El Dr. Francisco Ortega Polanco, juez de la Suprema Corte de Justicia, poeta y narrador.

Francisco Ortega Polanco es juez de la Suprema Corte de Justicia y tratadista jurídico (Código procesal penal, por un juez en ejercicio, tomos I y II, por solo citar un ejemplo), además de escritor de relatos y cuentos.

Antes de recibirse de abogado en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU) y de que obtuviera su doctorado en la Universidad de Salamanca (España), Francisco Ortega Polanco fue periodista y poeta.

Desde muy joven, en su natal Salcedo, provincia Hermanas Mirabal, vivió sus primeros encuentros con la poesía y la narrativa, además de hacer pininos en el dibuto y en la pintura. Como pintor ha logrado retratos y autoretratos que impresionan.

Ejerció el periodismo en el decenio de los noventa en El Caribe, en donde recibió las enseñanzas de reconocidos maestros del oficio. Posteriormente trabajó en periódico Hoy, diario en el que logró consolidarse como reportero y entrevistador. Tuvo a su cargo La esquina joven, un espacio que dialogaba con personalidades dominicanas e internacionales de todas las profesiones: artistas, deportistas, políticos, escritores y economistas.

Cada tarde de los viernes Ortega recibía en los salones del matutino Hoy, además de sus invitados, a decenas de participantes habituales, la mayoría jóvenes. Al final, un joven escritor declamaba una décima que componía sobre la marcha a propósito de lo tratado con el entrevistado.

De La esquina joven y de su labor de reportero en los dos citados periódicos surgió un libro con una selección de las que el autor consideró sus mejores entrevistas Testigos de excepción. Perfiles del siglo XX en la República Dominicana.

Ortega el narrador

En el presente año Francisco Ortega Polanco puso en circulación El olor de la tierra (cuentos).

En este libro el jurista y poeta nos muestra a un narrador depurado, con una prosa con la macicez y la precisión indispensables para el hacedor de ficción que no agrega ni despoja a la escritura de lo necesario, sin descuidar la belleza de la forma ni la originalidad y la fuerza de la historia que conquista la atención del lector.

Desde los personajes de una ruralidad que remite a la infancia del autor hasta el diálogo interior de un asesino frío, El olor de la tierra no es el libro que aburre o que se aborde sin dejar en el lector, además del goce estético, una que otra reflexión sobre la vida y la humanidad.

De las descripciones de lo bucólico se infiere en Ortega Polanco la influencia temprana del maestro de maestros del cuento dominicano y continental, Juan Bosch (¿A cuál narrador dominicano no habrá influido Bosch a partir de la segunda mitad del siglo XX?), pero al mismo tiempo no se puede pasar por alto un hecho fundamental: el ser humano es una suma de aprendizajes, experiencias, legado familiar y, esencialmente, el lugar en donde nació y se formó.

Nadie puede eludir sus raíces geográficas, por más lejos que se marche y por más realidades sociales distintas en las que se involucre como migrante, como profesional o como turista y aventurero.

Ningún creador, en la literatura ni en otras artes, puede eludir su ser nacional, las particularidades del habla de su país, de su lugar de procedencia. Tampoco escapa del tiempo en que le ha tocado nacer y vivir. Puede intentar hacerlo -y sabrá cada quien sus razones- pero rara vez se logra. El español Camilo José Cela, Premio Nobel 1989, publicó una novela de la que probablemente se arrepintió por el resto de su vida: La catira (1955), escrita por encargo del dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez. La maestría narrativa de Cela no se pone en duda en este libro, pero no así el fallido intento de poner en los personajes los usos idiomáticos propios de los venezolanos.

Francisco Ortega Polanco, en sus cuentos que tienen como escenario la ruralidad de su infancia, como narrador, se hace uno con su entorno. Y, ciertamente, se percibe ese olor de la tierra.

También se perciben influencias de lo que le tocó vivir al joven abogado, recién salido de las aulas universitarias, cuando empezó a usar la toga, tanto en el ejercicio privado como desde que se unió al Ministerio Público y posteriormente a los tribunales.

El olor de la tierra, de Francisco Ortega Polanco (ISBN 978-9945-09-825-9), viene a enriquecer la literatura dominicana. Su lectura es más que placentera.