VLA.

 

El azar lingüístico o automatismo

 Pareciera algunas veces que los poemas en Semejanza de lo eterno provienen de un juego del azar lingüístico, de peripecias y cabriolas del inconsciente, o de un automatismo de versos segmentados; como si utilizara un lenguaje encriptado donde en la expresión del yo, el ser o el ente, existan códigos, y el lector se enfrente a un desafío comunicativo. Dicho de otra manera, a la expresada en el párrafo anterior, adviene, posiblemente, un ligero desplazamiento de la experiencia estética en los lectores, mucho más en aquellos, que no sienten placer en sudar razones, cosa que en mi caso me produce una experiencia estética.

Los poemas de este libro no están hechos bajo el amparo de la razón lingüística tradicional. Sus razones son otras, sus maneras de comunicar son otras. Desde la licencia de construir versos como estos: “Pedregales inicuos” o “Desprendida lengua de vidrio molido” — el primero está incluido en el poema “Torres de viento” (pág. 29); y el segundo, en “Más allá” (pág. 24) —, a los cuales es difícil encontrarles el hilo conductor que los vincule con los otros versos y poemas. Esos vínculos estarían en la materia invisible u oscura del lenguaje, que muchos lectores no logramos auscultar de ellos una experiencia estética. Para mi caso hay muchas razones que lo justifican: la primera es mi ubicación espacial: estoy en un globo aerostático mirando con una lupa desde lo alto. Quizá deba cambiar de instrumento y lo mejor sería la utilización de una linterna para que el efecto de la luz me proporcione más percepción visual y claridad conceptual. Lo expresé anteriormente, no seguiré el consejo del poeta Almonó, no tascaré en lugares insondables del metalenguaje, porque desde que coloqué mi lupa, advertí complejidades del inconsciente y la filosofía del ser en el texto, los cuales merecen un estudio más ponderado.

En la búsqueda del tiempo 

La articulación de una lógica del tiempo ha sido un dolor de cabeza para científicos y filósofos. Lo mismo sería para los poetas. Sin definir el tiempo, no se puede llegar a un acuerdo sobre lo eterno. En el arte es donde más se expresa el sentido de libertad conceptual sobre el tiempo, porque el lenguaje lo permite. En literatura, la lengua es la materia prima para hacerlo, y esta soporta tensiones y flexibilidades de diversas naturalezas, producidas a lo largo de su evolución. Lo más asertivo hasta el momento sobre el tiempo, partiendo de quien lo percibe, son las condiciones de ser relativo y de flujo. Todavía la consideración de dimensionalidad soporta argumentos desde la mecánica cuántica y la filosofía. No se avistan categorías de constantes universales, como es el caso de la velocidad de la luz.

Desde los ventanales filosóficos, una discusión recurrente es la existencia del tiempo. El prologuista del libro, Alejandro Santana, lo introduce y dice: “… el tiempo es y no es”, asumiendo la dicotomía de la existencia. Pero, ¿cuándo el tiempo es y no es? ¿Si es, cuando es eterno y con relación a qué? ¿Cómo se explica cuando no es? Y, por último, ¿cuándo es y no es al mismo tiempo?

Ese dualismo no lo vamos a resolver en estas notas, ni sacaré de las bibliotecas las teorías, que sobre el tema, se han formulado a lo largo del desarrollo del pensamiento humano. Sin embargo, lo interesante de ese eje temático en el discurso riekeano es que lo que semeja a lo eterno es la conciencia de la existencia, en apenas un reflejo, un instante o un minúsculo presente. La conciencia está llena de imaginarios, ya que siempre se presenta como una superación de lo real (Sartre, 2005: 257).

En Semejanza de lo eterno los imaginarios superan no solo lo real, sino la realidad del ser, vista desde el creador (a). La existencia no es una fracción del tiempo ni la eternidad, es la eternidad misma. Es el laboratorio donde se criban todas las construcciones imaginarias, oscuras e invisibles del inconsciente, para encender chispas conscientes, donde se establezca la relación existencia-eternidad, aunque sea en un acto de suprema imaginación; en un estado de supraconsciencia, ante el dolor, las ansiedades y los deseos por donde transita el ser.

