Karina Rieke es una escritora dominico-alemana, residente en los Estados Unidos de América. En el 2003 publicó el poemario titulado Semejanza de lo eterno y prologado por el poeta y crítico de arte Alejandro Santana. Lo leí poco después de darse a conocer al público. Dije: un día escribiré algo sobre este texto literario. Al leer de nuevo el libro para emitir estos juicios, no encontré el texto de veinte años atrás: era otro. O quizá, el otro era yo. Dada esta dicotomía, entendí que los juicios forjados en la primera lectura se habían esfumado, solo quedaba el “espacio vacío” de un fantasma convertido en nada. Los límites de la figura de ese fantasma estaban hechas en hielo y también se esfumaban. Pronto el vacío se uniría a la nada definitivamente; o sea, que ya no sostendría los argumentos pensados anteriormente. Serían otros.

Karina Rieke.

Después de escribir este primer párrafo, los bordes limítrofes de la figura del fantasma textual del libro fueron borrados del hielo. Así de rápido. Si no termino esta noche, de escribir la presente reflexión, lo releeré, porque ya el contenido poético, en cuestión de análisis, ha sobrepasado la semejanza de lo eterno, sería un contexto de metaeternidad, si el término cabe. Ante esta situación, el discurso varía radicalmente, como podría ser expuesto. Los conceptos del vacío, la nada, lo eterno, el tiempo, la existencia y el ser, asumirán nuevos elementos del lenguaje en la proximidad de su conformación como entes con categorías estéticas, ontológicas y filosóficas.

No trataré en profundidad la intención de la autora cuando hace cierta comparación con lo eterno. No analizaré sus posiciones y juicios desde una opinión literal, pues correría mucho riesgo hermenéutico. No me estacionaré por largo rato en las auroras boreales, ni los páramos multidimensionales de su espacio. No aparcaré en el perfil ético emanado de la obra.  No, nada de eso haré tan pensado. Solo tomaré una lupa para dar “otra mirada” a la obra, no a la autora. No importa aquí la experiencia estética de quien escribe los poemas, ni la pulsación magnética de lo artístico, visto desde el otro (otra). No. No deseo hacer juicios concluyentes, porque nunca, ni yo ni nadie, podrían hacerlo en el texto objeto de estudio. ¿Saben por qué? Porque hay tantos vacíos en el lenguaje, saltos con garrochas; tantos abismos y altas montañas; tantos valles, ríos y cañadas en el tránsito hacia la identidad del ser y el tiempo. Por eso, haré un periplo, desde un globo en el aire, de la experiencia estética, y me colocaré arriba, flotando en ese espacio, expandiéndose en mi propio instante-espacio, que intento semejarlo a lo eterno. Ese instante caería en una hipótesis teórica, la del multiverso inflacionario, no desde la mecánica cuántica, sino la del tiempo y el lenguaje. En los planteamientos de los multiversos, el tiempo tiene diferentes explicaciones, incluso a partir del observador.

En el análisis de Semejanza de lo eterno   de Karina Rieke, como si fuera alguien, alejado de los multiversos, rondaré la manera de como brota el lenguaje y los caminos que anda con su carga expresiva, comunicativa y estética.

Lo eterno y el instante

Aunque no esté de acuerdo con el prologuista Alejandro Santana de que “Lo eterno ha existido de instante en instante”, no lo discutiré en profundidad, no es el objetivo de este texto. Prefiero para este análisis asumir la siguiente frase: “Lo eterno existe en el instante”. Así el instante es eternidad. El instante (presente), lo eterno, ya es pasado si, “ha existido” (pretérito perfecto compuesto del verbo existir). Entonces, todo lo que “existe”, solo por existir en un instante, es eterno. Eso sería una falacia bien estructurada, vista desde la filosofía. Lo asimilo como una alusión metafórica a la experiencia estética de la autora. En el arte son válidas las falacias, no en un razonamiento metodológico. Si asumo la frase de Santana, tendría que hacerme ciertas preguntas: ¿qué hay entre dos instantes? Si el instante es eterno, no habría dos instantes, porque entre uno y otro, no está contenido el tiempo y es una condición necesaria y suficiente para concebir la eternidad. Lo eterno es un ideal de absoluto o lo eterno-tiempo no existe. Es solo una ilusión. Entiendo que se presentarán dificultades analíticas, riesgos que no quiero correr, porque sesgaría el objeto de este contenido.

