Julia de la Rúa.

Nací perra…perra de dos patas

aunque a menudo debí andar a cuatro

Perra atada a acollares de lujo, en un tiempo

también atada al cordel del amo al que amé

Cordel grueso y de áspero esparto que horadaba

mi cuello a cada estirón de su mano…

Lamí heridas con mi lengua rebosante

de curativa baba…

Lengua que recorrió rostros fríos e impávidos

ante mis lengüetazos suplicantes de amor

 

Perra nací en cama de camada grande

en la que mis hermanos, los perros, aún débiles

Imponían su poder

Perra a dos patas…Mujer

Perra a cuatro patas…

Este fragmento, del poemario El perfil de los perros, de Julia de la Rúa Rodríguez, narradora española, artista plástica, promotora del arte en su plena pureza, nos remite de inmediato  a un espacio medular, esencial de la historia de la humanidad y que, sin ninguna objeción se manifiesta en esta época de contemporanía, pues, lo elemental se simplifica a  la siguiente enumeración: el enfrentamiento entre Dios y el demonio, alma, carne, cuerpo. La Edad Media, como artífice ejemplar, si se quiere, para detenernos en la obra majestuosa de una mujer  que sin proponérselo sale de los parámetros convencionales en los que se adjudica el término mujer, desplazándonos hacia casi su absoluta interioridad, permite adentrarnos a su morfología lírica, resonántica, ecléptica, magnética. Entre el 1600 y 1700 aparecen Los cantos gregorianos, conjunción de voces entre cristianos y judíos como muestra de que Dios está presente en la tierra a través del alma de los hombres atendiendo a los grados de sus actos pecacaminosos y no pecaminosos para, posteriormente, alcanzar la divina elevación, según sus purgaciones. La Edad Media es  época marcada, en este sentido, por  dos rasgos; la estructura piramidal de poderes y la práctica de una religión que no delimitaba lo plenamente espiritual con la permanencia de lo satánico. Y esto último, ahonda al dejar a altos responsables de predicar, propagar las enseñanzas de Jesús de Nazaret por el mundo, que se remite en este postulado: Amar al prójimo como a ti mismo y prolongar la vida después de la muerte, prédica que en esta contemporaneidad cobra calor y adeptos en cuanto a lo que acontece de manera sugerida en el mundo: el despertar de conciencia. Una transgresión que lentamente se convierte en norma, en práctica continua, fuente fue para que surgiera esta excelsa expresión humana. Los altos responsables de esa transgresión dejan la prédica y se asocian a  jerarquías socio-políticas,  unidades de beneficio económico ante  el advenimiento de entidades malignas. Por ello, se profundiza la pobreza y las arcas de los poderosos, y encima enfermedades, se suceden epidemias, practicas de  hechicería, religiosidad comandada por  seres de oscuridad para dar continuidad al control de las masas, en consecuencia, esclavizar la humanidad.

Y cuando hablamos de esclavitud, la Edad Media  se  suma  al horror y, desde luego, la lujuria, la carne en ejercicio  del sexo sin freno como si lo establecido con la logística de hacer y ejecutar el bien se derrumbara a causa de los extremos. Y este mundo, de perversión singular bien doctrinada, se encuentra en las obras de El Bosco, en especial: El Jardín de las delicias y Los  siete pecados capitales.

El panorama, que cubre la entera Edad Media, como ninguna otra época de la humanidad, constituye el escenario donde las fuerzas de la oscuridad y las de  luz entablaron las más claras y configuradas batallas por la sobrevivencia del mundo. En pos de supremacía, Dios y el Diablo persisten ante lo que no es absoluto, ante las ideas místicas con las que se forjó la materia, y por imperativo de la vida, surgen estos cantos gregorianos, riqueza aún del mundo, existen como bálsamo a lo anterior dicho. Judíos y católicos juntos en  iglesias primitivas, como núcleos en oratoria, forma de enfrentar al que todo destruye, crearon estas plegarias recitadas a viva voz partiendo de los textos sagrados, que eran transcritos por Monjes y Clérigos en conventos y monasterios de forma anónima para invocar a Dios y celebrar su majestad.

