Insonoro verbo fue el poemario ganador del Premio Único de Poesía del concurso literario que auspicia la Fundación Global, Democracia y Desarrollo -FUNGLODE-, 2019. El libro fue escrito por Rafael Román Féliz, quien obtuvo en el 2016 el Premio de Poesía Joven de la Fundación Cultural Lado B con Diccionario para ociosos y el Premio Joven de Poesía de la Feria del Libro en 2019 con Brevedad del Infinito. Es psicólogo clínico y pertenece a la Policía Nacional.
El poemario está dividido en dos bloques. El primero, “Premonición del verbo insonoro”, que consta de ocho poemas donde se incluye: “La insólita raíz”, “Interregno”, “Inversa lluvia”, “In- verso”, “La vida”, “Geómetra”, “Perpetuo hastío” y “Precoz locura”. El segundo bloque, que intitula “Retorno a la incertidumbre”, el autor presenta treinta y un poemas, donde se destacan: “Incertidumbre”, “Origen”, “El comienzo de los tiempos”, “Metamorfosis”, “Voces”, “Ambigüedad”, “Tránsito”, entre otros. Están escritos en forma de poesía prosada y aparece un verso escrito a pie de página. El autor toma todos esos versos del pie de página y elabora un poema final con treinta y nueve versos.
En la contraportada del libro dice: “Insonoro verbo es un poemario concebido a partir de abigarrados y desafiantes bloques textuales prosados, que permiten una lectura atenta por su hondura ontológica”. Y ciertamente, estamos ante unos poemas que su lectura provoca un gran desafío, por la construcción del discurso poético, la profunda imaginación expresada, la carga filosófica y metafísica que posee. Ante esta situación, la aventura del lector es provocante en algunas ocasiones y en otras la provocación se vuelve un desafío. En tanto, se descubre el duelo entre el arte y los sentidos que expresa el texto.
¿Dónde se encuentra el insonoro verbo?
Como en otras ocasiones en este caso de Insonoro verbo, deseo analizar el título que identifica al libro. De hecho, está compuesto por dos palabras: insonoro y verbo. Dos palabras asociadas con el sonido, las vibraciones y el movimiento. En la palabra insonoro, alude a la ausencia de sonidos, y verbo, a acción y movimiento. Todo uso del verbo en los textos supone ese núcleo de la acción. Y toda acción es movimiento. El movimiento supone cierta vibración. Todo vibra, se ha llegado a decir y toda vibración produce, ondas, sonidos. Por eso hay quienes entienden que el mundo es sonido y otros más poéticos y contemplativos aseguran que todo es música.
Ahora bien, ¿dónde puede existir un verbo que no sea capaz de producir movimiento, de generar catarsis, transformaciones? Sí, existe en un lugar para el autor, allí donde se produce un estado poético, que puede estar en un mundo tetradimensional o en un páramo onírico o la muerte misma. Que puede estar en el lejano subconsciente del poeta, donde el verso es la casa “con su patio de infinitos”. Pero para llegar allí debe poseerse una condición especial, donde el poeta pueda hundirse sobre el verso: “El eterno don de hundirse sobre el verso, letras vertidas en miles de origamis pastoreados por un escriba ciego…” (pág. 15).
En medio de todo, hay que fluir, dejarse llevar, en el inicio de los tiempos, en el preciso momento en que la imagen es capaz de crear: “Fluir en la secreción del alba derramada en el tiempo, como una imagen que detona una forma, una figura plana o convexa, una deidad deforme” (pág. 15). Esa imagen que multiplica las formas trae consigo a una deidad deforme. Aquel dios que ha salido del estallido es al que tiene que entregarse el poeta, que es parto de la nada, de la ausencia. Un dios que está en un “reflujo onírico”. Un poeta o criatura que en sus sueños es asediado por animales nocturnos y aspira a emerger de esa deidad y tragar su sangre. Es ahí cuando viene la confusión en ese mundo donde se alucina, donde hay una búsqueda del yo. En esa génesis el poeta expresa: “Me deconstruyo, soy polvo tan tangible al parto de la ausencia que me despierta y me mece en sus brazos y me llama hijo en un reflujo onírico” (pág. 15).
En el poema “Interregno” y en todos los poemas encontramos a un poeta que tiene por torrente las palabras, las cuales deja salir, unas veces con cargas metafóricas y figuras capaces de subvertir los sentidos, orillando al lector a lagos profundos de donde salen las más insólitas figuras e imágenes, como: “Una montaña de ataúdes”, un “cuervo volviéndose humo y espuma a la vez”, “cadáveres y reinos convertidos en pisadas de cenizas”, “… paralelas palpitaciones fijadas en las fisuras de su embarazo de óxido”, entre otras.
La región etérea
¿A cuál región remota nos convoca el autor de Insonoro verbo? ¿Está ubicada de este lado de la realidad o es un habitante de mundos que solo él puede anidar a partir de su experiencia onírica, esotérica o metafísica? El poeta nos da una pista en el prólogo, nos presenta a un ser dual y uno de ellos está en la región de los registros akáshicos. En teosofía, estos registros, son memorias etéreas de todas las manifestaciones del universo, donde se plantean las técnicas para “sanar o liberar el karma” —tema que ha sido tratado por Helena Blavatsky— y estudiado por Carl Jung con teorías del inconsciente colectivo, y vista también, desde la física cuántica.