En ese instante de la existencia hay en los versos muestras de diálogos reflexivos, tiempos de esperas, pliegues del presente, lujurias del tiempo, cantos de sombras, epifanías y confines.

El clímax de la soledad excitada

A pesar de lo narrado en el libro, la relación materia-conciencia entra en una especie de crisis, porque la conciencia se desborda en un aluvión pasional por el otro u otra. Lo apreciamos en el poema “Lujuria del deseo” (pág. 37). Hay una voz, que les habla a una mujer, y a sí misma, que también es mujer. Veamos estos versos: “Mujer soy asombro que vive en el poema / Miedo del tiempo / Mujer vergüenza soy de su desprecio”. Hubiera preferido la construcción de un vocativo, colocar una coma después de la palabra mujer. No es lo mismo: “Mujer soy asombro…”, que “Mujer, soy asombro…”. Ocurre lo mismo en el tercer verso. No es lo mismo: “Mujer vergüenza soy de su desprecio”, que “Mujer, vergüenza soy de su desprecio”. Asumamos que la voz se dirige a una mujer. En el primer verso, sería a un ser simbólico o a uno de carne y hueso. Si es a un ser simbólico, que la desprecia y la hace sentir vergüenza, los sentidos fueran otros. Si es a una mujer de carne y hueso —lo cual es lo más probable—, porque lo que asemeja a lo eterno es el instante consciente, es la existencia; entonces, abre puertas polisémicas.  No tiene sentido hablar con símbolos, lo lógico es aprovechar, ese instante-eterno. A su vez, se aprecia una carga erótica muy evidente: “Qué pensará su lengua si rechaza la mía como ajena” y “Mis dedos espejos insensatos de mis ganas / instrumentos del orgasmo”. Posible referencia a la autosatisfacción sexual.

Los siguientes versos elevan el tono: “Propicia para el olvido soy / Sola yo me repienso / Sola yo me convierto en el abismo olvido de mi encanto / sola yo me vengo”. “Mis dedos se cansan / Mi cuerpo grita y rechaza la frialdad de mis tumbas / Muero / Y no conozco el punto donde todos perecemos”. Estos últimos versos me parecen hermosos, muy bien logrados, traídos del clímax de la soledad excitada, del toque supremo de la muerte en éxtasis, o quizá, del vahído de la insatisfacción.

En semejanza de lo eterno, el ser riekeano vive dentro y fuera del poema, como aparece en “Poema en fuga” (pág. 39): “Respiro mi ser en el poema”, cuando está en su estado contemplativo: “En esos breves instantes en que Narcisa / Ahoga mi espacio”. Aquí, no se sabe si Narcisa es un nombre de mujer o si es la versión femenina de Narciso en la mitología griega. Eso genera una ambigüedad intelectual en el análisis, una bifurcación de sentidos, o mejor dicho, otra posibilidad interpretativa. En el arte, eso es muy válido. Permite a quien escribe tapiar sus propios arcanos, dejar bajo una lápida, códigos que necesariamente no tienen que ser revelados. Esto es bueno, y al mismo tiempo no lo es para el analista, porque escrutando el lenguaje desde un globo aerostático, como es mi caso ahora, tendría que utilizar una lupa y una linterna más grandes. Sin antes, no recordarles a mis lectores la intención de no bucear en las profundidades semánticas y semióticas presentes en el texto. Se corre el riesgo de no encontrar nada. Es una de tantas posibilidades, o caer en los túneles de gusanos y en los agujeros negros del lenguaje. Solo en el imaginario se forman esas ideas, dándole aquiescencia.

En las transparencias, en el vacío y las zonas oscuras del lenguaje riekeano está el desafío crítico para definir lo eterno y la existencia. La visión portentosa de la autora, sus imaginarios, realidades y experiencia estética, nos hablan de honduras místicas, cuestionamientos, libertad sexual, el ser en agitación y la pasión al desborde.

Indudablemente, que mi experiencia estética, al leer el libro Semejanza de lo eterno, fue el desafío perceptivo y el roce con el lenguaje. También, el escrutinio de tantas posibilidades, de un ser en pleno tránsito; de un poema, al poema de la existencia, disfrutada y sufrida al mismo tiempo.

Domingo 16 de junio de 2024

En Acento: publicación No. 109

Virgilio López Azuán en Acento.com.do