Desde el fin de semana iniciado el viernes 11 de noviembre, con su sábado y domingo ha estado asombrando a los amantes del arte grande del teatro una cartelera de exquisitas rarezas.
El suceso acontece en el nominado Microteatro Santo Domingo, de la calle José Reyes en la Zona Colonial de esta capital. Por suerte el milagro del teatro con ideas, y consciencia estética, de esta vez, se extenderá hasta el 9, 10 y 11 de diciembre del presente año 2022.
Es para agradecer que de vez en cuando, aún a contra corriente, el arte verdadero acontezca en este Páramo cultural de las prevaricaciones y el intrusismo que es la República Dominicana, bueno es que la calidad y el buen hacer sucedan aun sea desafiando al mal gusto oficializado, establecido, predominante y soez del intruso militante, triunfador malapalabroso exhibidor de bochornos públicos, que es lo común de ver aquí en emulación de contenidos basura que en Instagram y semejantes glorifican la pestilencia, el mal gusto y la carencia de imaginación y creatividad.
El programa parece que ha sido de manera principal impulsado por la gestión productiva de Rhaidirys Deschamps y Ecolecua Teatro Producción. Ellos, juntos a Ángel Rafael (Yeyé) Concepcion, dramaturgo y Miguel Ramírez, director y montador han constituido fructífera componenda para garantizar ahora la presencia en la escena nacional de la fresca energía de este vórtice dramático.
En efecto, Vórtice es el título aglutinante de una trilogía dramática genuina, ingenua y singular en la que sobresale la voluntad de decir, de decir la vida, de relatar la ciudad, de decir la violencia, de enunciar el desaliento por la derrota del ideal y la congoja, de contar el desatino de unos seres, a veces atrapados en el pasado pomposo y sanguinario de Ciudad Trujillo o en el presente cochambroso, mediocre y violentamente insensible de Ciudad Soledad e inculta.
La trilogía ya en escena se articula desde el monólogo Funámbulo, interpretado con creativa caracterización y desempeño actoral adulto y de buena planta por el veterano actor, maestro e incómodo teatrante largo, el iconoclasta Arturo López.
La responsabilidad de la dirección es cosa de Miguel Ramírez, un artista que discretamente- conforme a su talante- ha venido acumulando méritos irrebatibles en el oficio de la dirección escénica profesional, ocupacion compartimentada con su otra condición de artista plástico visual meritisimo, que lo convierte en un cultor y creador de facetas múltiples, políglota en el sentido de entender, expresarse y entenderse en y con los diversos lenguajes del arte en su diversidad.
Si la dramaturgia textual de Yeyé Consepción es ya un ejercicio lingüístico lleno de inquietantes tópicos críticamente tratados sobre gentes, calles, sitios, escaparates, parque y lugares de una ciudadela oscura y pestilente, sobre política, costumbre, historia, presente y sociedad, la dramaturgia escénica asume de buena gana el compromiso de poner en pie, en tono, en claves y en atmósfera, así en voz de actores, las premisas del texto materializado, otorgándole verosimilitud, vida creíble y empatica desde una lectura contemporánea.
Los tiempos, el ámbito de la consciencia social ciudadana que representa al público consumidor de la obra necesita puntos de entendimiento con un lenguaje común cuya decodificación le proporcionen los mecanismos primeros que han de ser herramientas constructivas de su propia edificación, ejercicios imprescindibles del espectador genuino, del nuestro, pues, ante una obra de arte auténtico el público ha de crear su propia versión desde sus pensamientos, sus ideas, sus vivencias y su realidad social e individual.
De ahí que una obra de arte contemporáneo, como lo son las estudiadas, más que contar directamente, expone, más que catequizar, sugiere, a más de dar conclusiones, interpela mediante un ejercicio de inacabamiento que no cierra posibilidades a respuestas divergentes.
En Trilogía sobre la ciudad (nombre literario del conjunto) nos topamos con Ciudad soledad o “Abluciones” en la versión escénica interpretada como personaje único por la actriz Clara Morel ejecutando su lavanda ritual.
La pieza, con francas e inteligentes contextualizadas aliteraciones del poema “Una mujer está sola” de la escritora mocana Aida Cartagena Portalatin, nos enseña mediante recursos del drama poético la soledad de la mujer en la condena de lo doméstico persistente simbolizando su membresía del club de victimas de la violencia en una ciudad deshumanizada y deshumanizante.
Las tareas y secuencias interpretativas de la actriz Clara Morel en el rol de una mujer sola, sin ni siquiera nombre, se afirman en un modelo poético de convivencia y combinaciones corporales y maneras expresivas, de la palabra, de los circuitos, rutinas y desplazamientos escénicos y su relación de la actriz con los objetos, con el espacio y con los espectadores a quienes seduce e involucra en su dolor convirtiéndolos en partener de su acto cuasi litúrgico profano como si estuviese marcado por los autores- el literario y el escénico- la decisión de hacernos también responsables, copartícipes, protagonistas del drama de todos en esta Ciudad Soledad, como si tuviera la protagonista designada el interés de sacarnos del rol de simples testigos observadores indiferentes de la dolorosa ceremonia, como si la mujer estuviera proponiéndole a esta gente su necesidad por dejar de estar sola en la soledad de todos.