Y El perfil de los perros, en forma laxa, bellamente arrastra sucio, el diablo que habita en la otra cara de nosotros y esos otros apegados a lo terrenal. Esta composición social, política, religiosa, económica que subraya nuestra era, dada en el poemario con efervescente candidez, no es distante a aquella del Medioevo, donde la particularidad, a nuestros días, con el grito de una "mujer perra" se convierte en pluralidad de voces que contempla más de un género, entonando unos cantos o un canto desgarrado por la opresión, la marginalidad que, en definitiva, es deshumanización.

Entre la dirección de los cantos gregorianos y la interioridad que late en el poemario El perfil de los perros, interpretamos su contenido relacionando sus postulados al de unos cantos nebulosos, que no realzan el espíritu, sino la carne vista como una escarcha de expiación para alcanzar la liberación que en un sentido práctico de la palabra se fragua en el hecho de pasar por varios senderos  que, en un sentido humano,vemos escalar las etapas evolutivas  del sufrimiento en la prosa  lacerante que prevalece en este poemario como si se mimetizara un universo cavernoso, adiposo, surrealista, impresionista y subjetivo a un plano de la realidad  menos existente. Ahora bien, ¿Cómo distanciamos y a la vez segregamos la nomenclatura de los cantos gregorianos con la interioridad que late en El perfil de los perros?.  Esa distancia y acercamiento se advierte, se encuentra en la forma de maniobrar con el procedimiento:la modificación del signo, que es lo que posibilita el acto, la realidad expresiva nueva. En los cantos gregorianos, la modificación del signo, el lenguaje, se reafirma hacia arriba, formando un contrapunto con cada una de las voces del coro, las cuales se levantan en procura de la pureza eterna. Mientras que en El perfil de los perros, la modificación, como ocurre con los poetas malditos de todas las épocas, se aplica hacia abajo, en procura de ahondar aquellos pasajes tenebrosos, acuosos, el inframundo, el averno hasta alcanzar la totalidad de puertas o entradas al último infierno: La bestia resiliente en el hombre.

A manera de conclusión inicial, este poemario, El perfil de los perros, en su recorrido voluminoso, complejo, lo conforman, en un lenguaje prefigurado, unos cantos oscuros, repetimos, de decires contradictorios y de amagados balbuceos, sostenidos por  trayectos coléricos, apacibles en ocasiones, mancillados, vejados pasos  que, conforme al arar de la vida, se detienen en cavernas de fuego.  Julia de la Rúa, gestora de este recorrido, expulsa visiones y situaciones de las que viene siendo testigo y actriz al mismo tiempo.

Y habitar el espíritu

La libertad

La hoy añorada y lejana belleza

El hoy…añorado y lejano amor

Lo que aspiró siempre.

Entremos ahora al poema: 

Busqué apartarme solo con

Mi amo

Y mil perros amantes

mantuve en la guarida de la

Búsqueda

Busqué naturaleza y no

Esclavo

Busqué lamer gozo y no

herida

Busqué participar y no

Esclavizarme y esclavizar

Busqué se libre y no estar

atada

Busqué vivir y no ser

Aniquilada

Qué contradicción humana

la de no cumplir

con el pacto natural de la

existencia y

matar de mil maneras,todas

Obscenas

Giro y giro, suena el frío

Asfalto

Giro y giro y después mi

Cabeza se sacude y crece mi

pelo,no mi alma

Este  fragmento rubrica y subraya esta realidad que persiste: siempre en algún lugar del mundo material  hay alguien que poetiza por nosotros, por todos. Alguien extrae los sentidos ocultos que laten en palabras, en las palabras todas, las fundadoras y las que se hicieron en el andar del hombre, de la mujer, animales, y con ellas, asentimos lo que reflejan y proyectan, sugieren, insinúan, ellas, las palabras, el verbo fundador que se prolonga en nosotros a cada instante y que en el poema se eterniza en el armazón de la memoria. Siempre hay alguien que el latido del mundo atrapa y deja temblando en grafía y sentidos y dentro de ese decir introducimos a Julia De la Rúa con El Perfil de los perros.

