capaces de leer, entender, retener, recuperar y aplicar la información que adquirimos.
Y para convertirnos en lectores eficientes hay algunos pasos previos:
- Descubrir nuestros talentos, dones y vocaciones
- Despertar nuestra curiosidad, interés y compromiso
- Definir metas de aprendizaje y crecimiento a alcanzar
- Conocer las cinco fuentes de aprendizaje de que disponemos
- Activar nuestros conocimientos pasivos.
Esas cinco áreas son claves para salir de un modo pasivo y reactivo, a un modo proactivo y automotivado.
Al estar vinculado el aprendizaje a nuestros talentos, dones y vocaciones, las áreas que disfrutamos hacer y que nos interesa aprender, todo aprendizaje se convierte en una fuente de gratificación.
No existe un ser humano que no haya vivido esa experiencia: el estar embebido en el aprendizaje de una nueva competencia, destreza o habilidad, que cualquier otro asunto lo sienta como estorbo, incluyendo comer.
En esos momentos el aprendizaje se convierte en pasión y los neurotransmisores de la felicidad: dompaminas, oxitocinas, endorfinas y serotoninas, inundan nuestra sangre, y vivimos lo que el psicólogo Mihály Csíkszentmihályi denominó modo de flujo o estar en La Zona.
Es la experiencia de la plenitud, cuando estamos en el pico más alto de la Pirámide de Maslow, la autorrealización.
A eso es que tiene que llevarnos el aprendizaje.
Descubrir nuevos talentos, dones y vocaciones
Sin excepción alguna, todos nacimos dotados para la grandeza, para aportar, para dejar una impronta.
Un indicador de que todavía estamos en la prehistoria social de la humanidad, es que, en vez de ver al ser humano en su potencial, lo queremos reducir, limitar y aherrojar en las ergástulas invisibles de la ignorancia y el atraso.
Pero el daño que hacemos al otro, repercute en nosotros.
Porque el otro es nuestro complemento y nuestra extensión y sin él somos nada, aunque en nuestra cegatería no lo entendamos.
¿Cuáles indicadores nos permiten descubrir nuestros talentos, dones y vocaciones? Algunos a tener en cuenta son:
- Lo que nos divierte hacer
- Nuestros intereses y aficiones
- Las actividades que nos hacen feliz realizar
- Cuando una actividad nos hace perder la noción del tiempo
- Lo que nos hace fácil hacer.
- Aquello en lo que somos más exitosos que el promedio
- Aquello que los demás reconocen en nosotros (“Eres muy bueno en…”)
- Las personas a las que admiramos y el por qué las admiramos
Lo triste es la inmensa cantidad de personas que viven de espaldas a tus talentos, dones y vocaciones; dedicados a actividades que odian y les aburren, encharcados en la mediocridad y el malestar, amargados y amargando a quienes los circundan, cuando esas mismas personas podrían esplander, fulgurar y sorprendernos (y sorprenderse a sí mismas).
¡Cuánto desperdicio vital! ¡Cuánta pérdida! Nuestros cementerios llenos de tumbas en que yacen personas que vegetaron, en vez de brillar y deslumbrarnos, y a los que ni sus nietos o biznietos recuerdan ni de las que se sientan en verdad orgullosos, cuando todos nacimos para destacar, simplemente cultivando nuestros talentos, dones y vocaciones.
Hay que despertar nuestra curiosidad, interés y compromiso
¿Cómo despertamos nuestra curiosidad? ¡Haciéndonos preguntas! El cerebro se activa con las preguntas y preguntarse es un signo, el mayor, de inteligencia.
Si definimos nuestras áreas de interés, en función de nuestros talentos, dones y vocaciones (porque siempre tenemos no una ni dos, sino muchas áreas de interés), entonces hacernos preguntas crea la motivación para aprender.
Un estudio sobre la curiosidad mostró que:
En primer lugar, cuando los participantes tenían mucha curiosidad por conocer la respuesta a una pregunta, eran mejores en aprender esa información y esta permanecía en la memoria más allá de 24 horas.
En segundo lugar, cuando se estimulaba la curiosidad, se verificaba una mayor actividad en el circuito cerebral relacionado con la recompensa.