Luego, hacia la conclusión de la obra, de la obra tiempo, de la obra síntesis comprimida de vida, angustia y verdad, la mujer conminara a los presentes a deshacerse de una de sus prendas (prendas de su soledad, prendas de la indiferencia) y tirarla al balde para que sea objeto de la ablución ritual final). A diferencia de lo que ocurre con las demás, en esta parte de la pieza trilogica predominan lenguajes de una teatralidad más conceptual, poética y literaria.
Por su parte la pieza titulada Erizos por su existencia escénica, Ciudad de los espejos en versión literaria, a diferencia de las ya nombradas, es una historia de dos, cuyo arte escénico recae, en Estuart Ortiz, un actor ya experimentado en varios formatos teatrales, y en una prometedora jovencísima actriz, Cindy Guerrero.
Conviene acentuar aquí que los actores de esta producción son todos egresamos de diferentes promociones de la Escuela Nacional de Arte Dramático de Bellas Artes, de la ENAD, donde son, por cierto, distinguidos maestros y profesionales de larga data, el Arturo y el Miguel. Siguiendo con Erizos, con Cindy y Estuart: ellos son parejas “felices” “jóvenes e indocumentados” como diría Márquez, felices? eso parecen, ella, tras la máscara de la calcada risita de lo aparente “chulo”, de lo aparente “cul” y los neologistas klic de selfis. El en la gestualidad del violento gratuito. Ambos son leventes paseantes de una ciudad absurda con mar pero vacía de otros contenidos. Él ha de ser el típico gandul colgado, un “NiNi” seguramente, un aprendiz de yonqui y ella su amante acompañante aprendiz de perversa pero ya experimentada muñequita del carcomido escaparate del vacío existencial. La insolidaridad e irresponsabilidad, el egoísmo de estos seres queda evidenciado en la solución escénica final en la que él, luego de tanto amor, de tantas aventuras compartidas y armonía de cántaro roto, da la espalda y se marcha dejando sola a la chica, si esta insinuara ocurrirle algo raro en la barriga. Es la de Estuart y la de Cindy una actuación fresca, creíble y correcta. Es una historia de fácil comprensión en superficie pero de sutiles signos inquietantes que convidan al espectador agudo a buscar trasfondo.
Y por la parte suya, Ciudad Trujillo, Crónicas sobre la ciudad o “Funámbulo” en escena, es el cruel relato de la decrepitud de un comunicador, un locutor integral y orgánico como tenían que ser todos por razones de sobrevivencia, primero, y luego por cómplices convicciónes acomodaticias durante la era del Jefe Trujillo. Ahora ese ex locutor completo se yergue precario y dificultoso en el estudio improvisado de su habitación de enfermo confundido en los laberintos del tiempo, del pasado de pompas y un presente que compite y gana en el sinsentido.
En este monólogo acontecen a veces geniales ocurrencias del actor y el libreto en parejo desenfado del decir escénico que nos involucran como gozosos padecientes, internos de una ciudad que debió tener solera, tradiciones y señorío alguna vez pero que ha sido interrumpida por la incursión de barbarie militares, culturales, e históricas interrupciones y sustituciónes impositiva de sus costumbres, en su asimilación y acumulación del bien valioso ganado y atesorado en procesos y derroteros del trabajo y El Progreso bien habidos y la derrota histórica en inacabamiento.
El personaje de esta pieza portón de la estancia escénica viene interpretado como antes dije, por Arturo López y aquí, haciendo caso omiso a lo que aconseja la ciencia del opinar profesionalmente y la crítica especializada me permito un instante de subvertida subjetividad para decir que me ha conmovido profundamente ver a Arturo otra vez en escena, sin ninguna duda, él, haciendo un sublime esfuerzo pues ha tiempo que no se ponía ahí, ahí donde se arriesgan los verdaderos actores, frente a ese toro de cuatro cuernos que es la obra y el público en una danza de muerte que es esa ceremonia del teatro cuando se asume en serio a consciencia y convicción de lo artístico y sagrado.
Y lo esta haciendo bien Arturo, representando con desenfado y maestría, con cuidado, con respeto y con su ilustre miedo esa decrepitud que le asignaron Yeyé, Miguel, la vida y Rhaidirys Deschamps. La trilogía escénica Crónica sobre la ciudad o Vórtice, para una espectacularidad en pequeño formato sostiene su condición de unidad mediante varios ejes temáticos y referenciales que se yuxtaponen aliterandose y transtextualizandose en sincrónica reciprocidad.
Es ello un genuino programa teatral lleno de méritos y dignidades que contrasta con las rutinas de la mayoría de nuestras lamentables propuestas teatrales al uso y consumo de un público cada vez más conformista y aborregado en esta ciudad de los espejos de soledades.