Es discutible la coexistencia del pasado, el presente y el futuro, a pesar de los postulados de la física cuántica, en contraposición con la teoría del flujo del tiempo.  Es discutible en su relación con el ser, porque este tendría que ser necesariamente eterno. Aquí entraríamos en los grandes relatos científicos, filosóficos, religiosos y ontológicos. Por eso no deseo entrar en profundidad a los vacíos del lenguaje, ni transitar por sus abismos, ríos, valles, montañas… Solo deseo observar, repito, desde mi globo en el aire, lo que está contenido en el texto Semejanza de lo eterno, a partir de mi experiencia estética, asumiéndola desde la teoría kantiana: «el sujeto se siente a sí mismo tal como es afectado por una representación» (Kant 1991, p. 121, § 1). Esto es así, porque no hay posibilidad en el poemario de percibir determinas cualidades objetivas de los objetos, puesto que los poemas son fraguados desde espacios y tiempos intangibles y a veces desde el su caos, consciente o inconsciente.

Prefiero observar otra cosa a la sugerida por el destacado metapoeta Joel Almonó cuando dice que: “La poesía de Karina es para ahondar en su profundidad o para deleitarse en la musicalidad que brotan de las cascadas de sus versos”.  Irse a las profundidades es sondear la materia oscura del lenguaje, donde todos se encuentra, solo haría falta el haz de luz para develarlo. Sería aproximarse con la linterna sideral del ser y sorprender las imágenes y formas agazapadas en la estética de las sombras, entre verso y verso.

En Semejanza de lo eterno (2003), Karina Rieke incluye veinte poemas. Las razones por las cuales no son más o menos, no las conocemos. Será un acto de inteligencia acausal o de otra naturaleza, importantes para estas líneas. El arcano 20 en las cartas del Tarot, simboliza el juicio. Está conectado con la voz de la conciencia, los juicios iniciáticos, el deseo de fundirse con otra persona y las cuestiones existenciales. Algunos de estos temas están presentes en el libro.

Como ando en un globo aerostático con mi lupa, mirando las zonas pobladas y vacías del lenguaje riekeano, empezaré desde el final, en su último poema, para sentir que lo hago desde la profundidad del texto. El poema se titula “Epifanía del tiempo” (Pág. 53). Precisamente, ese poema supone una fiesta o revelación del tiempo y del ser concomitantemente. En este caso no es una festividad por el tiempo o la autorrealización del ser, es una manifestación de ese ser, con ausencia del tiempo. Un ser que existe: “Hay un segundo ser / que nos habita / Ser sin rostro / Huesos anónimos.” En tanto, es un ser silente, una proyección, un reflejo, que no revela esencias supraconscientes. El ser silente está ante sí mismo, el cual, al mismo tiempo, es otro ente, “que nos habita”. Es un segundo ser.

Luego viene la separación: “Hábitos de anfibias voces / Nos alejan / Nos malgastamos en/ Fragmentos y te pierdo. / Y nos perdemos.” Hay una ruptura con el ser silente, quien pudiera ser el alter ego. Una pregunta: ¿De quién se aleja el segundo ser? Es de dos entes en uno: un ser que podría ser andrógino.

En el poema que antecede es “Denuedos extraños” (pág. 52), el cual es el penúltimo del libro, y la autora predice una separación del yo: “Hoy dejo de ser yo / para ser dolor / Me desnudo de auténticas caricias / Para bañarme y vestirme / de lo que soy”.

Mi lupa vuelve al último poema, específicamente al último verso: “… y te pierdo / Y nos perdemos”. Lleno de dudas, ¿“perderse” es la el fin último del ser? ¿Dónde se pierde, en lo eterno, en su propia semejanza o en el vacío del lenguaje?

Desde arriba, del globo aerostático, no puedo ver a ese ser, ni sentir sus pálpitos. Entre el ser en estudio y mi experiencia estética hay una distancia cósmica. El ser llega hasta su punto de mayor concentración de energía para producir un big bang metafísico. 

