Pero ese verbo no es pronunciado, se resiste a la incertidumbre para construirse como ser. El poeta ha callado en ese momento, en ese lugar. Es en el poema “Ser” que le ordena a alguien que pregunte a los dioses el porqué calla si él es silencio, “verbo que muta en los oídos de la inmensidad” (pág. 39).  Quiere convertirse en ese ser que tenga la capacidad de salir del cuerpo y volver a él, cuando dice: “Un mundo quiero, un ataúd donde dormitar con el humo, ir fuera y quedarme dentro…, dentro de mí mismo” (pág. 39). Pueden estos versos aludir al dominio de arcanos mayores, de los vuelos astrales y el despertar de la conciencia del ser. Eso de “dormitar con el humo”, puede tratarse de estar en una especie de “estado de vigilia” entre durmiendo y despierto, de donde, según los metafísicos, se pasa con facilidad al estado de astral. Pero mucho más, cuando alude al humo, he leído en tratados esotéricos que a los iniciados se les sugiere, para pasar a un estado astral, que debe concentrarse en el corazón e imaginar que de él salen “vapores esplendentes” de coloración azul violeta, y que es favorable para el proceso de relajación mental y corporal. Así se entraría en un estado de plena meditación. Si es así, estamos ante un poeta que deja una impronta metafísica en sus bloques poéticos y confirma lo que había sostenido antes sobre el tipo de poesía de Rafael Román Féliz. 

La dimensión metafísica

El poeta sigue en la otra dimensión en el poema “En el comienzo de los tiempos”. Afuera está la ciudadela, la “voz fuerte que grita con furia” y un paisaje inverosímil, de voz ilógica, de figuras que desencuentran el sentido, con los secretos escondidos en el lenguaje. Nos trata de señalar el camino de los secretos, más no lo devela y nos deja su paisaje de dudas.

Pero como si fuera metafísico o gnóstico, nos quiere hablar de la interpretación de los sueños, en su poema, precisamente titulado, “Interpretación de un sueño”, donde literalmente no existe tal interpretación, sino que el poeta no sale del inframundo donde se encuentra, donde los perros excavan los cuerpos del silencio y uno se cree que les caen cuchillos a todos en una ciudad maldita.

En el poema “Infortunio”, el poeta alude a la serpiente, un animal sagrado en los estudios esotéricos, una serpiente áurea, geométrica. Esto recuerda el ritual de la serpiente mística que hace su recorrido por la columna vertebral, superando misterios mayores. Es un ser que tuvo un principio, quizá en el inicio de los tiempos y que no tiene fin. Veamos: “Sé lo que soy, soy algo más, pero menos explicable, algo con principio y sin fin, geométrica serpiente que se traga su propia cola y se hunde en mi cavidad ósea” (pág. 53).

El síndrome de la lógica

En un texto escrito anteriormente dije que la lógica científica no era la misma que la lógica de la poesía. A lo largo de los poemas de Rafael Román Féliz confirmo una antilógica lingüística que bien puede tratarse de la lógica de la poesía de este autor que rompe los parámetros de coherencia para describir y hurgar en paisajes inescrutables, donde la metáfora supera la lógica de la metáfora misma. Donde los caminos de los lenguajes bifurcados señalan, describen, cuentan de esos paisajes oníricos o aquellos que habitan en el subconsciente freudiano.  En un verso del poema “Palabra Onírica” se revela. “Soy una cuerda irracional, un puente a mitad de lo no iluminado, es la esquina rota del día” (pág. 52). Esa cuerda irracional bien puede aludir al lenguaje poético utilizado o, por supuesto, al ser mismo, al ser poético. Pero todo esto no son más que abstracciones, juicios de interpretación dado la complejidad del corpus text.

Entiendo que solo así el poeta puede dibujar el caos, el ostracismo, el confinamiento de esas imágenes que intentan explicar ese ser fraguado en un mundo sin sonidos. Existe un síndrome de la lógica, una enfermedad, que solo por esa vía podremos acceder a esos espacios poéticos, corriéndose el riesgo de tender sábanas oscuras sobre el lenguaje. En este caso, el poeta se convierte en ese demiurgo, en ese ser hacedor y transgresor, en repentista y arquitecto. Acude a su memoria intelectual, a su memoria onírica y se duplica; construye un ser alterno a quien le habla y de quien habla. Construye otros seres habitantes de las regiones que describe.