Y en las especificaciones, hubo y hay mujeres que dejaron la vida en el faenar con las primigenias articulaciones humanas, igual que otros seres, compañeros, en tierra y ambiente, y así testimoniar los mínimos, gruesos, amplios aconteceres que nos conforman en integridad y fragmentos. Y Pienso, para ejemplificar, en Eda St. Vincent Millay, quien debió, la lectura de su obra, andar pareja a T.S. Elliot. Observación nuestra que encuentra harta justificación en estas palabras de Ana Mata Buril, procedentes del prólogo que escribió para la edición de la Antología poética que ella misma seleccionara y tradujera, publicada por Lumen en 2020, primera edición:

Otro de los poemas que reflejan el estilo moderno de Millay es “Spring” (  (Primavera), escrito en verso libre y publicado en Second April (1921), un año antes que La Tierra baldía de T.S. Elliot. En él, Millay habla del mes de abril con el mismo desencanto que Elliot y utiliza imágenes similares a Pound y Hilda Doolittle. 

Estructura del poemario

La estructura del poemario El perfil de los perros responde a esta distribución; una primera parte que opera como presentación  en la que se cuenta motivos e impulsos que condujo a su concepción y luego a su escritura, en esta se da cuenta, a manera intertextual, de la presencia de un personaje impulsador, en cierto modo, de la existencia de Julia como poeta, se trata de Remigio González ,“Adares”, a quien se le dedica la obra, y quien asumirá papeles estelares en el curso del poemario. Una segunda parte titulada: Arma de mujer y guerra sin nombre y una última titulada ¡Sociedades como perro? Primitiva.

Esta es la articulación del libro. Es harto significativo, a pesar de este orden, la linealidad, en sentido amplio, responde más a un hilo retorcido, que se recoge en parte, y en otras se extiende, creando una movilidad interior, un espacio en el que los asuntos que se poetizan se derraman por todas las páginas, creando una estructura, siguiendo el rastro circular del perro, esto es, persiguiendo su propio rabo. Este movimiento del perro responde a un síntoma de carácter emocional  propio de muchos caninos con ciertos grados de excitación, excitación que, igual, verificamos en cada palabra entonada  que "La perra" dirige al amo en El perfil de los perros.

De modo que, en la distribución de los asuntos, prevalece la presencia de cada uno de los núcleos: la mujer, la perra, la loba, los elementos anecdóticos, las referencias sobre “Adares´´

Solo habían pasado unos días y Adares ya había acortado la distancia de kilómetros de carreteras y de ciudades que nos separaban para pasarme su testigo de poeta y la esencia particular que deja la muerte, la bella para mí, ya que me daba la oportunidad de estar siempre en su esquina, no de la Plaza Mayor, de Carmen, sino del tiempo sin tiempo.

Adares me pasó su testigo.

Y así, en el inicio, en el fluir de páginas a mitad como en los finales, la alternancia de prosa y versos, recursos recurrentes, así como la catarsis, el fluir de conciencia, recursos estructurales en cada parte, igualmente y, sobre todo, la sustancia que tiembla en cada verso, la carne y el nervio en comunión creando un desajuste del vivir prolongado que en el poemario se presencia con historia individual, que nos abraza a todos. En definitiva, la linealidad estructural no existe, sino un irregular círculo en el que se colocan núcleos temáticos, situaciones, personajes que bien se convierten en reiterativos, con una finalidad.

En las primeras páginas, leemos este texto, no hay enumeración, lo que contribuye, intencional o no, a una estructura esencialmente libre que cada lector organiza a semejanza de sus vivencias, de sus experiencias. Veamos:

No recuerdo cuándo me hice débil y servil al maltratador: y lo peor, no recuerdo cuándo le hice a él serlo.