En tercer lugar, cuando la curiosidad era el motor del aprendizaje, se observaba una mayor actividad en el hipocampo, un órgano clave en la formación de nuevos recuerdos, y un aumento de las interacciones entre el hipocampo y el circuito de recompensa.
Curiosidad, interés y compromiso son las fuentes de la motivación intrínseca. Y todos tenemos áreas capaces de encenderlas. ¿Qué tal si aprendemos a lograrlo?
Definir metas de aprendizaje y crecimiento a alcanzar
Una meta es algo tan sencillo como saber dónde queremos estar, dónde estamos actualmente, qué distancia hay de donde estamos a donde queremos estar y qué acciones nos pueden mover hacia allá.
El cerebro adora tener metas, objetivos, propósito y sentido. Y cuando no los tiene ¡se los inventa!
Muchas veces estamos viviendo metas ajenas, de otros.
Algunas veces, las que suponemos o nos han hecho creer que “nos conviene” alcanzar.
Pero si no nos encienden el corazón, si no nos iluminan, si no despiertan nuestros sueños locos y nos cargan el corazón de entusiasmo ¡NO SON NUESTRAS METAS!
Y resulta que nuestra vida es muy corta para dedicarla a llenar expectativas ajenas y renunciar a las propias.
Así que es inteligente concentrar nuestro tiempo, atención, energías y acción a perseguir nuestras metas, aquellas que responden a nuestros talentos, dones y vocaciones y delegar para otra vida, si es que reencarnamos, el llenar las expectativas y metas de los demás, sean quienes sean.
Ahora las nuestras. En la próxima vida, las de los demas.
Es una buena negociación.
Al hablar de metas, recuerdo a Viktor Frankl y su extraordinario libro-testimonio El hombre en busca de sentido.
Desde el título ese libro me impresionó. Todos necesitamos y buscamos eso: sentido. Si no lo tenemos, la vida carece de valor y disfrute. Pero el sentido es intrínseco, es algo que nosotros nos aportamos, nada que provenga de fuera.
Y cuando nuestra vida cobra sentido para nosotros, ejercemos nuestra libertad, una que nada ni nadie nos puede quitar, porque adquirimos propósito, y cómo Frankl nos enseña: “Y es precisamente esta libertad interior la que nadie nos puede arrebatar, la que confiere a la existencia una intención y un sentido.”
Conocer las cinco fuentes de aprendizaje de que disponemos
Aprender es nuestro objetivo y nuestra tarea, porque nuestro cerebro disfruta aprender. Es nuestra fiesta, lo que nos entusiasma, siempre que ese aprendizaje esté vinculado a nuestros intereses, talentos, dones y vocaciones.
¿Dónde encontrar las fuentes de aprendizaje? Hay cinco poderosas fuentes de aprendizaje que podemos explorar y explotar.
Uno: Aprendizaje formal, académico
Implica incluirnos en una formación académica regulada y formal. Aceptamos y nos sometemos a un cirrículo y a la evaluación de terceros.
Dos: Aprendizaje complementario
Aquí participamos en cursos y talleres extracurriculares y de apoyo.
Tres: Aprendizaje informal y virtual
Aprovechamos la Internet y la lectura para enriquecer y ampliar nuestra formación.
Cuatro: Mentores y coaches
Buscamos el apoyo y la guía de personas con conocimiento y experiencia en el área. Quienes saben disfrutan compartir sus aprendizajes. En todos anida un maestro, un mentor dispuesto.
Cinco: Aprendizaje experiencial, por prueba y error.
Y claro, hasta este punto todo ha sido información. ¿Cómo convertimos esa información en conocimiento? A través de la práctica. El conocimiento no es intelectual, es experiencial y se acumula en todas nuestras células, en todo nuestro cuerpo.
Si entendemos esas cinco fuentes del conocimiento y las aplicamos, veremos que el mundo es una formidable escuela, rica en información, estímulos y desafíos.
Y aquí conviene que añadamos los cuatro estadios o niveles del aprendizaje.
- La incompetencia inconsciente: No sé que no sé.
