La humanidad se ha construido a base de un esfuerzo por sobrevivir, en una lucha constante por dominar la naturaleza, el cosmos y, entre ella misma, imponerse unos contra otros. En sus inicios la abundancia era algo natural y la existencia material y de alimentación, era dura e indispensable para la vida, pero a la vez se encontraban a sus alcances esas fuentes de alimentación. Con el tiempo estas cosas se fueron dificultando y apareció una mayor población, mayor demanda de bienes de consumo y luchas por el control de los alimentos y el dominio de un grupo sobre los demás, y todo ello complicó la existencia humana hasta el día de hoy.
Ese reto de búsqueda de las fuentes de alimentación, de los medios esenciales de su supervivencia, si bien no ha cambiado respecto a sus inicios, los seres humanos han modificado y priorizado otras maneras de existir de las sociedades y los individuos, y el ser humano vive en constante lucha entre lo que es indispensable para su existencia y la lucha por obtenerlos.
La vida humana se ha desarrollado a través del tiempo entre la escasez, el trabajo por obtener los alimentos para su reproducción como especie y la pena, el sufrimiento, el dolor y el sacrificio, poco tiempo le queda para el disfrute de su vida, para la experiencia de tener una paz interior, una sonrisa, un destello de alegría, que haga menos pesado el fardo de su presencia en la tierra.
Por eso afirmamos que, el ser no solo vive para comer, su naturaleza biológica lo obliga a alimentarse y esta, sigue siendo su vital razón, por tanto, no ha renunciado por decreto, a su esencia biológica, no puede. Comer no es fundamental un día, pero su composición biológica lo necesita.
No necesariamente, el divertimento como un aprendizaje, pues se negaría la esencia de lo que es el ocio, que es siempre descanso de la maquinaria cerebral
Si estamos de acuerdo en que no solo es comer, el ser humano va más allá de una necesidad material y ha definido otros intereses a través del tiempo que complejizan su existencia, como la libertad, y otros derechos humanos aparecidos en la medida en que la naturaleza humana, al definir su tejido social, a ido definiendo que, lo humano posee cualidades particulares que ameritan ser asumidas como obligatorias y tan importantes, como, las necesidades materiales o biológicas.
Con la Revolución Francesa de 1789 se alcanzó un grado de reivindicación hacia el ser humano nunca visto. La dificultad ha sido cómo son entendidos y aplicados esos derechos. Lo cierto es que con el tiempo nos hemos dado cuenta de que el ser humano es más que un plato de comida, el pensamiento abrió otras necesidades inherentes al ser, que lo complican y hacen que lo veamos desde un prisma holístico y con variados tipos y formas muy distintas de manifestar su presencia y sus intereses como grupos particulares, ahí entra la antropología y otras disciplinas que estudian la conducta humana.
No obstante, el título del artículo habla de ocio, lo cual nos traslada a otra dimensión de la naturaleza humana que no es material. El ocio fue abordado conceptualmente por los griegos dándole dimensión de necesidad social y luego la sociología de lo cootidiano, sobre todo francesa, la entendió como parte de los placeres que componen al individuo.
Platón lo sugiere como algo propio a sociedades con elites privilegiadas, que lo pueden disfrutar y son el producto para él, de un nivel de desarrollo alcanzado por esa economía, y que les permite crear un grupo que hizo del ocio un ejercicio de pensamiento y abstracción desligado del trabajo material y artesanal, convirtiéndola en capa social pensante como fue la filosofía.
Pero, ocio es más que contemplación, es divertimento, es uso de tiempo libre y sin ningún cualquier otro asunto que hacer que el disfrute de las cosas, cualquiera que esta fuera: vacaciones, contemplación y meditación, jolgorio, carnaval, festividad, reflexión, observación del entorno sin actividad corporal alguna, aunque podría tenerla, conversación amena, danza, escuchar música sin ninguna interferencia de nada, sentarse en un lugar a contemplar y escuchar el canto de las aves o la belleza de una flor, no hacer nada y solo vivir desconectado de todo, aunque sea solo un momento. Lamentablemente estas figuras tomadas para definir el ocio son consideradas en nuestro país como holgazanería o haraganería; qué lejos estamos del concepto.
Si bien así se entiende el ocio, estas prácticas son más comunes para sociedades desarrolladas como bien dice el filósofo griego Platón. Sin embargo, como necesidad, es para toda la humanidad porque no venimos a este mundo solo a sufrir, a lamentarnos, también tenemos derecho a contrarrestar el dolor, el pesar, el sacrilegio, el pecado, con espacios de catarsis que nos permitan sobrellevar la carga cotidiana.
Estas razones anteriores son las que han hecho que las culturas humanas, unas de una forma y otras de manera diferente, hayan inventado la alegría, la risa, el divertimento, el baile, el carnaval, la fiesta, y otras maneras de evadir el sacrificio de la vida, que de no existir esas alternativas que la contrapongan, solo viviríamos para sufrir.
Por todo ello, es una necesidad de los gobiernos crear políticas públicas dirigidas hacia el divertimento de los pueblos o el ocio, invertir en la alegría, que es una inversión en la fuerza del espíritu, de la vitalidad del ser y de su deshago para continuar con decisión hacia el futuro.
No se trata del principio romano maniqueísta de pan y circo, pues no lo apruebo, ese tiene en todo caso, una intención de instrumentalizar y justificar el dominio político, a través de terapias sociales lastimosas y dirigidas con esa idea, y en el fondo de autoflagelación. Creo y apuesto a la alegría de los pueblos, a combinar, trabajo, dolor y sacrificio con divertimento y ocio en sentido general, porque no solo venimos a este mundo a vanagloriar las penas, la complejidad humana crea múltiples maneras de reafirmarse y el ocio es una de ellas. Por eso reafirmamos la frase del doctor Antonio Zaglul, de que el dominicano, canta y baila sus penas, es esa la terapia.
Los gobiernos deben crear esos programas sanos de divertimento, no de circo, en los que se disfrute aprendiendo, creciendo espiritualmente y buscando el equilibrio necesario entre dolor y alegría. No necesariamente, el divertimento como un aprendizaje, pues se negaría la esencia de lo que es el ocio, que es siempre descanso de la maquinaria cerebral, para disfrutar la paz interior, y una relación armoniosa con el entorno y el cosmos en sentido general.
Sugiero en mi reflexión que las áreas estatales que poseen en su programación el divertimento y las actividades lúdicas promuevan acciones tendentes a incluir como parte de un derecho ciudadano, el ocio, pues no todo es política, comida e infraestructura.