En cierta ocasión memorable, el gran oso buscó desesperadamente por todas partes la apetecible miel que le serviría de alimento después de hibernar en la tranquilidad de la fría cueva con apariencias de indiferencia ante el mundo.
Acto continuo, se lanzó sobre un inerme (y enorme) panal cuya riqueza le impresionó pese a que ya no pertenecía desde hacía cierto tiempo a sus dominios.
Pretendió ignorar ese detalle y seguir la misión de apropiarse de las delicias encontradas a tiempo. Había dado con lo que buscaba sin mayores contratiempos esperando no ser molestado por nada ni nadie. No había adquirido la costumbre de escuchar a los demás. Sólo se oía a sí mismo. Era un animal de grandes, cerradas y aceradas ambiciones.
Sin fijarse siquiera por un momento en las protestas de las abejas que intentaban picar su peludo y protegido cuerpo, ni en las consecuencias de su acto hostil, el gran oso del bosque parecía insaciable llenándose el estómago del soma de los dioses.
La libertad con que se servía del apiario matando a las defensoras del hermoso panal ya destrozado, incluyendo a las no combatientes, escandalizó a todo el bosque y aún fuera de sus fronteras.
La devastación resultó escandalosa y se la declaró inaceptable. Millones de abejas tuvieron que abandonar toda esperanza de sobrevivencia en ese lugar de infierno y desolación que por tanto tiempo fue ideal.
Ya se había tragado el animal una porción importante del producto que alimentaba a la comunidad cuando la trascendencia del abuso cruzó hasta lugares inesperados, produjo irritación, aprestos de defensa a gran escala, temores de incendio por toda la arboleda, gritos desesperados, bruscas señales de alarma, conmoción, aprehensiones, promesas de combate contra el abusador mientras las abejas apenas podían mantener alguna resistencia frente a la presencia monstruosa, sus amenazas de devastar con fuego el lugar, acabar para siempre con las criaturas rebeladas, hundir todo lo que pudiera ser hundido, crear una fuerza invencible, establecerse como gran jefe del bosque todo y desde ahí decidir el destino de toda criatura pero, finalmente y cuando todo parecía trágicamente decidido en favor del invasor, llegaron unos abejones amigos de las criaturas agredidas que le hicieron retroceder (sin que se diera por perdido en la contienda desigual) y proveyeron de argumentos a la víctimas además de algunos aguijones nuevos y prácticos que estaban supuestos a variar sensiblemente el curso de los acontecimientos, pero la incertidumbre y los temores no cesaban todavía pese al mucho tiempo de combate contra el plantígrado, contra sus argumentos conocidos, contra la realidad de un mundo boscoso consternado y sensible. Lo último que se supo del conflicto fue que las abejas agredidas intentaban amargar la ambicionada miel para que el grande animal la desechara y se ocupara de otras cosas más atinadas.