La poesía hermética

La poesía de Rafael Román Féliz en Insonoro verbo es etérea y hermética. Las palabras describen paisajes de su realidad otra, pero sugiere otros paisajes que no están expuestos en el lenguaje, son lo que habitan en la imaginación del autor, el cual no le permite acceso al lector. Esos son más inverosímiles, más retadores para campos expresivos: son herméticos. Admite que transita sobre pasos andados por otros, exégetas que anduvieron en esas regiones buscando en los registros: “… ando entre las pisadas de alguien que vino primero, un exégeta de la lobreguez, descorchando el mito maldito que hace oscurecer a los hombres” (pág. 55). Es quien busca la verdad sobre los males de la humanidad, lo que la hace “oscurecer”. Es uno de los principios de la poesía, convertirse en un medio para la búsqueda de la verdad, cosa que sería la aspiración de la filosofía pura, basada en métodos más objetivos. O quizá sería tarea de la metafísica, de la cual también he expresado que ha venido perdiendo terreno en el pensamiento posmoderno.

Mientras tanto, el poeta sin fe y con un pensamiento existencial sobre la duda, que siendo ella misma, la espera para poder ser. El poeta es el verbo, con la duda de que “quizá el universo mismo en su etérea convicción de expandirse a la nada, creó una inteligencia” (pág. 55).

La irrealidad del poeta

Solo en el poema Etéreo verbo el poeta describe de forma literal que vive una irrealidad, lugar donde no es feliz, que se ha convertido en disidente de la realidad misma, donde interpreto que hace alusión a posibles reencarnaciones, que están dentro de ataúdes donde duermen los olvidados: “¡Profano los ataúdes donde duermen los olvidados, el eterno canto escapado al primer día de los siglos, mis nombres, todos mis nombres tras de mí, sí, mis tantos nombres tostados, una pira que arde eternamente!” (pág. 55).

Las posibles reencarnaciones también pueden apreciarse en este párrafo donde alude a cadáveres que va dejando en cada muerte. “Todo lo que me pertenece se convierte en algo que ancla en la hondura más espesa, un incesante rezago que desentierra los cadáveres que he ido dejando en cada muerte” (pág. 67).

La duda, que anuncia la posibilidad del ser, la ansiedad que surge previo a toda autorrealización, catarsis o transmutación, avizora el triunfo del “áureo florecer”. Pero ¿desde qué punto de vista lo lograría el autor-poeta? Sin duda alguna, desde la poesía: “¡La poesía solo me hace dueño de las cosas abstractas, no tan lejos de mi origen está el que nacerá por mí!” (pág. 56).

En esa irrealidad que vive el poeta no puede mirar más allá, admite que está en una estancia onírica. En su génesis vive en lo abstracto de lo cual él es dueño. O sea, que él domina el sueño, está consciente en el sueño, cercano a la poesía: “No puedo mirar más allá y ver lo sólido, lo plano y pulcro se ubican en la onírica, estancia en que mis pies escupen mi vejez” (pág. 57). Todo bien, hasta que dice: “mis pies escupen mi vejez”. Es en esos tiempos de frases o imágenes donde el poeta deja una ventana a un posible arcano o la ilogicidad lingüística.

Pero, volviendo al paisaje onírico, donde todo sucede, como que “las voces de la lluvia toman el mundo”, “las ratas trepan a las ciudades”, “donde el alba es la muerte”, “las nubes que escupen colores mustios” y “los cordeles son utopías que conectan con el sol…”. Fuera de ese lugar sucumben las ciudades, piedras sobre piedras, existe fornicación, parafilia…, hay un desastre. Es como si estuviéramos ante la destrucción de Sodoma y Gomorra, pero bien podría simbolizar la descripción de un salto intuitivo del principio y fin de las cosas, ya que el poema precisamente es titulado como Génesis: “Grito a la nada, y desde la ventana de un barco de papel observo cómo sucumben las ciudades piedras sobre piedras” (pág. 58).

Como coincidencia bíblica, el poeta después de titular el poema Génesis sigue con otro llamado, Destierro. Pero en este caso es diferente al hacer una analogía con el texto bíblico, pues el destierro no es más que la descripción del vacío: “El vacío me clama, y el embrión del tiempo se diluye en su vientre mesomorfo” (pág. 59). A ese vacío el poeta le teme cuando dice: “No quiero irme, viajo al arpa del nunca jamás…” (pág. 59). Es como viajar a la muerte, la cual quiere subvertir, y se pregunta: “¿Cómo no rompo la escarcha del principio y hago que la muerte no ocurra al final?”. Piensa que puede vencer la muerte, quizá porque ya la conoce. Estos versos lo revelan: “Uno sabe que ha muerto cuando las preguntas se multiplican y el frío es el único clima al abrir los ojos”. (pág. 59).

La irrealidad del poeta es esa realidad que trae la poesía transmutada, el otro lado onírico de paisajes inverosímiles, magia, existencia, duda, búsqueda, irracionalidad, construcción del ser y búsqueda de libertad a través de la búsqueda de la verdad. (CONTINUARÁ)

 

Domingo 6 de agosto de 2023

 

Virgilio López Azuán en Acento.com.do