Nos comenta el autor que el texto es “Un esfuerzo gramático que pretende hacerse notar con su caudal de no sonidos, capaces de impresionarnos con sus constantes golpes de lúgubre mudez” (pág. 11), aunque a lo largo del poema se perciben fuertes vibraciones, sonidos, aleteos: “donde se ensordecen las palabras” (pág. 22), “un grito que se avienta desde las frías lápidas que saltaron al otro mundo” (pág. 26), entre otros tantos.
En ese lugar etéreo de referencia en los estudios gnósticos, donde existen tantas posibilidades y arcanos herméticos. Esos versos emergen de la incertidumbre, vienen en bloques poéticos con una carga desafiante, con un vértigo de imágenes de hondura y significación mítica y mística. Esa es la región del verbo que es puesta en tinta sobre el papel. En ese lugar encontramos la “Inversa lluvia” donde se pueden “tocar los techos torcidos de insonoros truenos infinitos” (pág. 19), donde los pájaros hacen la lluvia: “Mirar los pájaros encima del universo en su actitud humedecida, no hacen el amor, hacen la lluvia” (pág. 19).
Locura y consumación
En el poema “Precoz locura”, que es el último del primer bloque, ya el poeta nos habla de la consumación “… me he consumado, ya lo he hecho y dicho todo” (pág. 30). Pero, ¿cómo lo ha hecho? Pasa por una metamorfosis: “Mis puños se han ido con las aguas, se hacen yeso…” (pág. 29), tiene la sensación de estar partido en dos y no puede verse el otro lado del cuerpo. Entonces, viene el conflicto del origen, “¿de dónde soy?, ¿quién hizo en el barro estos agujeros por donde mi voz germina?” (pág. 29). Y reconoce que se ha convertido en un ser capaz de “succionarle el pecho a la muerte”, el que desea no dormir y ser ese demiurgo miserable, hacedor de mundos; un mago, quizás un mago negro, que fue arrojado a los infiernos y su nombre, cual mantra está ligado a todas sus desgracias. Aquí se produce un diálogo ente la locura y la arrogancia, donde la locura, hija de la irrealidad, expresa que las cosas reales duelen.
El poeta revela un ser encarnado y aunque ha supuesto una premonición del verbo, niega que le guste predecir. En ese cuerpo puede apreciar “la abertura del tiempo y el espacio” (pág. 29). Y en ese lugar divaga entre las sombras, avistando del otro lado: “la vida y sus naufragios”. Afirma que “Si la muerte es la vida, las palabras nunca sucedieron” (pág. 30).
Retornar a la incertidumbre
De hecho, hasta ahora hemos asistido a actos de perplejidades en los poemas del bloque “Premonición del verbo insonoro”. Hemos andado por mundos de irrealidades y entrado a otras regiones donde el poeta se construye y se describe en un hábitat de otra realidad. Una realidad onírica, donde se aprecian criaturas insólitas, la vida naciendo bajo piedras fosilizadas y la memoria es una casa deshabitada. Retornar a la incertidumbre sugiere que pasamos por ella, donde se generaron inquietudes. Y ciertamente, en el primer bloque de poemas, asaltan las inquietudes sobre las regiones a las cuales nos adentra el autor, las descripciones de lugares y alteridad del poeta. A veces nos lanza a zonas insólitas de la imaginación y el lenguaje, donde es difícil la penetración, llegando el lector a verse frente a frente con cortinas de perplejidades. Esto sucede por lo inescrutable que son esas regiones, por lo desafiante que son, como lo expresara anteriormente. Ahora bien, el poeta en algún momento del texto revela que por esos caminos conducen a la poesía y que va por ella para desnudarse: “No hago camino que desnudo, ese es el camino de la poesía, yo voy a ella para desnudarme” (pág. 24).
Ahora iremos a otras regiones, hay que retornar a la incertidumbre, pero para eso el poeta sugiere otro nacimiento, que puede ser el primero: “He nacido luego de todo el silencio que sorteó los mares y vino a las orillas y esperó la vida en un dominio oscuro y humedecido, una milenaria afonía…” (pág. 33).
En el poema “Origen” el poeta nos arrima a un paisaje desconcertante, ¿Será a la región de los registros akáshicos?
Trepado a un zumbido, viaja en una especie de vuelo astral a ese lugar de “sueños olvidados”, colocado en una especie de submundo o inframundo, debajo de estalactitas, donde el tiempo deja de tener sentido, poblado de un carnaval de muñecas sin extremidades y mariposas suicidas, donde hacen falta los colores y las pisadas. Un lugar donde todo está muerto, con la certeza de que “si desangro el verbo del auxilio y no callo, es seguro que los brillantes volverán, ya nada será cierto” (pág. 38). Y será la hora de la perplejidad y del retorno a la incertidumbre.
El desdoblamiento está expresado en el siguiente ejemplo del poema Inadvertido: “¿Temo al sujeto que vive en mí, el sujeto que sale de mí, del temple iracundo que me habita? A veces converso con él, insolente ebrio habla de lo que no hablo y mira lo que despierto no deseo mirar” (pág. 69).
Domingo 30 de julio de 2023