En el lío entre los escritores Manuel Núñez y Avelino Stanley me llama la atención el  origen de la diatriba, me hace encender ciertas alarmas (y no la de los bomberos): no es por una cuestión metafísica o de orden literario, escapa a estas menudencias. En el fondo se habla de presupuesto, del poderoso caballero aquel don dinero. Eso le confiere una determinada brutalidad al combate. Cuánto han cambiado las cosas mi querido Sancho en el mundo de los intelectuales, donde del discurso antiguo solo brotaban por pipá las palabras verso libre, trama, surrealismo, realismo mágico, soneto o final sorpresivo.

Este guerrear descarnado se da porque se producen las calidades de funcionario (Manuel Núñez) versus las de empresario (Avelino Stanley). Choque de trenes donde suenan todas las piezas  y no el tintineo del inocente sonajero, donde el espíritu pendenciero se pone se pie, y los jabs y golpes son soltados a diestra y siniestra. Recuerda a los míticos Alí y Foreman en Zaire del 74, cuando el “Mano de Piedra” Durán estaba en su apogeo.

Hará décadas el honor se defendía con tinta o con sangre, y se relacionaba, repito, a asuntos literarios, o cuando más, a faldas, plagios.  Hoy, como la mayoría de las reyertas se ocasionan en las redes sociales o en los periódicos digitales, ya no cabe lo primero. Esta me recordó la polémica sostenida entre el profesor, polemista de fuste y poeta Andrés L. Mateo y el poeta Miguel D” Mena cuando hasta una dama y poeta con delicadas manos en la boca, y conmovida, dijo: “paren, paren, por favor, piensen en sus familias”.

Antes se producían polémicas, hoy son metadiscusiones, metapleitos. En la red todo lo que se dice es triturado en el instante. Zafacón del olvido y viral son sinónimos. Me pregunto, yo que pertenezco a una generación análoga (igual que los pancracistas Núñez y Stanley), ¿hubiese tenido el mismo efecto esta polémica si hubiese salido en un periódico escrito y los lectores tuviesen que esperar pacientemente y luego tener entre las manos y enviar sus criterios a “carta de los lectores?

Sirven para sacar los trapitos sucios al sol, ponen a prueba epidermis o famas literarias ante los poderosos rayos solares o para saber qué cantidad de mugre había en la alfombra que pisábamos todos los días.

Ruge Núñez con el “sométame” y en esa frase un lance viril se distingue. Avelino Stanley, que había pegado primero, ahora pone en expectativa a quienes estamos en el palco o las gradas y paramos la respiración para saber si responderá o reculará ante la embestida del hombre aquel de “El ocaso de la nación dominicana”. Avelino en su primer lance contó su historia o expuso su bitácora editorial, aunque sal le faltara.

Seguir una polémica es tan emocionante como seguir una serie de Netflix. O quizás más. Reconozco que seré un iluso cuando planteo que el afán artístico debiera estar por encima del empresarial cuando un escritor quiera afinar su obra o talento.

Las polémicas son saludables sobre todo cuando hay danza de millones, y cuándo hasta la educación de millones de estudiantes está en juego. Sirven para sacar los trapitos sucios al sol, ponen a prueba epidermis o famas literarias ante los poderosos rayos solares o para saber qué cantidad de mugre había en la alfombra que pisábamos todos los días.

A mi humilde juicio, creo que el escritor debe atender a sus cartones, y en este sentido, es a hacer su obra y tratar de ganar la inmortalidad para que esta (o en su defecto, la trascendencia) no le cante bingo. Concentrarse en hacer una obra duradera o de cierta valía es asunto mayor. Los asuntos y vaivenes empresariales y gubernamentales implican otros desvelos, otras peligrosas derivaciones. Y conste, cada quien tiene el derecho de llevar, de la manera que elija, el pan a la mesa de su hogar o poner el número de ceros a la derecha que desea a su cuenta bancaria.

Pero, no se puede pretender ser a la misma vez Don King y Mike Tyson, sin tener que correr el riesgo de caer en la lona. Avelino debió saber esto y sopesarlo quizás antes de involucrarse en magnos asuntos empresariales, pues hoy tiene, entre otras cosas, a un Núñez de frente y un sonoro “sométame”.