- La incompetencia consciente: Sé que no sé.
- La competencia consciente: Sé que sé, pero se me dificulta hacerlo.
- La competencia inconsciente: Sé que sé y me fluye hacerlo.
Hacernos concientes de nuestra incompetencia es un salto importantísimo, porque nuestra ignorancia siempre juega en nuestra contra. Es nuestro contrincante interno y nuestro peor y más persistente obstáculo.
¿Recuerdan la frase de los Toffler sobre los nuevos analfabetos del siglo XXI? Decían en 1970, ¡hace 54 años!, que serían los que no sepan aprender, desaprender y reaprender.
Si entendemos los cuatro estadios o fases del aprendizaje, para desaprender solo tenemos que ir del 4 al 2 y para reaprender solo tenemos que movernos del 2 al 4.
Ahí tenemos una guía.
Al entender lo que nos falta, al hacernos conscientes de nuestra incompetencia, podemos definir nuestras metas y echar manos a la obra: empezar nuestro aprendizaje.
Escalar hasta la cima nuestra propia montaña. ¿Existe algo más emocionante y retador que eso?
Activar nuestros conocimientos pasivos
Ya hemos dicho que el cerebro es una máquina de aprender, así que el cerebro siempre ha estado aprendiendo, aunque mucho de lo que aprende es basura, porque no cuidamos a cuáles estímulos lo exponemos.
Aprendemos de las conversaciones que oímos tanto como de aquellas en que participamos, de todo lo que vemos, olemos, experimentamos. De la televisión, el cine, la radio y los carteles. De los comportamientos de otros. De los ambientes que frecuentamos. De todo. El cerebro siempre está registrando, guardando, archivando y vamos construyendo un fondo de conocimientos (y seudoconocimientos, supersticiones, disparates, etc., aceptémoslo).
Ese fondo de conocimientos tenemos que aprender a activarlo y ponerlo en funcionamiento en nuestro provecho.
¿Cómo lo podemos lograr? A esa pregunta respondo con otra: ¿Cómo activamos el cerebro? ¡Haciéndonos preguntas!
Ahora, el truco aquí es que, si no sabemos la respuesta, ¡nos la inventamos!
Eso tiene un nombre científico: formular hipótesis. Serán respuestas hipotéticas.
Tomemos un tema del que pensemos y o creamos que no tenemos ninguna idea del mismo. Escribámoslo. Y ahora, sometamos ese tema a esta batería de preguntas (si podemos escribirlas o grabarlas sería un éxito, y todos los celulares traen grabadora integrada, una maravilla).
- ¿Qué significa ese nombre?
- ¿De qué trata ese asunto?
- ¿Cuándo oímos o supimos de él por primera vez?
- ¿Cuándo y cómo comenzó?
- ¿En qué lugar?
- ¿Quiénes no iniciaron o descubrieron?
- ¿Qué impacto o valor tuvo?
- ¿Cómo ha sido su historia?
- ¿Cuáles han sido las principales figuras?
- ¿A qué acontecimientos o cambios se ha asociado?
- ¿Cuál es su presente?
- ¿Qué ventajas o beneficios ha aportado y/o aporta?
- ¿Qué perjuicios o peligros ha causado o podría causar?
- ¿Cuál es el futuro que le vemos?
Luego de someter el tema a esa batería de preguntas y responderlas, aún sea con respuestas hipotéticas (no sabemos si es o no así), preguntémonos: ¿en realidad no sabíamos nada o algo sabíamos?
Y ahora, un secreto: el saber que no sabemos ya es saber algo. Cuando sabemos que no sabemos estamos en incompetencia conciente. Es un grandísimo paso de avance el que va del 1 al 2.
Otros beneficios: las lagunas y las hipótesis despiertan nuestra curiosidad. Queremos saber si la pegamos o no. Y la curiosidad, que es el signo más importante de la inteligencia, está en la base de la motivación.
Podemos decidir no aprender sobre ese tema. Es un derecho. Una elección.
Ya sabemos las cinco vías para aprender sobre un tema.
Ya somos dueños de nuestro aprendizaje. Y por él, de nuestra vida y nuestro futuro.