De repente, estaba metida en embudo tan estrecho que apenas ni existía. Sin embargo, era un gran océano cerrado, frío y perverso. ¡Por qué consistía aquella vida obscena y tiránica?¡Quién o qué estaba a nuestro alrededor para no poder evitar que mi debilidad me hiciese ser la más estúpida de las mujeres?

¡Y lo peor: la más banal…la mujer que convertía al hombre que amé en un ser también servil a sus maltratos!

Este fragmento del poemario pertenece a lo que llamamos primera parte- a falta de enumeración_ y responde a ese golpe de decir, donde no hay respiro, únicamente un fluir de conciencia que recoge tiempos, estancias, movimientos y, sobre todo, temblores de intricados intimidadores, y de conciencia.

Y más adelante, la parte: armas de mujer, encontramos este otro fragmento que, sin desvío, recoge lo esencial de lo arriba ya citado.

Mujer

Odio ese nombre en mí

Al final tengo la fría sensación

de ser inútil hasta para mí misma

si cargo con ese nombre

¡Qué horrendo!

¿A quién se le ocurrió y por qué?

¡Prefiero hembra!

La mujer tiene demasiados nombres impuestos

La hembra, solo una: su existencia

Y en la última parte, ratifica y subraya el inicio, lo que late en el centro, en cada palmo del poemario, conformando, lo que proponemos, de acuerdo a nuestra lectura, que la estructuración general del poemario responde a una fragmentación interna que palpita en sus partes disgregadas por los conjuntos versales y por los versos mismos, en palabras concretas: lo esencial de la obra se presencia en cada parte con misma energía y expresividad.

Esta forma de presenciar en las distintas partes constituye una singular forma de articulación del poemario que, aunque se mantiene el fluir o tránsitos de perra, mujer, loba, a manera de yuxtaposición existe esta otra, tan firme y determinante con la que se ofrece como transformación o metamorfosis del personaje único que se desgaja. De modo que, en esta estructura de la obra, tenemos una razón profundamente expresiva que la distancia de la común estructuración, y eso también es poesía.

Me asquea ser una fútil mujer o

Simplemente un fútil humano obviando la verdad

Posiblemente me asquea tener que

decir lo que siento

Un fluir de conciencia: Catarsis

Asentimos lo propuesto o sugerido en este poema, esto es, lo hacemos nuestro desde su mismo título: sencillamente porque nos echa en cara, nos tira al rostro realidades que existen en la sociedad viva, en cuerpo, en la conciencia, brotando a flor de carne en lo  hondo, como la conciencia y el sentir. Porque es un poemario, no común, transgresor y valiente, y por supuesto poesía que revela y desvela anatomía propia del ser humano,  por supuesto, en unos y otros exhibe morfología distinta.

Y entremos, hasta nos sea dado, porque esta obra, por ser un acto de lenguaje imaginado, su naturaleza está determinada por las ambigüedades. Esa es su precisión. En primera instancia, se trata de una poesía no común, trasciende lo ordinario y consabido del decir poético que se arrastra, y es una de sus gracias, la rebeldía sin alarde, lejos de retórica que busca el escándalo, que procura el aplauso por el abordaje de situaciones extremas, proactivas e inusuales, a pesar que esas situaciones o asuntos siempre han estado en nosotros desde ante del mismo nacer, en el fluir de la vida.

Un fluir de conciencia como estructura, que en el hilvanar se trasforma en una catarsis en la que la autora expulsa los trozos de la vida, de la historia, la suya íntima, que nosotros, mujer y hombre, dualidad que el mismo poema genera, y así abarcar al uno y al otro, y lanzarlos al plano donde la palabra construye los versos, la voz singular de mujer, que en el tejido se metamorfosea queriendo la del hombre, la del  animal. Igualmente, advertimos ese salto, ruptura, actitud, que nos revelará, conducirá por un grosor de situaciones “no usadas”.

