El Poeta zambulló su cabeza en el barril de azul plástico hasta el tope de aguas navegadas por gusarapos y moscas pendencieras.
El Poeta hundió su bella cabeza pensante. Su Think Tank de citas, notas al pie de la página, sus glosarios e ilustres prólogos dentro de la humedad poblada por insectos de asquerosas patitas, de gusanos blancos y blandas cajas de fósforos. El Poeta, sorbiendo viejos vómitos de borrachos.
Sí, El Poeta quería suicidarse en el barril de azul plástico del Bar Restaurante El Almendrón, el mítico burdel ubicado en la parte alta de Santo Domingo. Queríamos presenciar su muerte y celebrar su entrada a la nada. Que se apague su Think Tank, por favor.
El Poeta, borracho, quería morir y nosotros verlo ahogarse entre la mierda del azul barril de plástico. La de los Pelos Rizados sumergió mas su testa. Un palito de fósforos Estrella penetró sin querer queriendo la nariz del Bardo. Un palito primero, luego le siguió una etiqueta de Ron Jaca Especial hurgar en los primeros orificios del más triste de todos, el menos entendido y más odiado por sus colegas.
Por eso decidió que debía morir, aquí en El Almendrón, donde las putas saben a mantequilla de la buena y nadie unta su pan con ellas. Tanta delicia es peligrosa.
“Mi locura es clínica, la de ustedes es pura pose, postureo barato, máscaras para cobrar y aparentar. Ustedes se han convertido en vitrinas sociales respaldadas por tarjetas de créditos y mamis añonantes” proclamaba siempre en los talleres y las tertulias literarias, fijas y ambulantes.
Mientras el círculo de amigos se cerraba en torno al azul barril de plástico, a la espera de la deseada muerte , en el Almendrón sonaba yo prefiero la muerte que vivir así de Luis Segura, veterano compositor de la desdicha amorosa.
Pero lo del Poeta no era desdicha amorosa sino agotamiento existencial y esquizofrenia comprobada, mal vivir y ego inflado, purulento. La página en blanco es una tortura y Tito, su perro amaestrado, ya no le recita versos.
Por eso decidió que debía morir, aquí en El Almendrón, donde las putas saben a mantequilla de la buena y nadie unta su pan con ellas. Tanta delicia es peligrosa.
Al final, El Poeta volvió a las luces rojas e intermitentes del antro en cuestión. Sacó su cabeza del azul barril de plástico y todo mojado y todo chorreando blanduras de cartón, restos de comida podrida entre los labios y gusarapos entre las cejas, cruzó El Almendrón hacia la salida. Ya en la calle, pidió el taxista de turno y se largó con sus humedales a otro lado. Nosotros queríamos su muerte. Otra vez será.