El big bang metafísico

 Ahora, en la inflación del espacio cósmico, colocado en uno de los multiuniversos —teóricos y metafóricos para este análisis—, más próximo al primer poema del libro, se puede apreciar un big bang metafísico, como si el ser hubiera recorrido una órbita de mayor a menor entropía y ha concentrado su energía. Explota: “Soy ese ser de migajas / Que reverdece camino / Indecible a lo infinito” (pág. 17). Es un ser de migajas, fragmentado, el cual inicia su expansión cósmica, reverdeciendo el camino hacia la incertidumbre (el infinito). ¿Por qué a la incertidumbre? Ese ser acaba de ser nuevo, se expande en su trayectoria hacia la supraconciencia. En este caso figurado, hacia la réplica fractal de multiversos.

En esta génesis, el poema describe parte de lo que fue el ser: “Canto de memorias muertas es mi voz”, “Siluetas almacenadas de un cadáver silenciado / por la espera” y “Existencia desplazada por la tarde”. Viene consciente, pero “Sin latidos / Sencillamente / Escasas de verdades” (pág. 18).  Viene con la conciencia de ser mujer, diosa, hembra, “Que insiste en morir todas sus muertes”, a discurrir en la rueda del Samsara, siendo “Mujer gnosis de los magos”.

El tránsito en el globo  

Como se ha apreciado anteriormente, desde el globo aerostático donde observamos los multiversos en Semejanza de lo eterno, saltamos de la última página a la primera. Se trata de realizar una interpretación conceptual de los poemas. Amén de la diagramación del libro, la partición y el comienzo en mayúscula de todos los versos, lo cual puede inducir a lecturas con cierto grado de ambigüedad, subyacen en el lenguaje, tantos vacíos y zonas oscuras de difícil avistamiento. Esto puede tratarse de la ausencia de una lectura que conecte con la experiencia estética de la autora.

En ese sentido, encontramos una relación de distancia en lo conceptual-estético, proferido por el autor, y lo conceptual-estético percibido por el lector, que pueden expresar vacíos exegéticos. Se aprecia mucho más al hacer un análisis conceptual, al tratar de descifrar metamensajes ocultos en los versos.

En los poemas riekeano hay diversos vacíos perceptivos entre verso y verso. Hay una hondura estética tapiada, fuera del alcance de lo sensible, como pasa en el poema “Tiempo de esperas” (pág. 25). Dentro de los versos habitan arcanos encriptados, “palabras extrañas / Calman esta espera” y una “oscuridad abstracta”.

Declaran los versos que: “Reposan sobre estas páginas / Sombras geográficas / Se atenúan / retornándome”. En ese tiempo de esperas, el caos de palabras y voces están presentes, propias de un metalenguaje incomprensible para el ser.

En el poema “Subsuelo de mi aliento” (pág. 27) la tensión entre la construcción del metapoema y el develamiento de un metalenguaje genera confusión en el ente o el ser en expresión: “Me pierdo ante mí misma en el / Subsuelo de mi aliento / Confusamente mi alma / Recorre los dolores de esta voz”.

El mismo ser se ha perdido en el lenguaje, en su propia vastedad, en los dolores de esa voz. Esta vez no solo el otro (el lector) se puede perder en las profundidades del lenguaje, sino el propio ser es quien se pierde en el lenguaje de su voz.

La tensión se comprime cuando quien se piensa, lo hace fuera de sí: “Fuera de mí / Me pienso”. Ya el lenguaje está fuera del ente, siendo el ente mismo, el cual se convierte en aire y se aleja de sí, sin salirse del universo lingüístico. Por eso dice: “Me alejo de mí misma / Entre estas páginas / Que reposan en mi frente / Ante el asalto del tiempo” (pág. 2). El ente no es solo lenguaje, es metalenguaje, a veces inasible.

Esta característica puede influir en la experiencia estética del lector, pero no en todos los lectores, principalmente los solazados en el tema de la ontología del ser, en las funciones del yo, la actividad del consciente y la materia invisible del inconsciente.

(CONTINUARÁ)

Domingo 9 de junio de 2024

En Acento: publicación No. 108

Virgilio López Azuán en Acento.com.do