El ladrar, martillado en el nervio de la palabra, en la conciencia de ser de la poeta, que se sabe ser, mujer y animal,  aúlla por las otras que también son en la temporalidad y planicie en esta dimensión. Y en estas proposiciones en fluir de palabras masticadas, estrujadas, violentadas, resueltas, configuradas y delimitadas, encerradas, todas disueltas en aullidos presagiosos.

Eso se siente y se asume, fluir de agua que arrastra, como el río, lo limpio y sucio, lo muy duro y también amargo, las antípodas en cascadas, socavando las vísceras, lo muy acuoso revuelto en sí mismo, en continuidad y sucesión de líquidos en ese fluir que arrastra todos los tiempos.

El poemario, en otra de sus dimensiones estructurales, responde a la catarsis de una mujer que se trastoca en hembra y en bestia, y en varón y hembra, igualmente. De modo que esa lectura de que constituye un programa o proyección del interior de una mujer humillada, arrastrada, disminuida en totalidad, no responde a la esencialidad de la obra, y esto porque se admite y fija en esta lectura, y se vuelve juicio, el poema rebasa esa especialidad expresiva que también le es propia, pues no se trata de una obra que se levanta de lo discursivo, de lo denotativo simple, sino del lenguaje imaginado. Muy cierto que el poema traza una línea, que se retuerza en sí misma, pues tal línea realmente no existe como ya anotamos, que evidencia una transformación de perra, mujer, loba, en la que el hombre ejecutor, trastornador, maltratador, verdugo, responsable es. Mas, el poemario se gesta en el mismo plano que habita el hombre y la mujer, realidad que palpita en la intimidad del mismo poemario, veamos:

El hombre existe como productor de historias. La presencia de Adares, el poeta impulsador de la vocación de la poeta, es bien explicitada en el cuerpo entero de la obra. Mediante una perfecta intertextualidad, actúa como personaje, y contrapartida humana, el otro, el hombre, el bondadoso, la persona.

Ahora, la misma poeta nos ofrece otra cara; la del maltratador, el amo, el abusador, el verdugo, la desgracia encontrada en un momento del vivir, mas ocurre que ese mismo ser, como ella, la mujer, la poeta, la hembra, comportan mismo origen y destino, así nos dice: llegando al final de la obra:

¿Por qué decir de El perfil de los perros?

¿Qué?

¡Si Amo? Amo a los perros de cuatro

Patas, pero también a los de dos

Ni uno ni otros tienen la culpa de lo que son

Los de dos no tiene la culpa de su enfermedad

 

¿Y cuál es esa enfermedad que padecemos todos los seres humanos? Simplemente la vida. Bien encontramos esta verdad al final de San Manuel Bueno Martín, la magnífica novela de Miguel de Unamuno, al preguntar la niña al Padre del pueblo, y cuál es mi pecado. El cura: el haber nacido. Y también remitirnos al Viejo Testamento, a la historia de Rubén, uno de los doce hijos de Jacob, que tenía dos mujeres: Raquel y Lea y cae en relaciones con Bilha, la concubina del padre: aún hecho somos de la primera arcilla. 

Perfil de los perros: arrebato de conciencia

Pero se trata de la morfología externa e interior del animal, del perro, como de la perra, no, ese el artilugio, la señal, el rótulo, los verdaderos animales descornados, sin personificaciones, el hombre y la mujer, desde la tradición, trasladados a las materias que corroe y al espíritu que adormece.

La substancia primera en ejercicio constante y continuo mediante el sexo que en ejercitación conduce a la procreación, que se traduce en la prolongación de la materia, la arcilla inicial y que, exenta de amor, únicamente placer sin freno, requerido por el poder, la fuerza, la misma necesidad del vivir, todo ello impone un estado de sumisión desde el mismo individuo, las circunstancias o, tal vez, que se advierte con facilidad.

La forma que forma sentidos

Y este fluir, esta catarsis, se metamorfosea, y en grito se desliza por gruesas vocales y consonantes redondas, oclusivas, por momento fricativas que silban en el tejido que tejen, y vibrantes múltiples que se arrastran en palabra y corroe y raya y estruja y rastrea ejemplificando con la misma morfología de la perra- cuatro fonemas: p.e.rr a, dos vocales abiertas –a.e,; un fonema oclusivo _p_ y sonido vibrante _rr

El empleo de estos fonemas, de manera predominante, la exacta colocación de los mismos en la línea del verso_ nos referimos a los fonemas vocálicos, a las consonantes oclusivas, a la vibrante simple y múltiple, a las alveolares para obtener ese efecto de grosor dominante, ese volumen en sonido y grafía que se desplaza por los versos, por tejido entero. Este verso nos da la medida de lo enunciado:

Cordel grueso y de áspero esparto que horadaba

Los fonemas oclusivos, vibrantes y alveolares están representados con grafías negras, mientras las vocales con un subrayada. Ese comportamiento predomina en el poemario, produciéndose en un efecto fónico y gráfico que asumen y proyectan los asuntos dramáticos que construyen el cuerpo situacional –temático del poemario.

Y a esta aplicación, sumemos esta otra de intensidad sonora y de sentido: el uso del infinito, raíz del verbo, fuerza de la forma, que razón semántica posee. Veamos:

Hay que volver a caminar a cuatro patas para sentir la sangre correr por el cuerpo y el alma…Hay que sentir la fuerza animal del ser VIVO… revolcarse de naturaleza, sentimientos, lágrimas, risas sexualidad. Hay que dejar expresar al espíritu, que hable, que sienta y desarrolle su inteligencia vital y primorosa ante la belleza, la hegemonía del hedonismo…cultura que coloca la experimentación personal como valor supremo, Hay que volver a ser primitivo…

La perfecta forma de dar cuenta de lo idóneo del acto poético: el tramado fónico que construye a la vez el mismo tramado semántico o situación. Asimismo, de los dos componentes esenciales de la palabra: significado y significante, esto es, forma y fondo, escoja la terminología que quiera. Es la forma que forma la nueva realidad, el poema, en su vertiente de ropaje y el de sugerencias y connotación. La poesía, asombro, sorpresa, belleza, sea en el género que sea, y el poema, como estructura, en especificidad, soporte estructural, sin esa forma no es posible que sea. Todo ser humano, carga una historia, en ella, herencias, actos múltiples, vivencias y sensaciones, de modo que todos tenemos que decir aún los más ingenuos balbuceos. Ahora, para que ese decir se encarne en el otro, esto es que se haga el asentimiento, la verosimilitud, es necesario modificar los imperativos. Sin esas condiciones, no hay obra. En la forma  del decir se asienta el decir; descansan las sugerencias, las connotaciones. Y es lo que acontece perfectamente en este poemario, un cantar de destierros y anhelos, que no deja de ser vida propia y colectiva,  plegaria, súplica.

Al final, donde parece no existir un final,  se activa el cuerpo de ella, la protagonista, en nuevas simientes  que se implantan y reproducen, a su vez, en los cuerpos lastimados, castigados, oprimidos durante siglos de los siglos de otros: hombre- hombre, mujer-mujer, hombre-mujer  hacinados en una perrera, mismos que hallan recompensa  en su propia liberación y transformación  espiritual. Entonces, Julia de la Rúa, en  estado de iluminación, par ser más honestos, logra descifrar, soterradamente, la ecuación  que la telaraña de su poemario, El perfil de los perros, hilvana sin aparentes esfuerzos mediante la singularidad de un personaje femenino. Ecuación que en su andar tortuoso se articula en esta palabra: Resurrección.

Julia de la Rúa,Directora de Editorial Araña, España.

Nota de Julia

"Nací en Bejar, Salamanca, España. Tal vez la libertad sólo habite nuestro interior más primitivo, encarcelada por los demás o por nosotros mismos. O… no exista, y sólo sea una invención necesaria de nuestro espíritu atormentado"

Julia De la Rúa Rodríguez. Directora de Editorial Araña, España.

José Enrique García en Acento.com.do